En su artículo ‘La psicología del halcón’ (febrero/marzo,
2007), los autores identifican varios prejuicios que podrían favorecer a los
halcones en la toma de decisiones. Hay al menos otro que se podría
añadir a la lista. Es la tendencia a exagerar, no sólo la predisposición de
los chicos malos para cumplir sus diabólicas intenciones,
sino su capacidad para llevarlas a cabo.

Durante décadas, quienes han tomado
decisiones políticas se han obsesionado con algunos antipáticos dictadores absurdamente
identificados como reencarnaciones de Hitler. Entre estos demonios han estado
el Egipto de Nasser, la Cuba de Castro, la Indonesia de Sukarno, la Libia de
Gadafi y el Irán de Jomeini. Más recientemente, la ridícula idea de que Sadam
Husein, rodeado de desconfiados y hostiles vecinos, podría de alguna manera
dominar Oriente Medio con su
mediocre Ejército y su deshecha
economía, fue usada por los políticos
para justificar los pasos que
han llevado al desastre de Irak.
Ahora, parecen histéricos con el
Irán de Ahmadineyad.

  • John Mueller
    Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Ohio, EE UU

Aplaudo a los autores por presentar un argumento como hipótesis que es a la
vez claro, provocativo y pretencioso. No puedo y no cuestionaría las pruebas
experimentales que han resumido en el artículo. Sin embargo, Kahneman y Renshon
usan una constante –la línea dura de la mente humana– para explicar lo que la
mayoría de los expertos de relaciones internacionales verían como una variable:
la tendencia de los líderes políticos a adoptar políticas coercitivas y beligerantes
hacia otros países. El mayor problema de este argumento es que, si es verdad,
el sesgo halcón pronostica masivamente la guerra como resultado final. Cualquier
crisis entre adversarios debería reforzar este prejuicio, llevando rápidamente
a un conflicto armado. En cambio, la guerra es un hecho históricamente poco
frecuente, como demuestra el Informe sobre seguridad humana [publicado
en 2005 por el think tank canadiense Human Security Center], que ha
ido a menos en las últimas décadas.

Evidentemente, debe de haber factores históricos, psicológicos, organizativos
y políticos que compensan y combaten el prejuicio halcón. Después de
Vietnam, por ejemplo, Estados Unidos fue más reacio a llevar a cabo políticas
agresivas en el exterior. Los líderes que perdieron guerras se enfrentaron al
exilio político o a cosas peores; esto debería fomentar una aversión natural
al riesgo que puede contrarrestar el sesgo halcón. Las burocracias
existen, en parte, para superar los fallos cognitivos y perceptivos. La pregunta
es: ¿qué poder tienen estos factores compensatorios?

  • Daniel Drezner
    Profesor asociado de Política Internacional
    en la Facultad Fletcher de la Universidad de Tufts,
    Massachusetts, EE UU

Daniel Kahneman y Jonathan Renshon responden:

Daniel Drezner define nuestra hipótesis como “pretenciosa”, pero nos malinterpreta
y exagera nuestras ambiciones. Sería absurdo pedir que unas cuantas hipótesis
psicológicas puedan proporcionar un informe completo de por qué los Estados
van o no a la guerra. Nosotros sólo proponemos que los prejuicios cognitivos
deberían ser añadidos a otros factores que explican las decisiones de los líderes
y que estos sesgos tienden a favorecer a los halcones en los debates
internos.

Por otro lado, John Mueller
presenta una prueba de la historia
reciente para demostrar un prejuicio
que no tenemos en nuestra lista:
exagerar la amenaza que supone
un enemigo débil. No poseemos un
informe psicológico de esta observación
mejor que el que sugiere:
cuando la gente rumia sobre una
amenaza poco probable, es propensa
a exagerarla. Este prejuicio es
bien conocido por los padres de adolescentes
que llegan tarde a casa de
una fiesta, y se podría aplicar también
a los líderes estadounidenses.