Son pocos los que consideran que activos como Bitcoin o Ethereum no requieren unas normas propias, pero son menos todavía los que se ponen de acuerdo sobre el camino a seguir.

Las criptomonedas son sistemas de pago electrónico (Bitcoin y Ethereum son las más populares), donde la validación de las transacciones se produce mediante una red de miles de ordenadores y no una entidad centralizada. La base de datos que recoge y hace posibles esas validaciones y que custodian y alimentan los ordenadores de la red es, generalmente, Blockchain. La inversión en criptomonedas se realiza a través de unas plataformas virtuales llamadas exchanges, que permiten intercambiar criptomonedas por divisas tradicionales y criptomonedas entre sí. Los usuarios operan a través de wallets, unos programas informáticos que guardan la dirección a la que deben realizarse las transferencias y las claves con las que envían el dinero y controlan el saldo.
El éxito de las criptomonedas se entiende mejor si comparamos lo que ocurría en un punto de partida como febrero de 2020 con el lugar al que llegaron en febrero de 2022. En ese marco temporal, la valoración de Bitcoin ha pasado de apenas superar los 10.000 dólares a rebasar los 40.000, mientras que la de Ethereum ha despegado desde los 280 dólares hasta cruzar el Rubicón de los 3.000 dólares. Parece evidente que la crisis pandémica ha multiplicado el protagonismo de las criptomonedas como medio de pago (por eso las acepta PayPal) y también como destino de inversión.
Por qué todos hablamos de criptomonedas
Tres de los factores fundamentales que han catapultado, recientemente, la relevancia de las criptomonedas son el desplome de los tipos de interés, el rugido de las transacciones electrónicas y el espectacular incremento de los usuarios.
El desplome de los tipos de interés ha derrumbado el atractivo de las divisas tradicionales y los activos de renta fija, y ha forzado a los inversores que buscan rentabilidad a asumir más riesgos con activos como Bitcoin o Ethereum. Los bancos centrales también han facilitado ese coraje poniendo el precio de los créditos por los suelos y actuando tarde contra una inflación desbocada.
El rugido de las transacciones electrónicas se debe sobre todo al ascenso del comercio electrónico (pagos móviles en el punto de venta incluidos) y al inicio de una clara decadencia del dinero en metálico. Según la última encuesta del Banco de España (BdE), las monedas y los billetes pasaron de ser el medio de pago más habitual para el 80% de los españoles en 2014 a serlo tan solo para el 36% de la población en 2020. Casi nadie espera que estas cifras, muy marcadas por los confinamientos y el primer terror de la pandemia, se mantengan en los resultados de la encuesta para 2021 o 2022, pero sí que parecen indicar que hemos alcanzado un punto de no retorno para el dinero en metálico, que ya no volverá a dominar el ...
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