La literatura imprescindible para entender el conflicto de Cachemira.

Cachemira es una tierra desolada en invierno. De noche, los perros vagabundos recorren las calles y llenan el silencio de Srinagar, la capital de la Cachemira controlada por India. De día, unos rickshaws –pequeños carros para el transporte de personas– negros y amarillos dan vueltas sin dirección fija, y hombres vestidos con firans –largas túnicas marrones– matan el tiempo en el bulevar junto al lago Dal, que está quieto y sin gran actividad aparte de alguna shikara –típica embarcación de madera–, que, de vez en cuando, rompe el reflejo de las cumbres blancas del bajo Himalaya que rodean la ciudad.

La fortaleza de Mughal, en la cima de la colina que domina Srinagar, está ocupada por el Ejército indio. La parte trasera de los jeeps está cubierta de redes negras para impedir que les arrojen granadas. Unos árboles sin hojas bordean la carretera hacia el Oeste, hacia las montañas que limitan con la Cachemira administrada por Pakistán, también llamada Cachemira “Azad” (libre). En la embarrada ciudad de Magam, carteles de líderes iraníes; en la húmeda ciudad de Tangmarg, el aroma fresco de los pinos, y, a lo largo de toda la carretera, soldados indios con botas blancas, casco y fusil, situados a intervalos, que aguardan y vigilan. Quién sabe qué se esconde tras este paisaje idílico salpicado de soldados, en el interior, más allá de los campos inundados.

Las cumbres del Himalaya siempre están presentes como telón de fondo de un conflicto no resuelto.

Decidido a revelar lo que está ocurriendo en las aldeas cachemiras, Basharat Peer relata en Curfewed Night (2008) su experiencia personal como niño durante los años de más insurgencia. Habla del atractivo que tenía para un adolescente convertirse en combatiente, y describe las diferentes fases de su militancia y cómo varios grupos respaldados por Pakistán, como Lakshar e Taiba y Hezbul-Muyahidin, adquirieron im portancia pero, al mismo tiempo, se distanciaron de la población local. Escribe sobre la matanza que llevó a cabo el Ejército indio entre los manifestantes en el puente de Gawkadal en enero de 1990, que contribuyó a impulsar la rebelión contra el Gobierno de Nueva Delhi.

Después, durante los 90, los indios cometieron una serie de escandalosos atentados contra los derechos humanos de los cachemiros, simbolizados en la violación colectiva de Mubeena Ghani a manos de una brigada de soldados en un campo, cuando regresaba de la fiesta con la que había celebrado su boda.

La historia de Mubeena la cuenta William Dalrymple en ‘Kashmir: The Scarred and the Beautiful’ (The New York Review of Books, 1 de mayo de 2008). También se cometieron violaciones en otros muchos pueblos, igual que se detuvo sin juicio a miles de jóvenes, muchos de los cuales desaparecieron sin dejar rastro. Para identificar los cadáveres, en aldeas como Chahal se pide a los enterradores que exhumen los cuerpos, tal como cuenta Steve Coll en ‘The Back Channel’ (The New Yorker, 2 de marzo de 2009). Aquí explica las repercusiones regionales de las negociaciones secretas entre India y Pakistán por la situación de Cachemira, como por ejemplo la participación de Islamabad en el ataque anfibio contra Bombay, en noviembre de 2008.

También relata las humillaciones del pueblo cachemiro, a través de un prisma más político, la valiente periodista musulmana india Humra Quraishi, que recuerda, en su documentado libro Kashmir, The Untold Story (2004), que dirigentes cachemiros como el marajá Hari Singh aceptaron la adhesión a India en 1947 sólo cuando el jeque Abdulá, de la Conferencia Nacional –el principal partido político de Cachemira–, apoyó esa unión. Aunque Quraishi critica la afinidad de Abdulá con India, reconoce que la repentina invasión afgana del norte del enclave no dejó a los líderes locales muchas opciones.

Mientras que Quraishi afirma que el principado de Jammu y Kash mir –la Cachemira administrada por India, conocida como J&K, y que incluye la provincia oriental de Ladakh– fue independiente tras la retirada de Gran Bretaña, Coll considera que las ambiciones territoriales de India y Pakistán en Cachemira nacen del “mayor crimen imperial”: la sangrienta partición de 1947, realizada para satisfacer las respectivas aspiraciones nacionales de hindúes y musulmanes. Esta división religiosa radicalizó gravemente a algunos sectores de ambas sociedades, lo que influyó en la disputa por Cachemira. El islam se ha vuelto más vengativo en Pakistán, y el hinduismo, más vehemente en India. El enfrentamiento religioso ha aislado aún más Cachemira: separada de su parte paquistaní y no integrada en India. Esta situación de estar en el centro y, sin embargo, en la periferia la ilustran (en tres colores: naranja, negro y blanco) Naseer Rahmed y Sanrabh Singh en Kashmir Pending (2007), que recuerda el realismo de las novelas gráficas de Joe Sacco sobre Palestina y los Balcanes.

Curiosamente, ninguno de estos libros menciona con detalle, o en absoluto, la reivindicación territorial china sobre el este de Cachemira, llamado “Aksai Chin”, que será necesario abordar también si alguna vez se pretende que la región obtenga su integridad territorial y su independencia. El territorio “del paso (chin) del arroyo (sai) blanco (ak)” forma parte de la meseta tibetana y está deshabitado en su mayor parte, pero tiene connotaciones políticas: aunque, históricamente, formaba parte del reino himalayo de Ladakh, lo que explicaría la aspiración de India por su asociación con Cachemira, China construyó una carretera a través de Aksai Chin para conectar Xinjiang y Tíbet. Este hecho desató la guerra de 1962 entre China e India, en la que la primera venció con claridad y se anexionó de forma unilateral la zona. La liberación de este territorio está además vinculada a otra disputa fronteriza: el control de Arunachal Pradesh, que está administrado por India pero China reclama porque lo considera el sur del Tíbet.

Pese a las complejidades de esta dimensión olvidada, es muy posible que China tenga la clave de Cachemira. Desolada y fría en invierno y en guerra, bellísima en primavera y en verano, una tierra llena de valles en flor cuando se produce el deshielo; pero, igual que constituyó un “cuento de hadas” para el joven viajero V. S. Naipaul en An Area of Darkness (1964), la Cachemira independiente quizá no sea más que un recuerdo colectivo mitificado para siempre.