¿Caerá el país de nuevo en la trampa del populismo?


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En poco más de dos semanas, los colombianos se enfrentan a la penosa obligación de escoger entre la guerra y la paz en la segunda ronda de las elecciones presidenciales del 15 de junio, alimentadas por campañas populistas y engañosas. Pero peor será si más de la mitad de los votantes se abstiene otra vez en uno de los comicios más trascendentales en la historia moderna del país.

Normalmente, no debería ser así. Un candidato-presidente tiene las de ganar, pero Juan Manuel Santos dilapidó una ventaja abrumadora a base de tropiezos y desaciertos, sobre todo,  al caer en la trampa de su rival Óscar Iván Zuluaga y convertir las elecciones en un referéndum de facto sobre si continuar negociando o no la paz con la guerrilla más poderosa del continente, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Hay mucho más en juego, pero para ganancia de Zuluaga y detrimento de Santos, ambos transformaron las presidenciales en una triste pelea de gallos populistas, politiquería barata, y por tanto se entiende que 60% de los colombianos no acudieron a las urnas.

Casi 20 millones de colombianos no votaron en la primera ronda electoral. Zuluaga ganó con 3,8 millones de votos, el 29%. Por su parte, Santos obtuvo 3,3 millones de votos, el 26%. Perdió unos 6 millones de votos desde su aplastante victoria en 2010. Claro que casi la mitad de los que lo apoyaron entonces lo hicieron sólo porque el caudillo de muchos, Álvaro Uribe, así lo ordenó.

El uribismo es un movimiento disciplinado, motivado y bien organizado. El ex presidente Uribe es sin lugar a dudas el político más influyente de Colombia en los últimos 65 años. Es la antítesis de Hugo Chávez en Venezuela, un populista de extrema derecha, inmensamente carismático y además un administrador hábil.

Zuluaga, a quien nadie conocía antes de las elecciones, logró los votos que Uribe mandó y fueron en gran parte los que Santos perdió. La derrota de este último, sin embargo, se debe más al abstencionismo. Además, de los 3,8 millones de votos uribistas a Zuluaga, Santos perdió otros dos millones de papeletas desde su victoria en 2010.

Santos no genera confianza, tiene imagen de arrogante y parece que siempre esconde algo a la opinión pública, que opera entre las sombras. De ahí el fracaso de su campaña, que no solo drenó su popularidad en cuestión de meses, sino que además contagió esa desconfianza al proceso de paz.

Las negociones

Las FARC y el Gobierno colombiano siguen conversando en La Habana. Zuluaga y el uribismo han descrito las negociaciones como una estrategia encubierta para entregar al país a la guerrilla y al Castro-Chavismo.

Nada más lejano de la realidad. En las elecciones los colombianos han demostrado una vez más que son mayoritariamente de centro derecha, con una extrema derecha dominante, y fuerzas minoritarias de izquierda y de centro izquierda.

La candidata conservadora logró dos millones de votos, la de izquierda otros dos millones, el de centro un millón, y un último millón fueron papeletas en blanco o nulas. Cada partido en efecto ha dejado a sus seguidores votar a su antojo en la segunda vuelta.

Si  de nuevo sólo el mismo 40% acudiera a las urnas, la mayoría se decantaría por apoyar el proceso de paz, pero los comicios dependen del otro 60%. La principal razón por la que no votaron fue porque no quieren elegir entre la guerra y la paz, sino optar por propuestas concretas para mejorar sus vidas. Eso implica política económica y social, así como diplomacia, política agraria y defensa de los derechos humanos.

Zuluaga, por tanto, cavó su propia tumba. Tras su victoria, cargó nuevamente contra el proceso de paz y se comprometió en esencia a romperlo, pero menos de 48 horas después, claramente para lograr el respaldo del voto conservador, diluyó sus palabras y dijo estar dispuesto a negociar bajo ciertas condiciones.

Su cambio de postura le costará votos uribistas, aunque ganará algunos entre los que dudan del proceso de paz, pero prefieren esperar a ver cómo avanzan las negociaciones. El resultado neto en votos se verá, pero será insignificante. Es decir, fue un error cambiar de postura a última hora, porque su éxito se debe precisamente a su discurso belicista.

Dicho esto, no quiere decir que Santos logre beneficiarse. Tras su derrota, se comprometió sacudir su campaña. Pero sería un error caer de nuevo en el juego sucio, o peor, dedicarse a meter miedo sobre la guerra que Zuluaga traerá.

Tanto en el proceso de paz, como en temas económicos y sociales, Santos tiene mucho que defender. La economía colombiana ha crecido más que la mayoría de sus vecinos latinoamericanos y la inversión extranjera sigue aumentando. La gran deuda de Santos, y de sus predecesores, es la desigualdad, que sigue siendo de las peores del continente. Solucionar esto pasa por llevar a cabo una reforma agraria. Estas cuestiones forman parte de las negociaciones con las FARC.

Aunque los logros de Santos son insuficientes para Colombia, éste es mejor que volver al uribismo, su aislamiento diplomático, su obsesión con la izquierda y sus políticas cortoplacistas y populistas que no resuelven la raíz de la ingobernabilidad colombiana.

Si bien es cierto que el sistema político del país necesita de una urgente reforma, de una regeneración, el 60%, los indignados, los que no se sienten representados, no pueden perder de vista el momento histórico.

Guste o no, el 15 de junio es una elección entre dos países muy distintos, a pesar de que las opciones son entre extrema derecha y centro derecha. Zuluaga propone volver al pasado uribista, para muchos una época de prosperidad, y Santos apuesta por seguir con una evolución muy lenta.

Zuluaga quiere acabar por las armas con las FARC, algo engañoso, ya que la guerrilla no es ni tan débil ni tan impopular como los colombianos quisieran creer. Pero es una oferta muy persuasiva para muchos que están hartos de 50 años de guerra, que sumado al resto de conflictos sociales han causado 250.000 muertos, millones de víctimas y el mayor número de desplazados del mundo. Santos en cambio pide paciencia, y de hecho fe, porque aunque las cosas parecen avanzar en La Habana, la mayoría de colombianos sigue desconfiando.


Las apuestas

Los comicios colombianos son un termómetro de América Latina, porque pueden suponer la punta de lanza de una corrección populista a la derecha.

Las buenas relaciones en el continente se deben esencialmente a la paz pragmática que Santos firmó con el chavismo. Colombia, inclusive más que Estados Unidos, es determinante en el futuro venezolano por su capacidad desestabilizadora.

Santos concluyó que los perjuicios de liderar el antichavismo eran más que sus beneficios. Zuluaga no está de acuerdo. Y desequilibrar las fuerzas geopolíticas en la región entre el centro, izquierda y derecha encendería muchos fuegos en el continente.
Para Colombia, así como para Venezuela y el resto de América Latina, el desarrollo pasa por la estabilidad. Sin ella, no hay inversión extranjera, no hay inversión social, y se necesitan ambas.

Le queda a los colombianos indignados por tanto elegir no solo el destino de su país, sino también hacia qué lado se mueve el péndulo en el continente a lo largo de esta década.

El populismo ha sido dañino en la historia latinoamericana, tanto de izquierdas como de derechas. Y el abstencionismo de las elecciones de junio decidirá si se cae de nuevo en la trampa.

 

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