El país necesita reducir la pobreza para afianzar su futuro liderazgo.

¿Cuánto cuesta un plato de comida en India? La pregunta ha atrapado a varios políticos vinculados al Gobierno indio en una postura difícil de sostener: 12 rupias –14 céntimos de euro­– son suficientes para pagar un plato nutritivo de arroz y verdura en Bombay, aseguraba el diputado Raj Babbar. Su compañero del Partido del Congreso Rasheed Masood exprimía aún más el presupuesto: con cinco se come en Nueva Delhi, apuntaba sobre otra de las ciudades más caras del país.

Sus respuestas han sido objeto de mofa porque las cantidades propuestas se aproximan más al precio de un vaso de té que a un menú completo. Pero estos políticos pretendía demostrar que la cifra oficial de pobreza en India es la correcta y que la tasa de necesitados ha bajado desde 2004, cuando la coalición que gobierna asumió el poder.

Los datos estatales muestran que el 22% de la población india vive bajo el umbral de la pobreza. Hace nueve años era el 37%, lo que, en el país de las cifras inmensas, equivale a pasar de 440 millones de personas a 260 millones de necesitados. El descenso es bienvenido, pero muchos desconfían de los números porque la fórmula para determinar la línea de la pobreza, conocida como baremo Tendulkar, sólo contempla a quienes gastan menos de 27 rupias al día por persona en las zonas rurales y 33 en las urbanas –menos de cuarenta céntimos de euro–. Un presupuesto demasiado bajo que deja fuera de la estadística a muchas personas que también viven en situación de riesgo.

El Gobierno indio es contradictorio en su discurso contra el hambre. Por un lado, defiende las cifras oficiales y celebra la reducción de la pobreza como consecuencia de su buena gestión. Por otro, ha batallado con la oposición para aprobar antes de fin de año una ley de seguridad alimentaria que proporcionará grano subvencionado a 813 millones de personas, es decir, el 75% de la población rural india y el 50% de la urbana, una cantidad que excede por mucho los números oficiales de pobreza que defiende.

 

Potencia desequilibrada

India ha aumentando su posición en el mercado global en las últimas décadas y ha conseguido una plaza en el grupo de los países BRIC, compuesto por las economías que podrían liderar el futuro donde también figuran Brasil, Rusia y China. Pero el último Índice Global del Hambre (GHI) indica que el gigante indio tiene una tasa alarmante, por encima de lo que le correspondería según su renta per cápita y diferente a la que presentan el resto de países en la lista de las economías emergentes: el GHI de Brasil y Rusia es bajo y el de China, moderado, pues el país se ha esmerado en reducir su tasa en más de un 50% en las últimas dos décadas. Mientras, la vecina India no ha llegado al 25%.

Si se desglosa, la cifra presenta también un dato preocupante: casi la mitad de los niños indios tienen un peso inferior al normal y presentan retrasos en el crecimiento, según el Barómetro de la Nutrición elaborado por la ONG Save the Children. El documento señala que el país ha fallado en los compromisos para paliar este problema y mejorar las condiciones de vida de quienes compondrán la fuerza de trabajo en la que se sustentará el desarrollo futuro.

“India ha hecho demasiado hincapié en el crecimiento económico con la esperanza de que éste resuelva el problema (del hambre)”, declaraba al diario Washington Post el jefe de Nutrición para la India de Unicef, Víctor Aguayo. Ésta parece ser una de las claves del debate: si la pobreza disminuye a la vez que crece la economía de un país o es necesario aplicar medidas correctivas para que todos se beneficien de las ganancias.

El crecimiento del producto interior bruto indio ha favorecido a la clase media y alta. Las cifras globales indican que la economía del país se aproxima al terreno de los más competitivos, pero dentro de las fronteras el reparto de los beneficios es desigual. La riqueza crece, pero también lo hace la brecha social porque los beneficios no llegan a los estratos más bajos. Y de esta forma, las florecientes industrias de la informática y las finanzas, esperanza de la economía india, no puede acoger a una masa de trabajadores poco preparados que ni siquiera pueden cubrir sus necesidades básicas, entre ellas la alimentación.

Para intentar solucionarlo, el Gobierno indio mantiene desde hace años un programa de distribución pública de alimentos, pero su gestión es mala, ya que la corrupción y los fallos logísticos impiden que una parte importante de los productos lleguen a sus destinatarios. Un informe sobre el despilfarro de comida mundial elaborado por el Instituto de Ingenieros Mecánicos del Reino Unido calcula que se tiran cada año 21 millones de toneladas de trigo en India debido a los malos sistemas de almacenaje y distribución que tiene el país. La comida se pudre, se pierde o llega sin supervisión a su destino, como ocurrió el pasado mes de julio, cuando 23 niños murieron envenenados tras consumir el menú de un colegio donde se seguía un programa gubernamental de nutrición infantil.

Con estos antecedentes, la nueva ley de seguridad alimentaria que acaba de aprobar el Gobierno ha resultado polémica. No atiende bien las necesidades nutricionales de un individuo y es demasiado ambiciosa. El crecimiento del PIB se ha reducido en el último ejercicio y el déficit preocupa a la sociedad, por eso algunos analistas advierten de que proporcionar grano subvencionado a dos tercios de la población puede resultar un gasto difícil de soportar. Sin embargo, la envergadura del programa también puede constituir una oportunidad para mejorar las infraestructuras del país y corregir las deficiencias que presenta el sistema de distribución de alimentos.

El hambre no es el único problema social que debe superar India para convertirse en una potencia equilibrada, pero sí es un factor que genera consecuencias en otros campos, como el sanitario, medioambiental y el educativo. Una masa de millones de ciudadanos que carecen de los alimentos mínimos no sólo socava la legitimidad moral de los dirigentes del país, sino que también puede amenazar el progreso del Estado porque limita las finanzas del Gobierno, el desarrollo potencial del mercado nacional, reduce la fuerza de trabajo y genera malestar social entre la población. La posición de India como motor económico es todavía una proyección de futuro que necesita afianzar varios pilares para poderse materializar.

 

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