India
Percibida como tolerante y una de las futuras potencias del siglo XXI, su imagen no se ciñe del todo a la realidad. Los derechos humanos y las desigualdades son las asignaturas pendientes de una India nuclear que, aunque aspira a liderar la tecnología de la información global, aún debe superar obstáculos y ganarse el título de mayor democracia del mundo.
“Es una potencia mundial responsable”
Todavía no. India posee un historial de injerencias en la política de sus vecinos más débiles del sur de Asia. La rebelión de 1971 en Pakistán, que dividió el país en dos, contó con ayuda de Nueva Delhi, cuyo Ejército, en la práctica, creó Bangladesh. Las sangrientas campañas de limpieza étnica que se desataron entonces produjeron posiblemente un millón de muertos. En los 80, los rebeldes tamiles de Sri Lanka iniciaron una cruel guerra civil desde la seguridad de sus bases en el Estado indio de Tamil Nadu (al sureste del país) con la ayuda de los servicios de inteligencia de Nueva Delhi. Sikkim, un pequeño reino budista de Tíbet, desapareció tras la maquiavélica manipulación de su población de etnia nepalesa por parte de la entonces primera ministra india, Indira Gandhi, que se dedicó durante los 70 y 80 a crear problemas en la región. Sólo recientemente, con el ex primer ministro Atal Bihari Vajpayee y el actual, Manmohan Singh, este tipo de actividades se han reducido.

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