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Estaba sentada en mi jardín [después de la Revolución Islámica] cuando un agente del Departamento de Justicia vino y me dio una carta [que decía] que ya no sería juez a partir de ese momento. Las mujeres de Irán habían vuelto a perder a otra de las suyas.
Podemos ser musulmanes y practicar la democracia. Sólo los regímenes no democráticos creen que islam y democracia son mutuamente excluyentes y [lo usan para] racionalizar su opresión [de otros].
He defendido muchos casos en mi carrera. Fui abogada en el caso de una serie de asesinatos ordenados por el ministro de Inteligencia contra opositores al Gobierno. Representé a un reportero asesinado en prisión. Fui la abogada de un estudiante que fue asesinado en una incursión de la policía en la residencia de la universidad de Teherán. Cada uno de ellos, a su manera, representa una violación de los derechos humanos.
Un líder político muestra a la gente el camino, avanzando al frente del pueblo y mostrándole la ruta. Un defensor de los derechos humanos –y yo lo soy–, por el contrario, camina detrás de la gente, y, si alguien queda atrás, toma su mano y le ayuda.
No le diré a nadie lo que hacer, si debe votar o no. Pero, como ciudad...
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