Si se celebraran elecciones en todo Oriente Medio,
seguramente vencerían
los grupos islamistas. Los regímenes árabes han reaccionado
ante su popularidad de diversas maneras, pero EE UU se ha resistido
a aceptar la legitimidad democrática de algunos. En vez de enfrentarse
al Partido de Dios libanés (Hezbolá) y al palestino Hamás
en el campo político, y así moderar su combatividad,
Washington ha preferido aislarlos diplomáticamente y, en coordinación
con Israel, intentar vencerlos con la fuerza militar. Esta estrategia
corre el riesgo de radicalizar a ambos, además de impedir nuevas
aperturas democráticas en la región.

El reconocimiento de la resistencia

Irónicamente, la ocupación israelí de tierras árabes
ha sido lo que más ha contribuido a fomentar la ascensión
democrática al poder político de los grupos islamistas.
El Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) y Hezbolá nacieron
a raíz de ella. Hezbolá se formó en 1982 después
de que Israel invadiera por segunda vez Líbano, y Hamás
se fundó en diciembre de 1987 como respuesta a la primera Intifada
palestina. Tras el panarabismo laico de los años 50 y 60, ambos
grupos surgieron de la ola creciente de movimientos sociales islámicos
en las dos décadas posteriores. El movimiento libanés se
formó a partir del grupo de Musa al Sáder, patrocinado
por Irán, para aliviar la pobreza chií en ese país,
y Hamás, como rama palestina de los Hermanos Musulmanes, grupo
suní egipcio. A falta de un Estado central capacitado, los dos
obtuvieron apoyo popular (aunque eran muy restrictivos en cuanto al papel
de la mujer) porque proporcionaban servicios sociales como asistencia
médica, reparación de infraestructuras, enseñanza
superior y seguridad básica. Tanto la precipitada retirada israelí de
Líbano, en mayo de 2000, como el desmantelamiento de los asentamientos
judíos y la retirada del Ejército de la franja de Gaza,
llevados a cabo de manera organizada en agosto y septiembre de 2005,
se recibieron como triunfos de la resistencia y alimentaron la popularidad
respectiva de Hezbolá y Hamás.

Por encima de todo, ambos movimientos gozan de prestigio popular por
el éxito de la resistencia armada contra la ocupación israelí.
Hamás aprovechó la retirada unilateral de Gaza para lanzar
una enérgica campaña que le permitió ganar las elecciones
legislativas, con 74 de los 132 escaños, el 25 de enero de 2006.
Hezbolá también ha adquirido reconocimiento democrático.
En los primeros comicios parlamentarios celebrados en Líbano tras
la guerra civil obtuvo ocho escaños, convirtiéndose en
el grupo más numeroso entre los 128 miembros de la asamblea nacional;
después, nueve escaños en 1996 y 2000, y 14 en 2005, además
de dos puestos en el Ejecutivo. Israel empleó la legitimidad democrática
lograda por Hezbolá en el Gobierno como explicación del
bombardeo del país. Cuando este verano el grupo de Hasan Nasralá consiguió resistir
durante un mes de guerra la masiva ofensiva israelí, la milicia
chií adquirió aún más prestigio en todo Oriente
Medio.

La aparente alianza entre Hamás y Hezbolá es producto
de años de sinergias. Aunque, al principio, Israel fomentó la
aparición de Hamás y Yihad Islámica como contrapeso
a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP),
de inspiración laica, en diciembre de 1992 deportó a 415
miembros de dichos movimientos a Líbano. Hezbolá estaba
luchando contra las FDI y la milicia controlada por ellas, el Ejército
del Sur de Líbano (ESL). Cuando Hamás y Yihad Islámica
volvieron a los territorios palestinos, decidieron seguir el ejemplo
de Hezbolá para enfrentarse a la ocupación y en abril de
1993 Hamás realizó su primer atentado suicida. Aunque es
un método que se ha atribuido, en un exceso de simplificación,
al islam, también lo utilizaron posteriormente otros grupos laicos,
como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP)
y algunas mujeres (abogadas y madres) en la primavera de 2002, claro
indicio de que es un acto que nace de una profunda frustración
y humillación, y no exclusivamente de las aspiraciones para el
más allá.

Israel alega, con razón, que los atentados suicidas son "moralmente
censurables". Pero también sus represalias han sido exageradas.
Cuando Hamás ofreció una tregua de 10 años a Israel
en enero de 2004, las FDI respondieron asesinando al líder espiritual
y fundador de Hamás, el jeque Ahmed Yasín, parapléjico,
en marzo de ese mismo año. Cuando no había pasado un mes,
mataron al número dos de Hamás, Abdelaziz al Rantisi, con
el mismo método (un misil lanzado desde un helicóptero),
en la ciudad de Gaza. Tanto Hamás como Hezbolá utilizan
el martirio como método de resistencia armada y existencial.
Cuando Hadi, el hijo del jeque Hasan Nasralá, líder de
Hezbolá, murió a manos de las FDI en el sur de Líbano,
le llamaron mártir. De hecho, así se considera
a cualquier palestino o libanés que pierde la vida en la resistencia
contra la ocupación israelí. El círculo vicioso
de las represalias mantiene el interés de los grupos militantes
y los actores regionales.

Asegurarse Siria

No debe extrañar que, cuando Yasín y Rantisi murieron
en la primavera de 2004, los carteles con sus efigies de mártires sobre
el fondo de la cúpula dorada de la Roca en Jerusalén aparecieran
en los muros de la ciudad vieja en Damasco. Siria es la sede de la dirección exterior de
Hamás, encabezada por Jaled Meshal y mucho menos moderada que
la interior de Ismail Haniya, en los territorios palestinos.
En cuanto a Hezbolá, aunque está económica, religiosa
e ideológicamente vinculado a Irán, también depende
de Siria para mantener su razón de ser como grupo de combate.
Damasco facilita el tránsito de armas y, a menudo, ofrece la autorización
política para las operaciones. A cambio, utiliza a Hamás
y Hezbolá para proteger sus intereses, especialmente el de recuperar
los Altos del Golán.

Fuentes israelíes consideran que Siria es la cuestión
fundamental a la hora de resolver la "crisis" constante en
su frontera norte. Hasta el presidente estadounidense, George W. Bush,
ha observado, con su brusquedad habitual, que "lo que hay que conseguir
es que Siria obligue a Hezbolá a parar esta mierda" (San
Petersburgo, 17 de julio de 2006). Damasco considera que las granjas
de Chebaa, que ocupan alrededor de 25 kilómetros cuadrados en
los Altos del Golán, son territorio libanés y, por consiguiente,
da a Hezbolá motivos para continuar la resistencia armada contra
la ocupación israelí. Después de los tremendos bombardeos
de Líbano realizados por Israel, el primer ministro libanés,
Fuad Siniora, se sumó a quienes apoyan a Hezbolá y reclamó las
granjas para su país. Lo que no ha dicho nunca Bush es que la
devolución inmediata de los Altos del Golán a Siria y las
granjas de Chebaa a Líbano pacificaría el norte de Israel.
Y esa situación podría representar un statu quo mejor
para construir un nuevo Oriente Medio.

Esta opción no sólo anularía la razón de
ser de un Hezbolá combativo sino que disminuiría la influencia
de Siria en Líbano. Aunque, en lo militar, Damasco se atiene a
la resolución 1.559 de Naciones Unidas que le obligó a
retirarse del país, conserva su control político a través
del presidente, Emile Lahud, que ha advertido que "una fuerza internacional
sin consenso significaría la guerra civil". En agosto de
2004, Líbano, bajo presión siria, modificó el artículo
49 de la Constitución para prolongar el mandato de Lahud tres
años más. Es decir, la preocupación del presidente
sobre la intervención internacional es una preocupación
de los sirios: si se despliega una fuerza multinacional en la frontera
libanesa, la opción de Hezbolá perderá su validez.
No obstante, la milicia podría seguir utilizando las granjas de
Chebaa como excusa para mantener una guerra de desgaste con Israel y,
de esa forma, ayudar a que Siria recupere los Altos del Golán,
muy valiosas por el agua.

Al negarse a negociar un intercambio de soldados y presos con Hezbolá,
Israel contribuyó directamente al desplome repentino del sector
turístico veraniego en Líbano y el consiguiente auge económico
de Siria. En Beirut hay un famoso dicho, masa’ibu qawmin ‘ala
qawmin fawa’idu
(el desastre de uno beneficia a otro). Los
taxistas de Siria y Líbano se beneficiaron enormemente del éxodo
libanés. Los hoteles de Damasco se llenaron por primera vez en
decenios. Mientras la catástrofe ecológica del petróleo
se extendía por la costa libanesa, las líneas aéreas
sirias tuvieron más pasajeros y vuelos que nunca. En vez de castigar
a uno de los patrocinadores de Hezbolá, Israel ayudó a
impulsar la cerrada economía de Siria. Y, cuando los refugiados
empezaron a regresar a sus casas, los militantes de Hezbolá fueron
los primeros en limpiar las carreteras, rescatar a la gente de los escombros,
pagar las reparaciones y ofrecer ayuda a su pueblo.

Una democracia dirigida

Tanto en la guerra como en la paz, Hezbolá cantó victoria.
Y, como antes, Hamás está siguiendo su ejemplo y se esfuerza
en recoger los frutos de la resistencia armada. Independientemente de
que el Hamás del "interior" esté o no de acuerdo,
el "exterior" se ha asociado con el creciente chií,
que se extiende desde el golfo Pérsico hasta el Mediterráneo.
Esta expresión, acuñada por el rey Abdalá de Jordania
en diciembre 2004, se refiere a la zona de influencia chií que
llega desde Irán, pasando por el sur de Irak y la Siria gobernada
por los alauíes, hasta Hezbolá en el Líbano. En
un principio, preocupado por esta asociación, el primer ministro
de la Autoridad Palestina, Ismail Haniya, rechazó el respaldo
de Teherán. Pero la intervención de Hezbolá, que
proclama su solidaridad con la aspiración insatisfecha de Palestina
a tener un Estado soberano, ha servido para promover la postura iraní,
más extrema. Otro motor de esta alianza implícita es el
ostracismo israelí e internacional. Por desgracia para la democracia
en Oriente Medio y el mundo árabe musulmán, el Gobierno
de Bush ignoró por completo la legitimidad electoral adquirida
por la dirección "interior" de Hamás, más
moderada.

La política exterior estadounidense en Oriente Medio es un obstáculo
directo para cualquier posibilidad de que Hamás gobierne verdaderamente
los territorios palestinos. Después de congelar los fondos y cortar
las relaciones diplomáticas con la Autoridad Palestina que dirige
el grupo islámico, los estadounidenses, en la actualidad, están
financiando y armando a la Guardia Presidencial de Mahmud Abbas, nacida
de la Fuerza 17, que era la escolta personal de Arafat. La consolidación
de otra milicia más es, por supuesto, lo último que necesitan
los palestinos, sobre todo con la posibilidad de que haya un enfrentamiento
directo con el brazo militar de Hamás, las Brigadas Ezzedin al
Kassam , y el Comité de Resistencia Popular (CRP). Igual que,
si el Ejército Nacional libanés trata de desarmar a Hezbolá,
o si la milicia insiste en ser un Estado dentro de un Estado y
se niega a respetar la democracia basada en un equilibrio confesional
aprobada en Taif en 1989, existen auténticas posibilidades de
que vuelvan a armarse otros grupos sectarios en Líbano y haya
un regreso a la guerra civil. Si se quiere evitar, Siria siempre podría
volver a intervenir.

Para evitar estas dos posibilidades, Estados Unidos autorizó diplomáticamente
que se prolongara el bombardeo israelí de Líbano, destinado
a arreglar viejas cuentas con Hezbolá y contener a Irán.
Washington le considera (sin pruebas concluyentes) responsable de los
atentados suicidas contra su embajada y una base de marines en
Beirut, cometidos en 1983. Tras el 11 de septiembre de 2001, EE UU calificó a
Hezbolá de "grupo terrorista", denigró a Siria
e Irán por acoger y apoyar a dichos grupos e incluyó a
todos bajo el paraguas de la "guerra global contra el terrorismo".
Estas clasificaciones tan generales tienen consecuencias contraproducentes
para la promoción de la democracia en Oriente Medio, que la hiperpotencia
asegura propugnar.

Si Israel pudiera derrotar a Hezbolá, se eliminaría el
aguijón de Irán en Líbano. Estados Unidos, ante
los intentos iraníes de exportar la revolución islámica
desde 1979, ha apoyado sistemáticamente a los regímenes
laicos suníes. Envuelto en una lucha con Irán por el poder
en el "Gran Oriente Medio", utiliza una estrategia que exacerba,
es verdad, la animosidad entre suníes y chiíes. Sin embargo,
en el proceso, el apoyo a regímenes árabes benignos como
los de Marruecos, Egipto, Arabia Saudí y Jordania, también
hace daño a la democracia. Dentro de las simplificaciones que
rodean a la abstracta guerra contra el terror, Washington aparta
la vista cuando unos regímenes militares y monárquicos
ejercen gran represión, con tal de que se permita participar en
la política nacional a ciertos grupos religiosos moderados, como
ocurre hoy en Argelia.

La desaparición de la democracia en el mundo árabe musulmán
se plasmó en el rechazo de los resultados de las elecciones de
1991 en Argelia. La espantosa guerra civil posterior no sólo es
un precedente peligroso que conviene evitar, sino que inspiró la
política interior de los regímenes árabes, que,
cuando hablan de conciliar el islam con las peticiones de democracia,
expresan su temor a que, si adquiriesen legitimidad democrática,
los grupos religiosos impusieran una sharia (ley islámica)
estricta. Ni Hezbolá ni Hamás la han impuesto a libaneses
y palestinos, que siguen siendo dos de los pueblos más abiertos,
social y políticamente, en Oriente Medio. La victoria electoral
de Hamás no fue –como tampoco la de Hezbolá– un
estallido repentino de fervor religioso. Al Fatah fracasó (aunque
con la ayuda del obstruccionismo israelí) porque no hizo realidad
su promesa de paz. Ahora bien, Hamás y Hezbolá son dos
de los escasos grupos islamistas que disponen de brazos armados para
emplearlos contra otros, en especial, contra la agresión y la
ocupación israelí. Cuando Washington intenta dirigir la
democracia para que se adapte a la sacrosanta seguridad de Israel, no
está promoviendo el ideal liberal, sino degradándolo. Y ése
es el motivo de que hoy parezca que la democracia está más
cerca de la hipocresía y que sea una palabra que suena falsa en
Oriente Medio. Igual que toda la obstinación y la belicosidad
de Israel hacen que suene falso su insistente llamamiento a contar con
un socio palestino para la paz.

 

¿Algo más?
Todavía no existe un estudio comparativo
de Hamás y Hezbolá. En los libros sobre cada
uno de los dos grupos o sobre los movimientos islamistas
en general se encuentran similitudes sociales y sinergias
políticas. Khaled Hroub, considerado el máximo
especialista palestino sobre Hamás, elaboró una
primera interpretación académica del desarrollo
del movimiento en los territorios palestinos (Hamas:
Political Thought and Practice
, Washington, Institute
for Palestine Studies, 2000), seguido de una versión
más reciente y concisa de la historia de la resistencia
de Hamás contra la ocupación israelí (Hamas:
A Beginner’s Guide, Londres,
Pluto Press, 2006).
Shaul Mishal y Avraham Sela ofrecen una postura israelí muy
profesional y objetiva, que llama al diálogo con
Hamás (The Palestinian Hamas; Vision, Violence
and Coexistence,
Nueva York, Columbia University Press,
2000).

Hezbolá ha adquirido más popularidad y,
por tanto, existe más literatura en su caso. Destacan
dos análisis realizados por los catedráticos
de ciencias políticas en la Universidad Americana
de Beirut Judith Palmer Harik (Hezbollah; The Changing
Face of Terrorism,
Londres, I. B. Tauris, 2004) y
Ahmad Nizar Hamzeh (In the Path of Hibullah, Nueva
York, Syracuse University Press, 2004). Hala Jaber (Hezbollah:
Born with a Vengeance,
Nueva York, Columbia University
Press, 1997) ofrece por primera vez el punto de vista de
una mujer árabe y periodista, que simpatiza con
la causa de Hezbolá. El vicesecretario general del
Partido de Dios, Naim Qassem (Hizbullah; The Story
from Within,
Londres, Saqi Books, 2005), ayuda a conocer
mejor su ideología interna. Y en español,
el trabajo periodístico más reciente, centrado
en la historia de los sufrimientos chiíes, es el
de Javier Martín, director del servicio en árabe
de la agencia Efe, con sede en El Cairo, Egipto, (Hizbulah;
el brazo armado de Dios,
Madrid, Ed. Catarata, 2005).