The New Egalitarianism
(El nuevo igualitarismo)

Anthony Giddens y Patrick Diamond (editores), 224 págs., Polity
Press, Cambridge,
Reino Unido, 2005 (en inglés)


Los ensayos incluidos en este volumen ofrecen una visión de conjunto
de algunos de los argumentos más interesantes e innovadores sobre cómo
está cambiando el concepto de desigualdad en nuestros días, y
sobre qué medidas se pueden adoptar para enfrentarse a ella.

La pieza central es un texto en el que los autores se proponen definir y hacer
operativo el nuevo igualitarismo, en este caso con especial referencia al desarrollo
de la desigualdad económica en el Reino Unido. Como en La tercera
vía
,
un trabajo anterior de Giddens, el nuevo igualitarismo de una socialdemocracia “revisionista” queda
delimitado mediante una serie de comparaciones con respecto al viejo igualitarismo
de la izquierda “tradicional”.

En comparación con el viejo (que se centra exclusivamente en la seguridad
y redistribución económicas), el nuevo igualitarismo se basa,
sobre todo, en la eficiencia productiva y el dinamismo de la economía.
Mientras el objetivo del antiguo era “la eliminación de las diferencias
de clase y la búsqueda de la igualdad de estatus”, la meta del
nuevo consiste en “equiparar las oportunidades en la vida generación
tras generación nivelando…”. Si el de antes pretendía
garantizar la justicia social dentro del Estado-nación sobre la base
de “una coalición nacional fundamentada en la solidaridad entre
clases”, el de ahora “admite que el apoyo a la diversidad étnica
y cultural pueda verse afectado en aras de la solidaridad social necesaria
para un Estado de bienestar sólido”.

Mientras aquél ponía el énfasis casi de manera exclusiva
en los derechos sociales, éste admite un equilibrio entre derechos y
responsabilidades, y acepta condicionar las prestaciones sociales (por ejemplo, “retirar
la prestación por hijos a los padres de alumnos que falten a clase sin
justificación y que estén poco dispuestos a colaborar, o reducir
las ayudas a la vivienda en el caso de inquilinos conflictivos”). Por último,
el nuevo igualitarismo se centra no sólo en “la distribución
tradicional de los ingresos”, sino también en las acciones que
modifican la asignación inicial de la riqueza y de las donaciones productivas,
como en el caso de la reciente creación de una cartilla de ahorro e
inversión para niños subvencionada por el Gobierno británico
(Child Trust Fund).

En cuanto a la teoría política, Giddens y Diamond suscriben
de buen grado las prioridades de Wolfgang Merkel:

  • Luchar contra la pobreza, no sólo por la desigualdad económica
    en sí, sino porque (sobre todo la duradera) limita la capacidad del
    individuo para conquistar su autonomía y autoestima.
  • Crear los más altos niveles de educación y formación
    posibles, sobre la base de un acceso igualitario y justo para todos.
  • Garantizar un puesto de trabajo para todos aquellos que lo deseen
    y tengan la capacidad necesaria para desempeñarlo.
  • Lograr un Estado de bienestar que ofrezca protección y garantice
    la dignidad humana.
  • Limitar las desigualdades de ingresos y riqueza si entorpecen la
    consecución
    de los cuatro primeros objetivos o ponen en peligro la cohesión de
    la sociedad.

En la práctica, esto significa facilitar el acceso al empleo, ampliar
las oportunidades de obtener educación y formación, invertir
en “capital social”, aumentar la calidad de la vivienda social,
mejorar la responsabilidad y la calidad de los servicios públicos (sobre
todo para los pobres), trasladar los recursos del Estado de bienestar a un
Estado de “inversión social”, reformar el régimen
tributario (sin aumentar necesariamente la carga fiscal a aquellos con mayores
ingresos), mejorar la regulación del mercado laboral (incluso aumentando
el salario mínimo) y adoptar medidas respecto a la fiscalidad de las
transmisiones patrimoniales (tal vez utilizando lo recaudado para financiar
un sistema universal de donaciones de capital).

Otros ensayos de la recopilación abordan la idea de un nuevo igualitarismo
más o menos de forma tangencial. Tal vez la aportación más
sustanciosa sea la de Esping-Andersen, que sugiere que los patrones que se
han llegado a asociar a la nueva pobreza a lo largo de los últimos veinte
años pueden estar experimentando un cambio en sí mismos, y reflejar
cierta tendencia (internacionalmente muy variable) en contra del aumento de
la desigualdad en la última década. Este cambio se debe, en buena
medida, a la mayor participación de la mujer en el mercado laboral y
las nuevas pautas de obtención de ingresos en los hogares.

También se encuentran una versión del argumento de Richard Wilkinson –quien
sostiene que la igualdad, y no sólo los niveles absolutos de prestación
de asistencia social, es importante para obtener resultados en materia de salud– y
un interesante ensayo de Ulrich Beck, que analiza las asimetrías entre
nacionales y extranjeros en los diferentes Estados europeos de bienestar y
en el propio Estado de bienestar de la UE.

Todos los autores comparten la idea de que hay aspectos nuevos (así como
algunos muy viejos) en el fenómeno de la desigualdad hoy, y suscriben
de una u otra forma la teoría de Giddens y Diamond acerca de un nuevo
igualitarismo. Diamond tiene algunas cosas interesantes que decir sobre la
desigualdad en el Reino Unido en la actualidad. Sin duda, se puede argumentar
(por muy obvio que sea) que el dilema entre igualdad de oportunidades e igualdad
de resultados no es real. Resulta acertado dar crédito al (Nuevo) Partido
Laborista por las medidas que han adoptado para atajar la pobreza, especialmente
entre los niños (aunque este libro es, a buen seguro, demasiado optimista
respecto a estos logros, sobre todo teniendo en cuenta la evidencia de que
la movilidad social casi no da muestras de mejora). Pero todavía siguen
existiendo, por lo menos, tres problemas.

En primer lugar, buena parte de la teoría de Diamond y Giddens no se
refiere en absoluto al binomio desigualdad/igualdad, sino a una mayor cohesión
social, una ambición encomiable pero muy distinta. En segundo lugar,
el viejo igualitarismo no es realmente como ellos lo describen. Es cierto que
sirve de contrapunto del nuevo, pero no se puede identificar con lo que alguna
vez creyeron o sin duda hicieron los socialdemócratas de la corriente
principal en el Reino Unido. En tercer lugar, sus ambiciones (por ejemplo,
respecto al igualitarismo de la riqueza) son demasiado modestas. La verdad
es que el nuevo igualitarismo tiene muy poco de igualitario.

Igualitarios eficientes. Chris Pierson


The New Egalitarianism
(El nuevo igualitarismo)

Anthony Giddens y Patrick Diamond (editores), 224 págs., Polity
Press, Cambridge,
Reino Unido, 2005 (en inglés)


Los ensayos incluidos en este volumen ofrecen una visión de conjunto
de algunos de los argumentos más interesantes e innovadores sobre cómo
está cambiando el concepto de desigualdad en nuestros días, y
sobre qué medidas se pueden adoptar para enfrentarse a ella.

La pieza central es un texto en el que los autores se proponen definir y hacer
operativo el nuevo igualitarismo, en este caso con especial referencia al desarrollo
de la desigualdad económica en el Reino Unido. Como en La tercera
vía
,
un trabajo anterior de Giddens, el nuevo igualitarismo de una socialdemocracia “revisionista” queda
delimitado mediante una serie de comparaciones con respecto al viejo igualitarismo
de la izquierda “tradicional”.

En comparación con el viejo (que se centra exclusivamente en la seguridad
y redistribución económicas), el nuevo igualitarismo se basa,
sobre todo, en la eficiencia productiva y el dinamismo de la economía.
Mientras el objetivo del antiguo era “la eliminación de las diferencias
de clase y la búsqueda de la igualdad de estatus”, la meta del
nuevo consiste en “equiparar las oportunidades en la vida generación
tras generación nivelando…”. Si el de antes pretendía
garantizar la justicia social dentro del Estado-nación sobre la base
de “una coalición nacional fundamentada en la solidaridad entre
clases”, el de ahora “admite que el apoyo a la diversidad étnica
y cultural pueda verse afectado en aras de la solidaridad social necesaria
para un Estado de bienestar sólido”.

Mientras aquél ponía el énfasis casi de manera exclusiva
en los derechos sociales, éste admite un equilibrio entre derechos y
responsabilidades, y acepta condicionar las prestaciones sociales (por ejemplo, “retirar
la prestación por hijos a los padres de alumnos que falten a clase sin
justificación y que estén poco dispuestos a colaborar, o reducir
las ayudas a la vivienda en el caso de inquilinos conflictivos”). Por último,
el nuevo igualitarismo se centra no sólo en “la distribución
tradicional de los ingresos”, sino también en las acciones que
modifican la asignación inicial de la riqueza y de las donaciones productivas,
como en el caso de la reciente creación de una cartilla de ahorro e
inversión para niños subvencionada por el Gobierno británico
(Child Trust Fund).

En cuanto a la teoría política, Giddens y Diamond suscriben
de buen grado las prioridades de Wolfgang Merkel:

  • Luchar contra la pobreza, no sólo por la desigualdad económica
    en sí, sino porque (sobre todo la duradera) limita la capacidad del
    individuo para conquistar su autonomía y autoestima.
  • Crear los más altos niveles de educación y formación
    posibles, sobre la base de un acceso igualitario y justo para todos.
  • Garantizar un puesto de trabajo para todos aquellos que lo deseen
    y tengan la capacidad necesaria para desempeñarlo.
  • Lograr un Estado de bienestar que ofrezca protección y garantice
    la dignidad humana.
  • Limitar las desigualdades de ingresos y riqueza si entorpecen la
    consecución
    de los cuatro primeros objetivos o ponen en peligro la cohesión de
    la sociedad.

En la práctica, esto significa facilitar el acceso al empleo, ampliar
las oportunidades de obtener educación y formación, invertir
en “capital social”, aumentar la calidad de la vivienda social,
mejorar la responsabilidad y la calidad de los servicios públicos (sobre
todo para los pobres), trasladar los recursos del Estado de bienestar a un
Estado de “inversión social”, reformar el régimen
tributario (sin aumentar necesariamente la carga fiscal a aquellos con mayores
ingresos), mejorar la regulación del mercado laboral (incluso aumentando
el salario mínimo) y adoptar medidas respecto a la fiscalidad de las
transmisiones patrimoniales (tal vez utilizando lo recaudado para financiar
un sistema universal de donaciones de capital).

Otros ensayos de la recopilación abordan la idea de un nuevo igualitarismo
más o menos de forma tangencial. Tal vez la aportación más
sustanciosa sea la de Esping-Andersen, que sugiere que los patrones que se
han llegado a asociar a la nueva pobreza a lo largo de los últimos veinte
años pueden estar experimentando un cambio en sí mismos, y reflejar
cierta tendencia (internacionalmente muy variable) en contra del aumento de
la desigualdad en la última década. Este cambio se debe, en buena
medida, a la mayor participación de la mujer en el mercado laboral y
las nuevas pautas de obtención de ingresos en los hogares.

También se encuentran una versión del argumento de Richard Wilkinson –quien
sostiene que la igualdad, y no sólo los niveles absolutos de prestación
de asistencia social, es importante para obtener resultados en materia de salud– y
un interesante ensayo de Ulrich Beck, que analiza las asimetrías entre
nacionales y extranjeros en los diferentes Estados europeos de bienestar y
en el propio Estado de bienestar de la UE.

Todos los autores comparten la idea de que hay aspectos nuevos (así como
algunos muy viejos) en el fenómeno de la desigualdad hoy, y suscriben
de una u otra forma la teoría de Giddens y Diamond acerca de un nuevo
igualitarismo. Diamond tiene algunas cosas interesantes que decir sobre la
desigualdad en el Reino Unido en la actualidad. Sin duda, se puede argumentar
(por muy obvio que sea) que el dilema entre igualdad de oportunidades e igualdad
de resultados no es real. Resulta acertado dar crédito al (Nuevo) Partido
Laborista por las medidas que han adoptado para atajar la pobreza, especialmente
entre los niños (aunque este libro es, a buen seguro, demasiado optimista
respecto a estos logros, sobre todo teniendo en cuenta la evidencia de que
la movilidad social casi no da muestras de mejora). Pero todavía siguen
existiendo, por lo menos, tres problemas.

En primer lugar, buena parte de la teoría de Diamond y Giddens no se
refiere en absoluto al binomio desigualdad/igualdad, sino a una mayor cohesión
social, una ambición encomiable pero muy distinta. En segundo lugar,
el viejo igualitarismo no es realmente como ellos lo describen. Es cierto que
sirve de contrapunto del nuevo, pero no se puede identificar con lo que alguna
vez creyeron o sin duda hicieron los socialdemócratas de la corriente
principal en el Reino Unido. En tercer lugar, sus ambiciones (por ejemplo,
respecto al igualitarismo de la riqueza) son demasiado modestas. La verdad
es que el nuevo igualitarismo tiene muy poco de igualitario.

Chris Pierson es profesor de la Facultad
de Ciencias Políticas en la Universidad de Nottingham (Reino Unido)
y director de
The British Journal of
Politics & International
Relations
(BJPIR, Nottingham).