El mundo está mostrando su impotencia ante el régimen de Myanmar (antigua Birmania). Es más que preocupante. Es una indicación no sólo de que China, India, EE UU y la UE no han podido torcerle el brazo a la Junta Militar, sino de que alguno de ellos ni lo ha intentado. Es parte del nuevo realismo que está apoderándose de la política internacional, en contraste con el coraje del que han hecho gala los monjes budistas (son medio millón), que, al vivir de la caridad, se sintieron en deuda con sus compatriotas y salieron a defender las libertades con la fuerza (relativa) de su paz.

No es probable que unas tímidas sanciones internacionales hagan verdadera mella en la Junta Militar, que se siente respaldada por los intereses económicos de muchos países, comenzando por China, cuyo ascenso está perturbando muchas cosas en el mundo. En uno de sus últimos artículos (‘End of Dreams, Return of History’, Policy Review, agosto/septiembre de 2007), Robert Kagan –neoconservador reconvertido a la escuela realista– acierta al considerar que los chinos no comparten el punto de vista de que la política de potencia (power politics) sea cosa del pasado, y, sobre todo, constata dos fenómenos que vienen muy al caso. Por una parte, que Pekín y Moscú creen que “la autocracia es mejor que la democracia y esencial para prevenir el caos y el colapso”. Y por otra, que es demasiado pedir “a una dictadura que ayude a socavar otra dictadura”, por lo que “los dirigentes chinos serán siempre reticentes a imponer sanciones a autócratas cuando ellos mismos siguen sujetos a
sanciones por su comportamiento autocrático”.

Kagan no se refería a Birmania, pues lo escribió antes de esta crisis, pero su tesis es perfectamente aplicable a esta situación. Es parte del surgimiento –o resurgimiento– del poder de las no democracias en un mundo donde las democracias –con Abu Ghraib, Guantánamo, los vuelos secretos de la CIA por Europa o la erosión de las garantías procesales– han minado su credibilidad internacional. Incluso la famosa sociedad civil global, que se movilizó ante las embajadas de China en 12 ciudades del mundo, no ha logrado nada, ni siquiera la puesta en libertad de la opositora birmana Aung San Kuu Kyi, premio Nobel de la Paz. Es algo muy diferente a lo que pasó en Europa con las revoluciones, de terciopelo, naranja u otras a las que Estados Unidos y el Viejo Continente apoyaron con diversos medios. Es posible que los birmanos se las tengan que arreglar solos.

 

La crisis birmana se encuadra en el ascenso de las no democracias en un mundo donde las democracias han socavado su credibilidad internacional

 

Pekín teme que su vecino se desestabilice, lo que le abriría un flanco peligroso en un socio comercial de primera. Birmania tiene un pasado de violentos enfrentamientos étnicos –es un rompecabezas de sociedad–, en los que pueden verse implicados muchos chinos, muy presentes en la economía de Myanmar, como ya les ocurrió en Indonesia y en otros Estados de la región cuando arreció la crisis financiera de 1997. Birmania es también un Estado colchón, y fuente de energía y materias primas. Si se construye el oleoducto planeado, su territorio serviría para sortear el paso de crudo por barco en el disputado estrecho de Malaca; es otra salida al mar para China. Además, aunque el gigante asiático sea el vecino más influyente, ni siquiera parece poder imponerse a la Junta Militar, y a ésta le importa poco el resto del mundo. En la vecindad, significativamente, un país como India ha guardado silencio, pues también tiene grandes intereses en juego.

El famoso derecho de injerencia por razones humanitarias que impulsó el hoy ministro de Asuntos Exteriores francés, Bernard Kouchner (que realizó un informe sobre Birmania para la empresa Total en 2003 donde se revelaban estos intereses), ha servido para poco en este caso. El deber de proteger (R2P, right to protect en inglés) que adoptó la Asamblea General de la ONU (y que obliga a la propia Birmania) se refería tanto a los Gobiernos respecto a su propia gente como a Naciones Unidas a la hora de adoptar acciones colectivas si uno de sus miembros incumple de forma manifiesta esta obligación. Salvo algunas sanciones económicas tardías, estos buenos propósitos se han quedado en nada en Myanmar.

Sin embargo, en Pyongyang, especialmente debido a la presión de China y de Estados Unidos, la comunidad internacional sí ha logrado, en principio, torcer el brazo a Corea del Norte para que abandone su programa nuclear militar. Claro que ha sido a costa de reforzar el régimen, es decir, a costa de las libertades, los derechos humanos y el idealismo. Lo mismo podría acabar ocurriendo con Irán. La nueva era del realismo puede comportar menos sustos y desastres, como el de la invasión de Irak, que ha puesto de relieve, entre otras cosas, que aunque Estados Unidos es la mayor potencia, no es omnipotente. Lo ocurrido ante Rangún es un síntoma de una nueva impotencia global al intentar mejorar la suerte de mucha gente en el mundo.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.