Acoso a la prensa, desprecio a Europa... La peligrosa deriva del gobierno conservador de Viktor Orban.
AFP/Getty Images
Con una mayoría de dos tercios en el Parlamento de Budapest se puede hacer casi todo: poner en marcha una llamada “revolución conservadora”, diseñar un nuevo país a medida ignorando cualquier crítica del exterior, elaborar una nueva Constitución sin tener en cuenta a los desunidos y deprimidos partidos de la oposición y que sólo podrá ser cambiada por un partido con mayoría de dos tercios en el Parlamento, acogotar a los medios de comunicación, procesar a ex primeros ministros, apropiarse de los fondos de pensiones privados para sanear las finanzas públicas, crear campamentos de trabajo forzoso para parados, desmantelar todas las instituciones del país colocando al frente sólo y exclusivamente a personas del propio partido que cumplen diligentemente las órdenes de la Central...
Todo esto está ocurriendo en Hungría desde que en abril de 2010 Viktor Orban, líder de partido conservador Fidesz (Unión de los Jóvenes Demócratas), ganó las elecciones generales .Y lo hizo de manera contundente: los ciudadanos estaban cansados de ocho años de gobiernos socialistas en los que no faltaron los escándalos de corrupción y durante los cuales el país estuvo incluso al borde de la bancarrota. Con un respaldo popular del 53% Orban, 47 años de edad, un ex liberal convertido en nacional-conservador, se puso a cambiar al país de arriba abajo, empezando por una nueva Constitución. Hablaba de crear un “Nuevo Orden”, enmarcado por los principios de raza, credo nacional, cristianismo y rechazo no sólo del comunismo, sino de la generación de políticos húngaros, con Gyula Horn a la cabeza, quienes en 1989 propiciaron la apertura de las fronteras con Austria, la posterior desaparición del Telón de Acero y la democratización del país.
Con esta nueva Constitución Viktor Orban se ha permitido todo: el Presidente es designado por él, los miembros del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas, las Fiscalías del Estado, el Banco Central, también. Además, al Tribunal Constitucional y al Consejo Presupuestario del Parlamento Nacional se les niega cualquier competencia en materia de control presupuestario o financiero, con lo que el Ejecutivo puede hacer lo que se le antoje. Por ejemplo, manipular las leyes de manera que se pueda juzgar con efectos retroactivos a los últimos tres primeros ministros socialdemócratas: Peter Medgyessy (2002-2004), Ferenc Gyurcsany (2004-2009) y Gordon Bajnai (2009-2010). ¿Sus pecados? Se definen como “crímenes políticos”: haber aumentado el endeudamiento público de un 53 a un 82%, no haber reformado las prestaciones sociales y no haber desmantelado suficientemente la Administración y el aparato estatal, cosas que tampoco hizo el propio Orban cuando presidió el gobierno entre 1998 y 2002. Entonces se le llegó a definir como “el Aznar español”. Las malas lenguas sugieren que el actual primer ministro nunca consiguió superar el hecho de haber sido derrotado dos veces en las urnas por el carismático Gyurcsany. Ahora habría llegado la hora de la venganza en forma de tribunales a la ...
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