¿Alguna vez ha oído hablar de un régimen
cada vez más fuerte a medida que tiene más oposición?
Bienvenidos a Venezuela, un país con un presidente carismático,
Hugo Chávez, que practica un nuevo estilo de autoritarismo. En parte
provocador, en parte ejecutivo, en parte mago electoral, Chávez
ha adaptado la tiranía a los tiempos modernos.

El paracaidista que se convirtió en presidente: Chávez
El paracaidista que se convirtió en
presidente:
Chávez
ha consolidado su poder político y ha mantenido a sus aliados.

Durante los últimos años del siglo XX, Latinoamérica
parecía haberse librado, por fin, de la reputación que le conferían
las dictaduras militares. La ola democrática que barrió la región
desde finales de los 70 parecía imparable. Ningún país
latinoamericano, aparte de Haití, había recaído en el
autoritarismo. Hubo algunos golpes de Estado, por supuesto, pero todos culminaron
en el fracaso y el regreso del orden constitucional. Los sondeos en la zona
mostraban un apoyo creciente a la democracia y el clima parecía hostil
a los dictadores.

Entonces llegó Hugo Chávez, elegido presidente de Venezuela
en diciembre de 1998. El teniente coronel había intentado dar un golpe
seis años antes. Cuando fracasó, logró llegar al poder
a través de las urnas, y hoy va camino de cumplir una década
en su cargo. En este tiempo ha acumulado poder, ha acosado a sus rivales, ha
castigado a periodistas, ha perseguido a las organizaciones cívicas
y ha incrementado el control del Estado sobre la economía. Sin embargo,
también ha encontrado la forma de volver a poner de moda el autoritarismo,
si no con las masas, al menos con los suficientes votantes como para ganar
elecciones [las últimas las legislativas de diciembre pasado donde sólo
obtuvo un 25% de los votos]. Y, con su feroz retórica en contra de Estados
Unidos y el neoliberalismo, Chávez se ha convertido en un símbolo
para muchos izquierdistas en todo el mundo.

Numerosos expertos, e indudablemente los partidarios de Chávez, se
resisten a reconocer que Venezuela es una autocracia. Al fin y al cabo, Chávez
gana votaciones, muchas veces con ayuda de los pobres. Ésa es la peculiaridad
de su régimen. Ha eliminado prácticamente la contradicción
entre autocracia y contienda política. Es más, su triunfo no
es sólo resultado de su carisma ni de unas circunstancias extraordinarias.
Chávez ha adaptado el autoritarismo a la era democrática. En
un año en el que habrá elecciones en varios países latinoamericanos -entre
ellos, México y Brasil-, su fórmula para el liderazgo puede
inspirar a otros dirigentes en la región. Y su fama internacional puede
hacer que, de aquí a no mucho, otros hombres fuertes de fuera de Latinoamérica
también quieran intentar adoptar la nueva imagen Chávez.

EL DISFRAZ DEMOCRÁTICO
En Venezuela no hay ejecuciones en masa ni campos de concentración.
La sociedad civil no ha desaparecido, como ocurrió en Cuba tras la revolución
de 1959. No existe un terrorismo de Estado sistemático con miles de
desaparecidos, como en Argentina o Chile durante los 70. Y, desde luego, no
hay una burocracia entrometida y represiva como en el Pacto de Varsovia. De
hecho, en Venezuela existen todavía una oposición activa y ruidosa,
una prensa combativa y una sociedad civil vibrante y organizada. En otras palabras,
es un país que parece casi democrático.

Sin embargo, por lo que respecta a la responsabilidad y los límites
del poder presidencial, la situación no es halagüeña. Chávez
ha conseguido tener el control absoluto de todas las instituciones del Estado.
En 1999 diseñó una nueva Constitución que eliminó el
Senado y, de esa forma, dejó una sola Cámara con la que negociar.
Como Chávez no disponía más que de una mayoría
limitada en esta legislatura unicameral, reformó las normas del Congreso
para permitir que las leyes importantes se puedan aprobar por mayoría
simple, sin necesidad de alcanzar los dos tercios. Gracias a esa norma, Chávez
obtuvo la aprobación del Congreso para ampliar el Tribunal Supremo de
20 a 32 magistrados, y ocupó los nuevos cargos con revolucionarios -que
es como se llaman los chavistas a sí mismos- declarados.

En Venezuela existe todavía
una oposición activa y ruidosa, una prensa combativa y una sociedad
civil vibrante. Un país que parece casi democrático

Asimismo, Chávez es comandante en jefe por partida doble. Con el Ejército
tradicional ha obtenido un control político sin precedentes. La Carta
Magna eliminó la supervisión parlamentaria de los temas militares,
una modificación que le permitió depurar a los generales desleales
y promocionar a los fieles. Pero el mando de un solo Ejército no era
suficiente para él, así que, en 2004, empezó a reunir
una fuerza paralela de reservistas urbanos, que confía en ampliar de
los 100.000 miembros actuales a dos millones. En Colombia, los 10.000 paramilitares
de extrema derecha influyeron en el rumbo de la lucha contra la guerrilla.
Dos millones de reservistas pueden significar no tener que estar jamás
en la oposición.

Igualmente importante es el hecho de que Chávez dirige el instituto
encargado de supervisar las elecciones, el Consejo Electoral Nacional, y la
gigantesca Petróleos de Venezuela (PDVSA), que suministra la mayor parte
de los ingresos del Gobierno. Su dominio del organismo electoral permite pasar
por alto las irregularidades electorales cometidas por el Estado. Su poder
sobre el sector petrolero permite que el Estado gaste todo el dinero que quiera,
y eso resulta muy útil en periodos electorales.

Es decir, Chávez controla la legislatura, el Tribunal Supremo, dos
Fuerzas Armadas, la única fuente importante de ingresos del país
y la institución que vigila las normas electorales. Por si fuera poco,
una nueva ley de medios de comunicación autoriza al Estado a supervisar
el contenido informativo y un código penal revisado le deja encarcelar
a cualquier ciudadano por mostrar "falta de respeto" a funcionarios
del Gobierno. Además, con la publicación en Internet de las listas
de votantes y sus tendencias políticas -incluido el dato de si
firmaron la petición para que hubiera un referéndum de censura
en 2004-, Venezuela ha logrado practicar la petición de responsabilidades
a la inversa. El Estado vigila y castiga a los ciudadanos por las acciones
políticas que desaprueba, en lugar de lo contrario. Si democracia es
controlar el poder de los gobernantes, Venezuela está muy lejos de eso.

POLARIZA Y VENCERÁS
Los pasos de Chávez para hacerse con el poder se han encontrado con
protestas de sus adversarios. Entre 2001 y 2004, más de diecinueve manifestaciones
masivas, múltiples caceroladas y una huelga general en PDVSA paralizaron
el país. Un golpe le apartó brevemente de su cargo en abril de
2002. Poco después, y pese a los obstáculos interpuestos por
el Consejo Electoral, la oposición logró reunir en dos ocasiones
las firmas suficientes -3,2 millones en febrero de 2003 y 3,4 en diciembre
de 2003- para pedir un referéndum de censura presidencial.

Pero la cosa sólo llegó hasta ahí. Chávez venció en
el plebiscito de 2004 y la oposición se vino abajo. Para muchos analistas,
su capacidad para mantenerse en el poder es fácil de explicar: los pobres
le adoran. Su argumento es que puede que sea un caudillo, pero, a diferencia
de otros, da la imagen de un auténtico Robin Hood. Con su retórica
integradora y su derroche a la hora de gastar, sobre todo desde finales de
2003, Chávez ha abordado las necesidades espirituales y materiales de
los pobres venezolanos, que, en 2004, representaban el 60% de los hogares del
país.

Ahora bien, reducir sus triunfos políticos a un caso de redención
social es ignorar la complejidad de su figura y el peligro del precedente que
está creando. Es innegable que Chávez ha llevado programas sociales
innovadores a unos barrios que el Estado venezolano y el sector privado habían
abandonado en manos de las bandas criminales. También impulsó uno
de los aumentos más espectaculares del gasto público en los países
en vías de desarrollo: del 19% del PIB en 1999 a más del 30%
en 2004. Sin embargo, no ha mejorado ningún parámetro importante
de pobreza, educación o igualdad. Y, lo que es peor, los pobres tampoco
le apoyan en masa. Casi todos los sondeos revelan que al menos el 30% de ellos
desaprueba su labor. Y se puede decir que, entre el 30% y el 40% del electorado
que se abstiene en las elecciones, la mayoría es de rentas bajas.

Pedir ayuda: manifestantes de la oposición se enfrentan con la policía durante una manifestación en una barriada pro Chávez en diciembre de 2002.
Pedir ayuda: manifestantes
de la oposición se enfrentan con la policía durante una
manifestación en una barriada pro Chávez en diciembre de
2002.

La incapacidad de Chávez para controlar a los pobres es el factor fundamental
que ayuda a entender su nuevo estilo de dictadura, que podríamos llamar "autocracia
competitiva". Un autócrata competitivo tiene apoyo suficiente
para competir en las elecciones, pero no tanto como para aplastar a la oposición.
La coalición de Chávez engloba a sectores de los pobres, la mayor
parte de un Ejército minuciosamente depurado y muchos políticos
de izquierdas marginados desde hace tiempo. En ese sentido, Chávez se
diferencia de otros dos tipos de dictadores: el autócrata impopular,
que cuenta con pocos partidarios y tiene que recurrir a la represión,
y el autócrata con comodidad, que se enfrenta a escasa oposición
y puede relajarse en el poder. La oposición a Chávez tiene demasiada
fuerza para ser objeto de una represión descarada, aparte de que las
consecuencias internacionales serían insostenibles. De modo que Chávez
mantiene una apariencia de democracia, y eso le obliga a ser más listo
que la oposición. Su solución no es prohibir, sino enfrentarse.
Ha descubierto que puede concentrar el mando más fácilmente frente
a una oposición violenta que a una prohibida, y, al actuar de esa forma,
está reescribiendo el manual sobre cómo ser autoritario en estos
tiempos. He aquí el método.

Atacar a los partidos políticos. Después del golpe fallido de
1992, Chávez decidió probar suerte en las elecciones en 1998.
Su estrategia de campaña tenía un tema fundamental: la maldad
de las fuerzas políticas. Sus ataques a la partitocracia eran más
frecuentes que sus críticas del neoliberalismo, y el mensaje cayó bien
en el electorado. Como en la mayoría de los países en vías
de desarrollo, el descontento respecto a los partidos existentes era profundo
y generalizado, por lo que atrajo a la izquierda y a la derecha, a los jóvenes
y a los viejos, al votante tradicional y al no votante. Este mensaje no sólo
le dio la victoria, sino que, en diciembre de 1999, hizo posible que se aprobara
una de las constituciones más contrarias a los partidos de todas las
democracias latinoamericanas. Su plan para concentrar el poder empezaba bien.

Polarizar la sociedad. Después de asegurarse el puesto, el autócrata
competitivo tiene que polarizar el sistema político. Con esta maniobra,
vacía el centro y mantiene la unidad dentro de sus filas. Reducir el
tamaño del centro político es crucial para el autócrata
competitivo. En la mayoría de las sociedades, el centro ideológico
está muy poblado, y eso es un problema para los aspirantes a autoritarios,
porque los votantes moderados no suelen escoger a extremistas.

La solución es provocar a los rivales para arrinconarles en posiciones
extremas. El ascenso de los dos polos opuestos divide el centro: la izquierda
moderada, horrorizada ante la derecha, oscila hacia la izquierda radical, y
lo mismo ocurre en el otro lado. El centro nunca desaparece, pero sí disminuye.
Gracias a ello, nuestro aspirante a autócrata tiene la posibilidad de
obtener más de un tercio de los votos en cada elección, quizá incluso
la mayoría. Chávez logró polarizar el sistema ya en octubre
de 2000 con su Decreto 1011, por el que pensaba nacionalizar los colegios privados
y cargar de ideología la enseñanza pública. La oposición
reaccionó como era de prever: se vio invadida por el pánico,
se movilizó y adoptó una firme postura de defensa del statu
quo
.
El centro empezó a desaparecer.

El populismo de Chávez
es grandilocuente, pero selectivo. Sus partidarios reciben favores inimaginables
y sus detractores reciben insultos

Entre tanto, los partidarios de Chávez estaban llenos de energía
y no se quejaban mientras iba colonizando las instituciones que obstaculizaban
su poder. Esta energía dentro del movimiento es esencial para el autócrata
competitivo, que, en realidad, corre más riesgo de discrepancias internas
que los dictadores impopulares porque la coalición que le apoya es más
heterogénea. Por eso tiene que identificar constantemente mecanismos
para aliviar las tensiones internas. La solución es sencilla: agrupar
a las bases descontentas mediante recompensas generosas y provocar a la oposición
para que siempre haya un monstruo contra el que alzarse.

Repartir la riqueza de forma selectiva. Quienes suponen que el populismo de
Chávez beneficia a los ciudadanos con arreglo a las necesidades, y no
a la utilidad política, no entienden la autocracia competitiva. Su populismo
es grandilocuente, pero selectivo. Sus partidarios reciben favores inimaginables,
sus detractores insultos. Negar los despojos a los adversarios, al mismo tiempo
que se despilfarra el botín entre los partidarios, tiene la ventaja
añadida de que indigna a los que no están en su bando y alimenta
la polarización que necesita. Chávez cuenta con enormes recursos.
Al fin y al cabo, es uno de los consejeros delegados más poderosos del
mundo en uno de los negocios más rentables del mundo: el de vender petróleo
a Estados Unidos. PDVSA, cuyas ventas en 2005 ascendieron, según se
calcula, a 84.000 millones de dólares (unos 71.000 millones de euros),
posee las quintas reservas de oro negro de propiedad estatal del planeta y
los mayores ingresos de Latinoamérica después de PEMEX, la petrolera
estatal de México. Como PDVSA participa en la venta de crudo al por
mayor y al por menor en EE UU (es dueña de CITGO, una de las mayores
empresas de refino y distribución en aquel país), sus ganancias
están aseguradas.

Ahora bien, dedicarse a repartir el dinero del petróleo no es suficientemente
polarizador. Chávez necesita conflictos, y su reciente expropiación
de tierras privadas se los ha proporcionado. A mediados de 2005, el Ejecutivo,
en cooperación con los gobernadores y la Guardia Nacional, comenzó a
incautarse de tierras. En agosto y septiembre se expropiaron más de
100.000 hectáreas, y el Gobierno anunció que tiene intención
de hacerse con más. La Constitución sólo autoriza las
expropiaciones cuando la Asamblea Nacional las ha aprobado o la propiedad ha
sido declarada abandonada. Pero Chávez ha encontrado otra vía:
poner en tela de juicio los títulos de propiedad y afirmar que los terrenos
son propiedad del Estado. Sus partidarios se han apresurado a aplaudir la medida
como propia de Robin Hood. Como es natural, un Gobierno interesado de veras
en ayudar a los pobres habría podido limitarse a distribuir parte de
las tierras que ya posee, el 50% del territorio venezolano, en su mayoría
baldío. Pero regalar tierras estatales sería una medida que no
indignaría a nadie.

Dejar que la burocracia se descomponga. Algunas dictaduras, como la de Myanmar
(antigua Birmania), tratan de alcanzar la legitimidad a base de establecer
el orden; otras, como la china, mediante la prosperidad económica. Ambos
tipos necesitan una burocracia de primera categoría. Un autócrata
competitivo como Chávez no necesita ese nivel de competencia. Puede
dejar que la burocracia se deteriore, con una excepción: las oficinas
de recuento de votos. Tal vez la mejor prueba de que Chávez fomenta
el caos de la Administración es el movimiento de entradas y salidas
en el Gobierno. Es imposible tener políticas coherentes cuando a los
ministros no les da tiempo ni a decorar sus despachos. Por término medio,
Chávez cambia más de la mitad de su Gabinete cada año.
Y, sin embargo, está construyendo una poderosísima máquina
electoral. Al frente de las elecciones se encuentran las mejores mentes y los
técnicos más hábiles. Uno de los magos
electorales
es
el discreto ministro de Hacienda, Nelson Merentes, que dedica más tiempo
a preocuparse por los comicios que a la solvencia fiscal. La tarea asignada
a Merentes está clara: extraer el mayor número posible de escaños
de unos resultados electorales mediocres. Una labor que exige conocer a la
perfección las complejidades de los sistemas electorales, manipular
eficazmente el reparto de distritos, movilizar a nuevos votantes, conocer con
detalle las tendencias políticas y, por supuesto, tener una pizca de
marrullería. Es indispensable una buena cabeza para los números.
Merentes, cosa que no puede sorprender, es matemático de formación.


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Los resultados están a la vista. En Venezuela, para renovar un pasaporte
hacen falta meses; en cambio, en menos de dos años, se han inscrito
más de 2,7 millones de nuevos votantes (casi 3.700 nuevos votantes diarios),
según El Universal, un diario de Caracas favorable a la oposición.
Para el referéndum de censura, el Gobierno estuvo añadiendo nombres
a la lista hasta 30 días antes de la votación, por lo que fue
imposible comprobar las irregularidades. Se nacionalizó e inscribió por
la vía rápida a más de 530.000 extranjeros en menos de
20 meses, y se transfirió a más de 3,3 millones de votantes a
nuevos distritos electorales.

Los estrategas electorales de Chávez han descubierto, asimismo, cómo
aprovechar el doble sistema electoral del país, en el que el 60% de
los escaños se eligen de forma individual y el resto se distribuye entre
las listas de candidatos elaboradas por los partidos. El sistema está pensado
para favorecer a la segunda formación más votada. El partido
que vence en las elecciones nominales pierde varios escaños según
el método de representación proporcional, y éstos se asignan
al que va detrás.

Para manipular la maquinaria, el Gobierno ha adoptado el sistema de las morochas,
que en la jerga local quiere decir "gemelas". Los agentes gubernamentales
crean un nuevo partido, que se presenta por separado en las elecciones individuales.
De esa forma, Chávez evita la penalización que sufre normalmente
el partido que gana en ambos sistemas y los escaños que irían
a parar a la oposición quedan en manos de la misma gente que ha ganado
los escaños individuales, precisamente lo que el sistema pretendía
evitar. Por ejemplo, en las elecciones locales de agosto de 2005, los chavistas
obtuvieron el 77% de los cargos en la ciudad de Valencia, con sólo el
37% de los votos. Sin las morochas, el Gobierno habría obtenido el 46%.
La legalidad de muchas estrategias electorales del Ejecutivo es dudosa, y ahí es
donde resulta útil tener el control del Consejo Electoral Nacional y
el Tribunal Supremo. Hasta el momento, ninguno de los dos órganos ha
fallado en contra de ninguna acción electoral del Gobierno.

El hombre que está en todas partes

El petróleo y una ideología expansiva hacen
que la influencia de Chávez no conozca límites

Fidelidad: el presidente venezolano tiene un amigo leal en Cuba.
Fidelidad: el
presidente venezolano tiene un amigo leal en Cuba.

Cuando Hugo Chávez viaja, la controversia le sigue de cerca.
En los últimos años, las peregrinaciones del líder
venezolano han empezado a parecerse a un espectáculo itinerante
de tema antiamericano. Hace hincapié en visitar países
enfrentados con Estados Unidos -Cuba, Irán y Libia-,
en los que se le considera un hombre de Estado valiente y progresista.

Pero Chávez no sólo vende sus peroratas antiamericanas.
Su potente mezcla de ideología y dinero del petróleo
hace que se inmiscuya cada vez más en la política interna
de los países vecinos, para enorme frustración de algunos
dirigentes latinoamericanos. "Chávez está organizando
en toda Latinoamérica una campaña para inmiscuirse en
los procesos electorales de Colombia, México y Nicaragua",
dice el ex ministro mexicano de Exteriores Jorge Castañeda.

Una táctica que utiliza mucho Chávez es la de financiar
grupos de la sociedad civil que sean de izquierda y tengan aspiraciones
políticas. En Nicaragua hizo campaña por el líder
sandinista marxista Daniel Ortega y le ofreció petróleo
barato. En Brasil, Chávez ha apoyado al Movimiento de los Sin
Tierra, que propugna una redistribución radical de las tierras.
El presidente venezolano ha intervenido activamente también
en Bolivia, donde ha financiado a los cocaleros. Evo Morales, el nuevo
presidente boliviano, ha adoptado la costumbre de llamar a Chávez "mi
comandante".

Toda Latinoamérica está llena de rumores sobre las maquinaciones
de Chávez, y a él parece gustarle que se difundan. El
Comercio
, de Ecuador, informó recientemente de que los miembros
de un grupo clandestino de izquierda habían recibido entrenamiento
militar en Venezuela. En México se han publicado informaciones
que apuntan a que la Embajada venezolana se ha convertido en un centro
de actividades contra el Gobierno. Venezuela no es suficiente para
Chávez.

 

Enemistarse con la superpotencia. Tras el referéndum de censura de
2004, en el que Chávez obtuvo el 58% de los votos, la oposición
cayó en estado comatoso, escandalizada no tanto por los resultados como
por la facilidad con la que los observadores internacionales avalaron la endeble
inspección de los resultados por parte del Consejo Electoral. Para Chávez,
el pasmado silencio de la oposición ha tenido sus pros y sus contras.
Le abrió el camino para nuevas intromisiones del Estado, pero le dejó sin
nadie a quien atacar. ¿Cuál fue la solución? Tomarla con
EE UU. Las arremetidas de Chávez contra Washington se intensificaron
a partir de finales de 2004. Despellejar a la superpotencia cumple el mismo
objetivo que enfrentarse a la oposición nacional: ayuda a unir y distraer
a su amplia coalición. Pero tiene una ventaja añadida: le gana
el afecto de la izquierda internacional.

Todos los autócratas necesitan el respaldo del mundo. Muchos lo buscan
a base de arrimarse a las superpotencias. El método de Chávez
consiste en ser un antiimperialista furibundo. No ha hecho todavía nada
para salvar a Venezuela de la pobreza, el militarismo, la corrupción,
el crimen, la dependencia del petróleo, el capitalismo monopolístico
o cualquier otro problema de los que preocupan a la izquierda internacional.
Tiene pocos triunfos socialdemócratas de los que presumir, y necesita
desesperadamente algo que cautive a la izquierda. Así que juega la baza
antiimperialista porque no tiene nada más.

Lo mejor de esta política es que, en definitiva, no importa cómo
reaccione EE UU. Si mira hacia otro lado (como hizo, más o menos, hasta
2004), da la impresión de que Chávez ha ganado. Si reacciona
de forma desmesurada, como está haciendo cada vez más en los últimos
meses, Chávez demuestra que tiene razón. Que los aspirantes a
autócratas tomen nota: atacar verbalmente a Washington es un método
poco arriesgado y muy rentable.

CAOS CONTROLADO
Al final, todos los regímenes autoritarios buscan el poder guiándose
por el mismo principio. Elevan la tolerancia de la sociedad respecto a la intervención
del Estado. Thomas Hobbes, el filósofo británico del siglo XVII,
ofrecía varios consejos para alcanzar este objetivo. Cuanta más
inseguridad afrontan los ciudadanos -cuanto más cerca viven de
la condición brutal de la naturaleza-, más agradecen la
intervención del poder del Estado. Es posible que Chávez no haya
leído a Hobbes, pero entiende su pensamiento a la perfección.
Por eso no tiene ninguna prisa en abordar las diversas crisis. En vez de reparar
el catastrófico sistema de salud del país, abre varios hospitales
militares a pacientes escogidos y lleva a médicos cubanos para que dirijan
clínicas provisionales. En vez de remediar la falta de competitividad
de la economía, ofrece subsidios y protección a los agentes económicos
en situación difícil. En vez de acabar con la inflación,
factor fundamental para aliviar la pobreza, establece controles de precios
y crea tiendas locales con precios subvencionados. En vez de promover derechos
de propiedad estables para impulsar la inversión y el empleo, aumenta
los puestos de trabajo del sector público.

Como casi todos los diseñadores de moda, Chávez no es del todo
original. Su estilo autoritario tiene varias influencias. Su antiamericanismo,
por ejemplo, es puro Castro; su utilización de los recursos estatales
para recompensar a los leales y castigar a los detractores es populismo latinoamericano
por antonomasia; y su propensión a llenar las instituciones de simpatizantes
está aprendida, seguramente, de varios presidentes con mentalidad de
mercado que gobernaron en los 90.

Chávez ha absorbido y fundido estas técnicas en un modelo coherente
de autoritarismo contemporáneo. El alumno está convirtiéndose
en maestro, y su programa resulta apropiado para el mundo postotalitario de
hoy, en el que la democracia en los países en vías de desarrollo
tiene la fuerza suficiente para sobrevivir a los golpes de Estado tradicionales,
pero se ve acosada por el caos institucional. Desde Ecuador hasta Egipto o
Rusia existe un inmenso terreno abonado para el autoritarismo competitivo.
Cuando el presidente de EE UU, George W. Bush, criticó a Chávez
tras la Cumbre de las Américas celebrada en noviembre en Argentina,
quizá se consoló con la idea de que es un lobo solitario en medio
de la ola de democracia que recorre el mundo. Pero Chávez ya ha aprendido
bastante bien a navegar esa ola, y es posible que otros sigan su estela.

 

¿Algo más?
El ascenso del autoritarismo competitivo sigue
siendo un terreno por explorar. Una excepción destacada
es el ensayo de Lucan Way Authoritarian State Building
and the Sources of Regime Competitiveness
in
the Fourth Wave: The Cases of Belarus, Moldova, Russia, and
Ukraine
(World Politics, enero de 2005). Marina
Ottaway ofrece una perspectiva más
general sobre el fenómeno en Democracy Challenged:
The Rise of Semi-Authoritarianism
(Carnegie Endowment
for International Peace, Washington, 2003).Un personaje tan pintoresco
como Chávez
ha generado su propia literatura. El periodista británico
Richard Gott ha escrito un interesante relato de su turbulento
ascenso al poder en Hugo Chávez and
the Bolivarian Revolution (
Verso,
Nueva York, 2005). Otros pormenorizados retratos son los de Cristina
Marcano y Alberto Barrera Tyszka, Hugo
Chávez sin uniforme
(Ed. Debate, Argentina,
2005), y Fausto Masó, Los amantes
del tango
(Ed. Debate, Argentina, 2004), un
ensayo que analiza las similitudes entre Fidel Castro y el
líder
venezolano. Un debate más variado y teórico sobre
el descenso de Venezuela hacia el autoritarismo es el que figura
en The Unraveling of Representative
Democracy in Venezuela
(Johns
Hopkins University Press, Baltimore, 2004), dirigido por Jennifer
McCoy y David Myers. 

¿Alguna vez ha oído hablar de un régimen
cada vez más fuerte a medida que tiene más oposición?
Bienvenidos a Venezuela, un país con un presidente carismático,
Hugo Chávez, que practica un nuevo estilo de autoritarismo. En parte
provocador, en parte ejecutivo, en parte mago electoral, Chávez
ha adaptado la tiranía a los tiempos modernos. Javier Corrales

El paracaidista que se convirtió en presidente: Chávez
El paracaidista que se convirtió en
presidente:
Chávez
ha consolidado su poder político y ha mantenido a sus aliados.
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