Partidarios de los hutíes se manifiestan contra el Gobierno central en Saná. (Mohammed Huwais/AFP/Getty Images)
Partidarios de los hutíes se manifiestan contra el Gobierno central en Saná. (Mohammed Huwais/AFP/Getty Images)

El país se encuentra en la situación más delicada desde que comenzaron las revueltas en 2011. Si las partes implicadas no llegan a un consenso habrá un conflicto en el que no ganará ningún grupo y Yemen saldrá derrotado.

La complicada transición de Yemen se encuentra en la encrucijada más peligrosa que ha atravesado desde 2011. Los hutíes, un movimiento chií zaidí también conocido con el nombre de Ansar Allah, están movilizándose en la capital y organizando manifestaciones para reclamar la destitución del Gobierno y la reanudación de los subsidios al combustible que se eliminaron en julio. Pero lo más preocupante es que sus partidarios tribales -muchos de los cuales están vinculados al ex presidente Alí Abdulá Saleh, derrocado en las revueltas de 2011- están levantando campamentos de protesta en las afueras de la ciudad, con la amenaza implícita de un asedio o una invasión militar. La situación es tensa y existe una auténtica posibilidad de violencia. Para superar la situación será necesario volver a los principios básicos acordados en la Conferencia de Diálogo Nacional (CDN) que concluyó en enero de 2014: rechazar la exclusión política y resolver las diferencias mediante la negociación política.

Durante más de un año, los hutíes lucharon contra varios enemigos en el extremo norte del país y ampliaron su control territorial al mismo tiempo que debatían el futuro del mismo en la CDN. Muchos yemeníes, entre ellos los miembros del partido de Saleh, el Congreso General del Pueblo (CGP), y los seguidores del presidente Abdo Robo Mansur Hadí, aplaudieron discretamente al ver cómo los hutíes combatían y debilitaban a una coalición informal de enemigos comunes: el clan al Ahmar, los salafistas y varias filiales tribales y militares del partido islamista suní, Islah. Sin embargo, cuando los hutíes capturaron la ciudad de Amran, a 50 kilómetros al norte de Saná, se apoderaron de una base militar y mataron a su comandante, la dinámica política cambió. Aumentó la inquietud nacional e internacional por la posibilidad de que los hutíes –cuyas aportaciones positivas a la CDN les habían granjeado el respeto de muchos sectores-, en realidad, no estuvieran tan entregados a la causa del cambio pacífico y la pluralidad, tal como habían denunciado siempre sus detractores.

El debate sobre las verdaderas intenciones de los hutíes se intensificó a finales de julio, después de que el Gobierno de consenso, repartido entre el CGP y el antiguo bloque de oposición –incluido Islah-, eliminara los subsidios al combustible. Con la amenaza de la bancarrota, el Estado no podía hacer otra cosa, pero la forma de acabar con las subvenciones, de pronto y sin una campaña de información pública ni una estrategia general y transparente de reformas económicas, fue un desastre político. Los hutíes aprovecharon la situación de inmediato y movilizaron a ciudadanos de todas las tendencias políticas. Hubo protestas para exigir que se restablecieran los subsidios, se destituyera al Ejecutivo y se pusieran en práctica las recomendaciones ...