Río+20 representa una oportunidad para un mayor compromiso, pero también una tarea ardua. He aquí el tira y afloja en las negociaciones preliminares a la cumbre.

 

Queda una semana para el comienzo de la Cumbre de la Tierra de Río+20. Llega el final de un largo proceso de reuniones preparatorias (marzo y diciembre de 2011) y discusiones mensuales sobre el llamado “zero draft” (borrador cero) que han tenido lugar en Naciones Unidas desde enero de 2012. Estas discusiones, denominadas “informales”, han dado lugar a un texto en el que, a falta de la última ronda de negociaciones, sólo está consensuado en un 20% del mismo, mientras que el resto de los párrafos (incluidos los epígrafes) están por acordar.

Si hacemos caso a la última nota de prensa del Naciones Unidas podríamos pensar que se ha avanzado mucho en las últimas semanas: “Antes de las negociaciones, solo el 6% del texto ha sido acordado. Ahora, la cifra se ha elevado al 20%, y muchos párrafos añadidos están muy cerca del acuerdo final”.

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¿Hay motivos para el optimismo? Sin duda, es posible que de Río+20 salga el mandato de comenzar las negociaciones sobre la protección de las Aguas Internacionales. Hay que dar las gracias a un gran número de países, incluida la UE, por salir en defensa de los océanos, frente a los países que han apostado por la retirada del párrafo. Pero todavía no se ha ganado. Aún hay que evitar que EE UU, Canadá, Rusia, Japón, Islandia, Corea del Sur y Noruega frenen al resto del mundo a la hora de dar este paso hacia el fin de la explotación descontrolada de más del 64% de la superficie oceánica del planeta.

También existe la posibilidad de que el Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas (UNEP) se transforme en una agencia con un presupuesto real y poderes de implementación. Otros párrafos, que abordan la necesidad de eliminar los subsidios dañinos (a las energías sucias, a los prácticas que producen deforestación, a la industria pesquera responsable de la sobrepesca, etcétera), están sufriendo tal nivel de boicot que corre un alto riesgo de quedar fuera de la declaración final.

El resto del texto, algo más de 80 páginas, es realmente descorazonador. Es lógico que a estas alturas existan diferencias entre países o grupos de países, pero el nivel del debate y los múltiples corchetes son un presagio de un fracaso estrepitoso en la necesaria transición hacia un modelo de desarrollo descarbonizado, que tenga en cuenta los límites físicos del planeta, que conserve las funciones de los ecosistemas, que erradique la pobreza y que no sea excluyente.

Estados Unidos está también intentando incluir en el párrafo que aborda el problema de las hambrunas, el término “extremas”, sugiriendo que sólo las hambrunas extremas sean objeto de atención internacional. En otro párrafo del borrador de declaración, EE UU con el respaldo de Canadá y Japón, considera que la transferencia de tecnología prometida en Río en 1992 debería ser solo “voluntaria”. Suma y sigue: los mismos países se oponen a cualquier mención al “cambio de los patrones de producción y consumo insostenible”. Es año de elecciones presidenciales en Estados Unidos y el manual del buen candidato dice que el estilo de vida americano no se toca. De nada importa el hecho de que necesitaremos cinco planetas si toda la humanidad quisiera vivir como el americano medio. George Bush hijo ya se hizo famoso en 1992 cuando declaró que “el modo de vida americano no es negociable”.

Estas negociaciones generan matrimonios muy curiosos. El G-77, la coalición de los países en desarrollo que han estando intentando negociar como un bloque, quiere borrar la palabra “responsabilidad” de todo el texto, incluso cuando se trata del comportamiento de las grandes multinacionales globales. El G-77 y el EE UU caminan juntos a la hora de proponer la eliminación del término “límites planetarios” en referencia a un documento de Energía Sostenible de la Secretaría General de Naciones. No hemos asumido todavía que vivimos en un planeta finito y que es obligado poner límites al crecimiento. La Unión Europea, que intenta mostrar una imagen de grupo líder en temas ambientales y defensora del multilateralismo, está apostando por conceptos peligrosos como la liberación del mercado de los llamados “bienes y servicios ambientales” y está pidiendo a la ONU que desarrolle y gestione acuerdos bilaterales en lugar de hacer su cometido: acordar estándares globales e instar a su puesta en marcha.

El éxito o el fracaso de Río+20 está en el aire. Si echamos la vista atrás, tampoco la Cumbre de 1992 fue un camino de rosas. Río 92 apoyó la energía nuclear, por ejemplo, y el texto está lleno de los términos, frases y propuestas de siempre.

Aunque “no hay señales de que haya una visión transformadora para aprovechar esta situación de crisis global para crear las bases  para el desarrollo sostenible para todos”, en palabras del director ejecutivo de Greenpeace Internacional, Kumi Naidoo,existen algunos pasos y medidas que los gobiernos pueden tomar en Río. Se podría poner fin al pillaje y caos con que se opera en las aguas internacionales y lanzar el mandato de comenzar las negociaciones para alcanzar un Acuerdo sobre Aguas Internacionales en el ámbito de UNCLOS. Se puede mejorar la gobernanza mundial dando un mayor rango o relevancia a los asuntos de medio ambiente dentro de Naciones Unidas, convirtiendo en Agencia de Medio Ambiente el hasta ahora Programa de la ONU para el Medio Ambiente (UNEP). También, se podrían dar pasos decididos para poner fin a los subsidios a las energías fósiles.

El futuro no se construye en los tres días que dura de la Cumbre de Río+20, así que esta nueva cita de la comunidad internacional no traerá el “Futuro que queremos”, como reza el eslogan de la cumbre. Pero para la sociedad civil será una oportunidad para intentar apuntalar y defender la arquitectura internacional y el multilateralismo en materia de medio ambiente, recordar las promesas incumplidas, dar pasos para una mayor gobernanza mundial y denunciar el sucio papel que juegan los intereses de las grandes corporaciones en estos foros. Y, como siempre, dentro y fuera de la cumbre, será necesario poner en evidencia la urgencia de anteponer el bienestar de la gente, los derechos humanos y el desarrollo sostenible a los intereses privados de las empresas.

El tren del desarrollo sostenible hace parada en Río+20. Hay que intentar que la declaración final esté cargada de razones, y los gobiernos de compromisos, para que no haya que lamentarse por no haber cogido este tren.