En las economías avanzadas como la española, donde los costes laborales son altos y donde se cuenta con infraestructura, salud y educación adecuadas, estabilidad institucional y macroeconómica y mercados laborales, financieros y de productos razonablemente sofisticados y regulados, el crecimiento económico es una función directa de la innovación, de la capacidad de las empresas de combinar recursos y crear nuevos productos o servicios, nuevos procesos o nuevos mercados, en relación a otras economías avanzadas.

El futuro de la economía española y su capacidad productiva relativa a la de otras regiones dependerá pues de la calidad de su capital humano, así como del empuje de su tejido empresarial; de su capacidad de producir ideas valiosas en determinados sectores, así como de traducir esas ideas en empresas viables y competitivas. Ninguno de estos dos factores es sustitutivo del otro; cada uno de ellos es necesario pero no suficiente. El capital humano y las ideas son inútiles desde un punto de vista económico si no hay una empresa capaz de emplearlos de manera efectiva, y las empresas simplemente no pueden competir con éxito sin acceso a capital humano y nuevas ideas.

La crisis económica mundial ha puesto en evidencia las debilidades competitivas de España tanto en términos de actividad empresarial como de innovación en comparación a otras economías avanzadas, y es precisamente en esas áreas en las que se deberán enfocar los esfuerzos de las políticas públicas y de todos los agentes sociales en los próximos años. El objetivo no debe ser alcanzar niveles razonables en ambos aspectos, sino niveles competitivos. La clave estará en desarrollar ventajas competitivas, sostenibles y distintivas en comparación con otras economías avanzadas.

 

MÁS EMPRESA

Google, Apple, Intel o Microsoft no surgen de la nada, sino que son frutos de un fértil caldo de cultivo social, cultural, institucional, financiero y académico. Estas cuatro empresas son responsables de más de 230.000 empleos directos, 160.000 millones de dólares de ventas anuales, millones de empleos indirectos y billones de dólares en mejoras de la productividad en todo el mundo. La más antigua de ellas fue creada en 1968.

Según el Global Entrepreneurship Monitor (GEM), elaborado anualmente por Babson College y una red internacional de investigadores que incluye el Instituto de Empresa en España, la capacidad de un país de incubar empresas depende entre otros factores de variables culturales tales como las percepciones subjetivas de coste, beneficio y riesgo de crear una empresa frente al empleo por cuenta ajena, la actitud general frente al fracaso, el estatus social asociado con el éxito empresarial o la percepción de oportunidades y fuentes de financiación.

Los datos del GEM de 2009 describen a un español medio que se siente bien capacitado para crear empresas (más incluso que el alemán, el francés o el inglés y casi tanto como el americano), pero que percibe menos oportunidades que el resto, que tiene casi tanto miedo al fracaso como el japonés (y mucho más que el estadounidense) y que tiene uno de los niveles más bajos de intención de crear una empresa.

España parece ser una de las economías avanzadas donde se concede menos prestigio social al empresario exitoso y donde menos atención mediática se presta a la iniciativa empresarial. El resultado de este entorno cultural es una de las menores tasas de actividad empresarial motivada por nuevas oportunidades, y uno de los niveles más bajos en cuanto a expectativas de crecimiento, de innovación y de proyección internacional de entre todas las economías avanzadas.

Además de los aspectos culturales, las estructuras jurídicas e institucionales tampoco parecen estar a la altura de otros países desarrollados. Según el estudio Doing Business del Banco Mundial, España ocupa en 2010 el puesto 62 en cuanto a facilidades para establecer una nueva empresa, lo que supone un descenso de 11 posiciones en relación a 2009. España puntúa razonablemente bien en cuestiones como el cumplimiento de contratos, obtención de crédito, procedimientos de liquidación o registro de propiedad; obtiene resultados mediocres en obtención de permisos de construcción, cotización tributaria y arancelaria y protección de inversores, y suspende tanto en creación de nuevas empresas como en rigidez laboral.

Dar la vuelta a esta situación, tanto en cuestiones administrativas como en las culturales, no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana ni por decreto, sino que requerirá tiempo, compromiso estratégico a largo plazo y la participación de las distintas administraciones, así como de la comunidad empresarial, las universidades y hasta los medios de comunicación. El sistema educativo deberá encontrar nuevas formas de colaborar con la empresa y de incorporar un mayor contenido de formación financiera y empresarial a todos los niveles, los medios deberán reflexionar sobre la cobertura de los éxitos empresariales, y las administraciones deberán revisar las barreras implícitas que puedan estar poniendo freno a la actividad empresarial.

 

MÁS INNOVACIÓN

Los datos sobre innovación son si cabe aún más sombríos. En el Academic Ranking of World Universities, una comparación anual basada en datos objetivos de producción científica, no figuraba en 2009 ni una sola universidad española entre las 100 primeras, y sólo una, la Universidad de Barcelona, aparecía entre las 200 primeras (hay que irse al grupo de las 300 primeras para encontrar otras tres más, Autónoma de Madrid, Complutense y Valencia). Por especialidades, ni en ciencias naturales y matemáticas ni en ingeniería ni en agricultura ni en ciencias sociales hay una universidad española entre las 100 mejores del mundo, y sólo en medicina se cuela la Universidad de Barcelona entre las 100 primeras. Las instituciones estadounidenses dominan las tablas, pero varios centros del Reino Unido, Europa continental y Japón, e incluso de países pequeños, como Suiza, Israel, Dinamarca, Corea, Singapur o Taiwan, tienen centros en posiciones más que respetables.

Si los resultados de los clubes españoles en la Champions League fueran la mitad de malos que los de las universidades, rodarían cabezas de presidentes y entrenadores, y el mercado de fichajes se revolucionaría de inmediato. La diferencia es que los sistemas de gobierno y de toma de decisiones en la universidad española no permiten nada parecido: ni los rectores tienen la autoridad suficiente para seleccionar y compensar a sus plantillas académicas de la manera que más les convenga ni disponen de mecanismos adecuados de financiación privada que puedan complementar las inversiones públicas, ni la sociedad tiene mecanismos efectivos de toma de responsabilidades de sus universidades. El contribuyente, de hecho, no tiene ni siquiera el recurso de reemplazar a los rectores de sus universidades que no cumplan con sus expectativas, ya que las autoridades académicas son elegidas por los propios profesores por ley. En el símil futbolístico, es como si fueran los jugadores del Real Madrid quienes eligieran a su entrenador y a su presidente en lugar de hacerlo los socios.

España no parte de una mala posición. Los logros en economía y protección social en las últimas décadas son reales. Pero sería peligroso dar por hecho que el progreso continuará por arte de magia

El debate sobre el estado de la educación superior y la investigación en España suele derivar a cuestiones de financiación pública. Pero la financiación no es el único factor que determina los resultados de un sistema universitario. En el campo de la educación empresarial, por ejemplo, España ha producido tres de las mejores escuelas del mundo (ESADE, IE e IESE, en estricto orden alfabético), a pesar de que ninguna recibe financiación pública. En Estados Unidos, nueve de las diez mejores universidades son privadas.

El sistema universitario y de investigación español no funciona lo suficientemente bien, y cuanto antes lo reconozcamos antes se podrán buscar soluciones. Es vital para el futuro de la economía española que se plantee una reforma estructural del sistema universitario e investigador, que, por ejemplo, dote a los consejos sociales de autoridad supervisora independiente real, conceda autonomía a las universidades en materias de contratación y compensación de personal académico e investigador, permita nuevos mecanismos de financiación privada (posibilitando entre otras cosas la participación de la universidad en los beneficios comerciales que emanen de su investigación), y elimine las barreras aún existentes para atraer investigadores de otros centros dentro o fuera de España. Sería aconsejable experimentar con nuevos esquemas corporativos y de gobierno, estableciendo nuevas instituciones independientes o reconvirtiendo entidades existentes en fundaciones privadas o híbridas.

 

MIRANDO EL FUTURO

España es una de las 10 mayores economías del mundo y una de las 25 más prósperas en términos de renta per cápita (de las 12 más ricas si se excluyen las pequeñas naciones de menos de diez millones de habitantes). El español medio genera recursos económicos del mismo orden de magnitud (aproximadamente unas dos terceras partes) de lo que genera un holandés o un americano, casi 10 veces más de lo que genera un chino y 30 veces lo que genera un indio. El Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (una combinación de esperanza de vida, educación y PIB per cápita) sitúa a España entre los países de mayor bienestar del mundo.

Estos logros son el resultado de décadas de modernización, inversión en infraestructuras, educación y salud, y estabilidad macroeconómica alcanzada en el seno de la Unión Europea. Son logros dignos de celebración, pero no dejan de ser medidas del éxito pasado, y no predictivos del futuro, como hemos descubierto de forma dolorosa en los últimos dos años.

España no parte de una mala posición. Los logros en materia de economía y protección social en las últimas décadas son reales. Pero sería muy peligroso dar por sentado que el progreso continuará por arte de magia. Es el momento de invertir en innovación y en medidas que fomenten la actividad empresarial, de establecer un plan estratégico nacional de competitividad y de aglutinar esfuerzos de todos los agentes sociales. En una economía global con cada vez menos barreras para el flujo de inversiones, mercancías y servicios, hay mucho en juego para España.