Miles de personas participan en la "Marcha por Jesús" en Sao Paulo, Brasil. (Victor Moriyama/Getty Images)

El aumento de la diversidad de culto en la región latinoamericana ha ido acompañado de una mayor presencia de una determinada moral en los juegos políticos, en muchos casos asociada a una agenda contraria al avance de derechos de las mujeres.

A finales del siglo XIX, las mujeres podían abortar en Nicaragua si el embarazo ponía en riesgo su salud. En la tercera década del siglo XXI, no. La vuelta a la presidencia del país de Daniel Ortega en 2007, cargo que ya había ocupado entre 1985 y 1990, trajo consigo un retroceso en los derechos reproductivos de las mujeres, aprobados en un lejano 1893. El apoyo de las iglesia católica y evangélica a quien fuera líder sandinista tenía contraprestaciones.

“El poder que han cobrado las iglesias fundamentalistas, las evangelistas y las católicas, en Latinoamérica y en Nicaragua, es de antes de Ortega, de los años 90 con la ola neopentecostal. En el caso de Nicaragua, la vuelta de Ortega es quien mejor lo representa, o quien mejor ha moldeado esa estrategia de pacto con las iglesias fundamentalistas”, relata por teléfono una activista feminista nicaragüense que pide no ser nombrada para evitar tener problemas en su país.

Cuando el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ganó las elecciones en 2018, su primera aparición pública incluyó un rezo evangélico dirigido por un pastor. No sorprendió. “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos” fue su lema de campaña. “Es un paso para un hombre, pero en la historia de los evangélicos en Brasil es un salto”, dijo a finales de 2021 André Mendonça, hasta entonces ministro de Justicia brasileño, al ser nombrado juez en el Tribunal Supremo.

El catolicismo ortodoxo, los credos evangélico y neopentacostal… la presencia de diferentes religiones en las instituciones políticas y democráticas de América Latina es cada vez más evidente. Pero no es inédita. En la región, “con algunas diferencias por países, los Estados laicos han sido ficcionados”, sostiene Diana Granados, investigadora del Fondo Lunaria, un fondo de mujeres colombiano. “No es nuevo, pero a partir de los 90 empieza esta afrenta o esta acción de manera más fuerte”, continúa la experta.

El aumento de esta presencia coincide con un incremento de la diversidad religiosa, tras décadas de monopolio católico. Como se recoge en el Documento de Trabajo ‘¿De movimientos religiosos a organizaciones políticas? La relevancia política del evangelismo en América Latina’, de la Fundación Carolina, el evangelismo en la región comenzó a principios del siglo XX, pero es sobre todo a partir de los 80 y 90, coincidiendo con varios procesos democratización, cuando comienza a tener un papel más relevante. Y la tendencia está en cierta manera influenciada por lo que sucede en Estados Unidos. “Estas Iglesias buscaban contrarrestar la aparición de ideologías que desafiaban la presencia estadounidense en la región, ya fueran laicas —en sus formas comunistas, socialistas, nacionalistas o tercermundistas— o religiosas, como la teología de la liberación”, recoge el citado análisis. El director del Observatorio de América Latina de la Fundación Jean Jaurès, Jean-Jacques Kourliandsky, lo corrobora: “Las mayorías pentecostales votan por las derechas”.

De partidos a grupos de presión

Bibiana Ortega lleva años estudiando las conexiones entre política y religión, con especial énfasis en el caso de Colombia, al que dedicó su tesis doctoral. Su análisis determina que la forma de participación política de las iglesias evangélicas ha variado su método: “Inicialmente optaron por utilizar partidos políticos evangélicos propios y no fue una estrategia viable. Después, han pasado a convertirse en un mecanismo o grupo de presión. Y, en medio de lo que llamo cambios sociales profundos y del conflicto que hay entre conservadurismo y progresismo en América Latina, sí han logrado tener un espacio ante la opinión pública y ser tenidos en cuenta cuando se discuten temas que tienen que ver con la moral cristiana”.

Feministas con pañuelo verde cubriendo sus rostros sostienen una pancarta como acto de rebelión contra el movimiento Pro Vida durante el mitin Pro vida "Unidos por la vida" en Bogotá. (Eric Cortés/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

La eutanasia y el aborto son sus principales ejes de discusión. “Los grupos evangélicos y pentecostales no son homogéneos. A veces pueden consolidar una agenda política más o menos homogénea ante la opinión pública, como con su rechazo al aborto y a la eutanasia, pero ante otros temas no hay unidad como tal”, continúa la profesora de la Universidad Pontificia Javeriana de Colombia. Ante los próximos comicios en el país, Diana Granados recuerda algunos nombres que concurrirán a las urnas, como la coalición evangélica Colombia Justa Libres o el pastor Alfredo Saade, que irá en las listas de la coalición de izquierdas Pacto Histórico. “Esto sorprende un poco: hay actores que se pronuncian progresistas o de izquierdas, pero que frente a los temas de derechos de las mujeres o de la diversidad sexual son bastante conservadores. Lo vimos en Ecuador con [Rafael] Correa, y ni qué decir en Nicaragua con Ortega, también en Venezuela”, sostiene Granados.

Un análisis similar ofrecen María Esther del Campo y Jorge Resina, docentes de la Universidad Complutense y autores del documento de la Fundación Carolina; recuerdan que los grupos evangélicos “se han convertido en el sustento ideológico de las derechas que resurgen en Latinoamérica, o en un aval para la derechización de los populismos en crisis que aún están en el poder”. Aun así, los autores matizan que los evangélicos también han apoyado a candidatos de izquierda, “porque en última instancia su posición es estar con quien va a ganar”, y ofrecen el ejemplo del actual presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Paradójicamente Morena, el partido detrás de López Obrador, cuenta como secretario de Educación y Formación Política con el filósofo Enrique Dussel, uno de los fundadores de la Filosofía de la Liberación, corriente de alguna forma hermanada con la teología de la liberación.

Esta escuela religiosa, que tuvo mucho peso en América Latina en la segunda mitad del siglo XX, hace una lectura propia de los evangelios y la pone en práctica a través del compromiso social con las capas más empobrecidas. “Desde la fe se intenta ver y cambiar este mundo profundamente injusto con un compromiso radical”, explica a esglobal el teólogo de la liberación Osvaldo Parma. Y aprovecha para criticar los fundamentalismos religiosos: “No solo el islámico, también el judío y el cristiano. Los ejemplos son abundantes y claros. Hace unos años, Dussel ponía el ejemplo de George W. Bush arrasando Afganistán, declarando a medio mundo terrorista… una suerte de cristianismo cruzado genocida. Hoy vemos este fundamentalismo en Bolsonaro, por ejemplo, ayudándose o apoyándose en esos grupos evangélicos”.

Supliendo al Estado

El continente americano es la región con el mayor número de personas católicas en el mundo, retratan los datos demoscópicos, que también reflejan una tendencia decreciente. El último Latinobarómetro indica que la confianza en las instituciones sigue liderada por las Iglesias (61%, seguida por las Fuerzas Armadas con un 44%), si bien todavía por debajo del pico que alcanzó en 2000 (77%). “Hay grandes variaciones” según los Estados, se lee en el informe, que cita el caso de Chile como el más sintomático: la confianza en la Iglesia en este país cayó hasta el 31% de 2020, un derrumbe de 41 puntos porcentuales con respecto a 1995. Hoy es “uno de los más agnósticos de la región” (35%), con una caída del catolicismo de 23 puntos porcentuales en el mismo período. “Los cambios valóricos en ese país juegan un papel en los acontecimientos políticos y sociales que están teniendo lugar”, resalta el estudio. Los datos y los porcentajes esconden matices y análisis complejos.

“Hay dos modelos de ser sociales en estos momentos en América Latina: el conservadurismo religioso y el progresismo, tanto en el plano religioso como en el político. Ya no hay una sola visión en términos del ser social, una visión que estaba sopesada por el cristianismo, sino que tenemos una sociedad en la que hay creyentes, no creyentes y creyentes con muchas maneras de practicar su espiritualidad y su fe. En el plano práctico frente a la opinión pública, ahora no tenemos como individuo una sola forma para tomar decisiones políticas, tenemos múltiples identidades”, expone Bibiana Ortega. Los profesores de la Universidad Complutense hablan, por su parte, de “pluralismo religioso”. E incluso de los nuevos sectores a los que se acercan las iglesias evangélicas. De inicio, la ausencia de Estados del bienestar fuertes en la región, relata Diana Granados, hizo que estas morales fueran bien recibidas entre las clases más empobrecidas y vulnerables. 

“Ante la carencia de garantías al acceso a los derechos básicos, aparecen estas iglesias, que entran a cubrir parte de estos vacíos con redes de solidaridad, con apoyos para el acceso a la educación, con relaciones de afecto, con proyectos productivos”, explica la investigadora colombiana, quien realza la importancia “de lo sensible y emocional”, en ocasiones despreciado en el análisis sociológico. Granados explica al respecto que los católicos “han perdido cierto poder en la cotidianeidad. En cambio, el evangelismo está ahí todos los días, con los ritos, con los cultos… y está presente en zonas donde la iglesia católica no llega, como las áreas rurales donde el sacerdote va una vez al mes o a la semana, mientras que hay pueblos de 7.000 habitantes con siete iglesias evangélicas”.

Esta descripción también sirve para Nicaragua. La activista nicaragüense que prefiere no ser identificada argumenta que, en muchas comunidades recónditas en las que no llega el Estado, las iglesias evangélicas son la única referencia de institución y rigen muchas veces la convivencia porque son el único referente de autoridad. El Cuaderno de Trabajo de la Fundación Carolina sostiene que los evangélicos se están acercando ahora a las clases menos numerosas, a los estratos medios y altos, “aunque manteniendo la importancia de los sectores más pobres y vulnerables, su público objetivo de siempre, los pobres de solemnidad”. Del Campo y Resina escriben que “ya no solo persiguen llenar sus templos, sino que los que lleguen a ellos sean personas que tengan mayor incidencia pública”.

El poder mediático y económico de estas nuevas iglesias también es algo palpable y recogido en estudios sobre el tema. “Se definen como empresas religiosas”, escribe Kourliandsky. Esta idea la apuntala Diana Granados: “No son solo conservadores en términos sociales, sino que claramente están metidos en economía y profundizan el modelo neoliberal, que hace también que puedan sobrevivir porque son emporios económicos muy fuertes”. Desde la Fundación Carolina completan esta dimensión empresarial: “Cuentan con un gran despliegue mediático gracias a que poseen emisoras, canales de televisión y redes sociales, que ponen a disposición de este nuevo proyecto político-económico neoliberal”.

Redes antiderechos

El Fondo Lunaria ha liderado, junto con el Fondo de Mujeres Calala, una amplia investigación sobre “ataques a la democracia en América Latina y Europa”. El trabajo, de reciente publicación, refleja que existe una estrategia organizada que busca un retroceso en los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI, y en la democracia liberal. Es en ese ámbito donde las diversas morales religiosas juegan un papel importante.

Grupos conservadores, ultraderechistas y ultracatólicos se manifiestan bajo el lema ‘feminidad sí, y masculinidad también’ en una marcha organizada por la plataforma ‘Mujeres del Mundo’. (Marcos del Mazo/LightRocket via Getty)

El Documento de Trabajo de la Fundación Carolina también recuerda que estos movimientos no se vertebran solo en el ámbito local o regional, sino que se articulan en redes globales. “En los últimos años hay una tendencia a lo que algunos autores llaman el secularismo estratégico: tienes actores antiderechos en diferentes escalas sociales y no son solo religiosos, sino también en las ONG, universitarios… Hay unos temas foco, hay oleadas de ataques, por un momento es violencia de género, o los derechos de las personas trans, o la educación sexual, o los derechos de los niños y de las niñas. Son puntas de lanza que debajo traen otros temas”, explica a esglobal Granados. Comparten, por tanto, una parte de la agenda política, la que Bibiana Ortega ha llamado “la contramovilización religiosa o conservadora” porque “estas organizaciones se han unido para trazar estrategias a lo largo de América Latina en respuesta a las estrategias que el movimiento feminista y el movimiento LGTB han trazado para hacer defender sus derechos”.

Nicaragua sirve otra vez de ejemplo. Cuando Ortega vuelve al Gobierno en 2007, “empiezan acciones en contra del movimiento feminista, al que reconoce como un contrincante en medio de este marco del discurso conservador en el que se quiere amparar”, remarca la activista feminista, que narra los hechos. Primero puso una denuncia en contra de nueve feministas por haber acompañado a una niña que sufría violencia sexual a interrumpir su embarazo. Después se produjo la denuncia contra organizaciones feministas e incluso el allanamiento a sus sedes, además de una campaña de deslegitimación y difamación en los medios de comunicación que controla el Gobierno. A partir de 2014, la policía comenzó a bloquear las manifestaciones. Y finalmente, a raíz del estallido social de abril de 2018, varias militantes feministas están en prisión, como Tamara Dávila. Como cierra Diana Granados, “las prácticas discursivas al tiempo tienen consecuencias reales muy fuertes”.