El fracaso de un país es un problema arraigado

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Si hay algo que ha quedado claro desde que empezamos a publicar el Índice de Estados Fallidos en 2005, es que el fracaso de un Estado es un problema arraigado y que al mundo le falta todavía mucho para saber cómo arreglarlo. Cada uno de los 20 países que encabezan la clasificación de este año ha estado ya antes en él: Chad, la República Democrática del Congo e Irak no han conseguido nunca salir de los 10 primeros, y Somalia ocupa el indeseable primer puesto por quinto año consecutivo. Sin embargo, a pesar de la tendencia general al estancamiento —la puntuación media del índice, elaborado por el Fondo para la Paz y publicado anualmente por Foreign Policy, permanece más o menos sin cambios de un año para otro—, las revoluciones árabes de 2011 demuestran que los cambios radicales todavía son una posibilidad, aunque no una garantía de progreso. Las mayores modificaciones que se observan en el ránking de este año son las de Libia, Siria y Egipto, tres países que han subido de forma notable en la lista, lo cual nos recuerda que, si bien las revoluciones pueden debilitar o derrocar a los dictadores, también pueden provocar más inestabilidad. No obstante, también ha habido mejoras: Mogadiscio se encuentra en mitad del periodo más largo de paz relativa que ha experimentado en las dos últimas décadas. Estas mejoras pueden parecer poca cosa, pero al menos indican que, incluso en los peores casos de miseria humana, nada es eterno.