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Manifestantes durante la Marcha por la Tierra en Cracovia, Polonia. (Artur Widak/NurPhoto via Getty Images)

¿Será la UE capaz de desplegar y liderar un nuevo orden verde global?

Vivimos en un mundo desconfigurado en el que la mayoría de las certezas que han guiado la política, la economía y la sociedad del mundo globalizado de las últimas décadas han quedado obsoletas. Europa, otrora centro del mundo y una inequívoca potencia global, busca su nuevo lugar en el mundo. Por un lado, la Unión Europea teme de la pujanza de una China -aunque es igualmente dependiente de ella- cada vez más omnipresente a lo largo y ancho del planeta, incluso en importantes sectores estratégicos europeos como las telecomunicaciones. Por otro, intenta sacudirse la agresiva dialéctica y la política internacional proteccionista de la Administración Trump que ha perturbado el comercio internacional y el multilateralismo esperando que la llegada de Joe Biden a la presidencia de los EE UU permita volver a los “good old times”.

La Unión Europea necesita un nuevo relato en el mundo ante la pérdida progresiva de peso político, económico y una demografía menguante. No puede hacerlo, sin embargo, sobre las bases de su posicionamiento tradicional. Igual que el mundo ha cambiado, la UE también lo ha hecho y tiene que recomponer la forma en que se proyecta en la esfera global. El liderazgo europeo, su peso internacional y una buena parte de su reputación estaban fuertemente ancladas sobre sus valores fundacionales. El primero, una inequívoca defensa por la paz y el respeto a los derechos humanos en el mundo. El segundo, la defensa del Estado de derecho y de las instituciones democráticas. La tercera, la protección de una economía mundial abierta con unas reglas comerciales conocidas y respetadas por todos.

Hoy, algunos de esos pilares se han erosionado notablemente, no solo por la acción de terceros como las políticas proteccionistas del “América First” de Trump o el Brexit, sino por la gestión de una Europa crecientemente compleja y contradictoria. La UE, otrora paradigma de la igualdad y del Estado del bienestar, es escenario igualmente de una creciente desigualdad que ha sido el telón de fondo de la contestación social y el descontento de importantes grupos de las clases medias empobrecidas. Algunos de ellos con rasgos violentos como ha sido el caso de los chalecos amarillos en Francia que pusieron a Macron contra las cuerdas. Y es que el viejo continente no es ajeno a la convulsión global que vivimos. Además de la pérdida objetiva de peso económico, político y de centralidad del viejo continente en el mundo globalizado, su liderazgo y reputación ha sufrido un notable deterioro.

Por un lado, la democracia europea se ha debilitado. En instituciones como el Consejo Europeo, se sienta algún Jefe de Estado y de Gobierno -como el primer ministro de Hungría Víktor Orbán- que promueve abiertamente políticas que van en contra de los principios fundamentales de la UE ante la impotencia del resto de socios europeos para ponerle coto. Así mismo, los valores europeos de defensa de los derechos fundamentales han sufrido un duro golpe con las imágenes de los últimos años en la que diversos países europeos han construido vallas, muros o campos de internamiento en un intento de sellar las fronteras a cal y canto ante la llegada desesperada de miles de refugiados que huyen de la guerra o de la miseria y que perecen por millares en el mar en su desesperado intento. Una Europa a la defensiva que mira más hacia sí misma que hacia el resto del mundo renunciando a un liderazgo global en el momento que más se necesita.

La gestión de esta creciente complejidad, tanto europea como global, requiere diseñar nuevas coherencias y un relato que sea capaz de movilizar nuevo anhelos y voluntades. La Unión Europea no puede ejercer su liderazgo en el terreno militar o económico. Tampoco puede mostrarse como un ejemplo en lo económico con crecimiento anémico en los últimos años previos a la pandemia. Sin embargo, sí puede constituirse en un nuevo poder emergente verde que promueva y lidere un futuro más sostenible dando coherencia y sentido a los Acuerdos de las diferentes Cumbres del Clima. Para ello, parte de la hoja de ruta ya está trazada con el Green New Deal o nuevo ‘pacto verde’ europeo para alcanzar la neutralidad climática y reactivar la economía desde una perspectiva que relegue el uso de los combustibles fósiles. Un ambicioso plan complementado con la iniciativa Next Generation EU que tiene como objetivo lograr la transición ecológica de la economía europea. Una nueva hoja de ruta con un gran paquete de iniciativas legislativas y nuevos mecanismos e inversiones para lograr alcanzar tanto el 55% de recorte de emisiones en 2030 como los ambiciosos objetivos para conseguir la neutralidad climática en 2050.

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Banderas europeas verdes en la puerta de Brandenburgo, Berlín. (Peng Dawei/China News Service via Getty Images)

Un nuevo orden verde global

Pero atención, Europa no está sola en esa carrera. China, principal emisor de CO2 a nivel mundial, anunció por sorpresa que se sumaba a la “revolución verde”. El presidente del gigante asiático, Xi Jinping, se comprometió ante la Asamblea de la ONU en septiembre de 2020 a conseguir la neutralidad climática para 2060, esto es, diez años después de la UE. Un anuncio que abrirá probablemente una frenética carrera por desarrollar una nueva competición industrial y tecnológica verde en la que EE UU y la nueva Administración Biden no querrán quedarse atrás y dar un nuevo impulso a la industria americana. Una nueva dinámica que inaugura un nuevo orden económico, geopolítico y social que constituye una nueva oportunidad para proyectar a Europa en la esfera global si es capaz de aprovechar sus activos.

Las compañías europeas ya han internalizado que deben repensar sus productos y servicios, sus modelos de negocio, los procesos de fabricación y gestión, la gestión del talento de los colaboradores y hasta una nueva forma de relacionarse con el entorno y sus grupos de interés para seguir siendo competitivas. Aquellas que no transiten hacia modelos de negocio que apuesten por el desarrollo sostenible, van a estar sometidas a riesgos tanto regulatorios como reputacionales que pueden comprometer gravemente su competitividad e incluso viabilidad. El nuevo orden verde global va a suponer un vector de cambio del entorno de negocios.

Si eso es una realidad en el terreno de los negocios, también lo va a ser a nivel político e institucional. La resiliencia climática, en sus diferentes vertientes, va a marcar una buena parte de la agenda política global de los próximos lustros. La UE debe interpretar y anticipar las señales que se emiten desde importantes regiones como África, América Latina o el Caribe para construir nuevas alianzas que puedan ofrecer respuestas eficientes y viables a los retos del impacto de la crisis climática en esas zonas del mundo. Para hacerlo coherente, la Unión tiene que alinear los valores de la sostenibilidad en sus relaciones políticas, acuerdos comerciales y políticas de desarrollo. Cada vez más países y regiones se muestran vulnerables a los efectos del clima y requieren de nuevas coherencias alejadas de los modelos económicos extractivos o neocoloniales que han caracterizado las relaciones políticas y económicas de las últimas décadas. Bruselas tiene así una oportunidad de reposicionarse e influir de nuevo en el mundo desplegando una nueva inteligencia política, económica y social que proyecte un nuevo liderazgo global basado en la apuesta por la sostenibilidad. Una nueva diplomacia verde que desborda el trabajo de las instituciones políticas y que no puede basarse sólo en grandes inversiones. Dinamarca, principal productor europeo de petróleo tras la salida de Reino Unido es un buen ejemplo. En una decisión histórica, ha decidido poner fin a la explotación de petróleo en el mar del norte. Para 2050 habrá detenido por completo la extracción de combustibles fósiles y canceló su convocatoria de licencias para la explotación de hidrocarburos. Una decisión que marca el camino y pone presión a otros productores como Noruega. Dinamarca quiere proyectarse como un país verde y su capital Copenhague tiene un plan para convertirse en la ciudad más sostenibles del mundo.

Este nuevo orden que emerge requiere nuevas formas de gobernanza política. Un nuevo multilateralismo verde en el que Europa parte con un mejor posicionamiento que China o EE UU, pero que requiere de la acción concertada de los actores institucionales, privados y de la sociedad civil para saber aprovecharlo y convertirlo en un renovado liderazgo global. En ese sentido, la Agenda 2030 y los Objetivos para el Desarrollo Sostenible están generando nuevas dinámicas y alianzas como las llamadas B Corps, corporaciones que cumplen con los más altos estándares de desempeño social y ambiental, transparencia pública y responsabilidad empresarial para equilibrar el beneficio con el propósito. Una redefinición del éxito empresarial que apuesta por construir una economía más inclusiva y sostenible en el que las empresas europeas tienen una oportunidad para liderar la nueva forma de hacer negocios en el mundo. La naturaleza de la competición geopolítica del mundo de hoy y de mañana ya está basada en la reputación, la competitividad y la sostenibilidad para abrir y consolidar relaciones, atraer turismo, incentivar negocios e inversiones o mejorar la capacidad exportadora de los productos y servicios de nuestras empresas.

Hoy cotizan al alza los atributos intangibles como la reputación y el posicionamiento en las cadenas de valor global. El territorio y las fronteras han dejado de ser la base sobre la que se sustenta el poder. En el mundo postCOVID, la calidad de las relaciones y las conexiones o el posicionamiento en las nuevas cadenas de valor global son las armas para gestionar una nueva forma de influencia. El poder político y económico se reconfigura en influencia, y emergen nuevos poderes que ya no son físicos sino digitales y emocionales en el que la sostenibilidad es un valor en alza.

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Los árboles plantados en un terreno abierto por la mina de carbón Nochten, que ahora está bajo recultivo, enfrente de la central eléctrica de carbón de Boxberg, Alemania. (Sean Gallup/Getty Images)

La sostenibilidad como promesa de valor

El nuevo liderazgo de Europa es mucho más que una o varias campañas de comunicación. Es, ante todo, una promesa de valor tanto hacia el seno de la Unión como para el resto del mundo. Ha traducirse en una nueva política que va asociada a una serie de expectativas que están relacionadas con las creencias compartidas que son las que conforman la reputación y a las que la UE tiene que ser capaz de responder de forma satisfactoria. Proyectar liderazgo y confianza requiere desplegar de forma coherente los valores y atributos de la nueva Europa verde mediante una delicada estrategia de optimización y coordinación de esfuerzos. Los europeos debemos dejar de ser percibidos como una gran potencia declarativa y ejercer como una nueva potencia verde global. Para hacerlo realidad, debemos demostrarlo a través de los hechos y de las acciones del trinomio “Instituciones-Empresas-Ciudadanos”. Ya no es suficiente con proclamar o proyectar unos valores en bonitas declaraciones o Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, reuniones ministeriales o aprobando cartas de derechos que no se traducen en políticas o acciones. El liderazgo se ejerce y es reconocido por los demás impactando con acciones y resultados para ir mucho más allá del capital simbólico y ejercerlo de forma efectiva. Para ello, Europa tiene que apostar por la formación de un nuevo talento y liderazgo verde. Una nueva generación de líderes políticos, económicos y sociales que se ponga a la cabeza de esta nueva (re)evolución a nivel global. El movimiento Fridays for Future impulsado por la joven activista sueca Greta Thunberg que ha conseguido un gran impacto mundial es un ejemplo del potencial creativo de las nuevas generaciones erasmus europeas.

En definitiva, Europa tiene que trabajar tanto en el terreno de las expectativas como de las posibilidades, con innovación e inteligencia para proyectar nuestros valores de forma positiva en el mundo. La imagen, la transparencia, la credibilidad, la integridad y la contribución son los pilares de la reputación que el politólogo estadounidense Joseph Nye definiera como poder blando o soft power. De nuestra inteligencia colectiva y de nuestras acciones para desplegar una nueva inteligencia verde dependerá que seamos capaces de desarrollar una nueva diplomacia y liderazgo global que devuelva a Europa su influencia.