Los europeos y los estadounidenses pueden aprender unos de otros.

 

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Aunque al principio me parecía absurdo, tenía mucho sentido. Tras unos meses en mi primer trabajo en España no entendía por qué no caía bien a varios compañeros, hasta que un amigo me explicó que “no se puede entrar a la oficina todos los días con una sonrisa y decir siempre que estás bien…. Bueno, se puede decir que estás bien, pero siempre tienes que añadir algo malo, o la gente va a pensar que eres demasiado perfecta y les vas a caer fatal”.

Eso fue una revolución para mi mentalidad estadounidense. Cuando vemos a alguien y le preguntamos “¿cómo estás?” la única respuesta aceptable es “bien” o “muy bien”, porque realmente no nos interesan los problemas de los demás. Además, nos resulta de mala educación contar nuestros problemas a la gente que no pertenece a nuestra familia o amigos íntimos.

A lo largo de los quince años que llevo en España he aprendido muchas lecciones interculturales (tantas que, cuando estoy en mi país, me parecen raros  algunos de nuestros comportamientos). El resultado es que me vivo rodeada de actuaciones contradictorias por tener un pie en España y otro en EE UU y, aunque entiendo que vivir de forma indefinida en otro país no es para todo el mundo, sin duda las relaciones transatlánticas se podrían beneficiar más de las veces que los ciudadanos que viven entre las dos orillas cruzan el charco.

Ojalá mis compatriotas pudieran experimentar un sistema público de salud por sí mismos. Comprobar que se pueden controlar las armas, eliminar la pena muerte y vivir más seguros (no menos, como piensan algunos). Vendría bien que más estadounidenses pudieran llegar a entender el valor de ciertas protecciones legales de los trabajadores y la calidad de vida que conllevan unas vacaciones mínimas garantizadas. También, el transporte público mejora la calidad de vida, no lo hace, necesariamente, el tener más coches circulando, algo que he aprendido de primera mano en España. Un estudio alemán, publicado recientemente, afirma que  azotar a los niños pequeños está relacionado con la posterior violencia en la sociedad. Ésta es una práctica bastante normal hoy en día en EE UU, pero muy rara en Europa. Por tanto, es una lección vital para los estadounidenses.

Por otro lado, los españoles se podrían beneficiar de ciertas lecciones sobre el espíritu competitivo de Estados Unidos, reemplazando a la envidia, que impide a las personas alcanzar sus metas. Esto va mano a mano con el espíritu emprendedor: debemos tener claro que no hay ningún trabajo para toda la vida y que a veces nosotros mismos creamos nuestras mejores oportunidades. De hecho, el saber reinventarse es quizás la mejor costumbre de mi país y es una capacidad que tiene mucho valor en economías como la española que experimentan momentos tan difíciles. A pesar de ser profesora universitaria, creo que otra cosa que los españoles podrían aprender de los estadounidenses es el dejar de coleccionar una serie de grados, másters y otros estudios superiores y, simplemente, ponerse a emprender algo. Además, algo que esté hecho con pasión, con la autoestima alta que te deje pensar: “sí, puedo” y con la persistencia y la voluntad de cambiar de ciudad o país si es necesario para cumplir nuestros objetivos  .

Por ejemplo, cuando pensamos en intercambios educativos, pensamos en Erasmus y, automáticamente, en mucha cerveza. Pero este programa es una herramienta importante de la diplomacia pública, es decir, es un medio fundamental utilizado por los gobiernos para comunicarse con los ciudadanos de otros Estados con el fin de crear una opinión pública positiva sobre su país y sus habitantes. La Unión Europea financia este programa y EE UU hace lo propio con Fulbright para crear relaciones y opinión pública favorable a largo plazo, algo que, solamente, se puede construir cuando la gente pasa un determinado período de tiempo en otro país y aprende el idioma y la cultura del mismo.

Los jóvenes necesitan y merecen toda la educación que podamos aportarles, pero el proceso no debería acabar ahí. Mi propuesta para mejorar las relaciones transatlánticas (una relación imprescindible para los dos continentes) es la creación de intercambios laborales para personas de todas las edades. Hay tantas cosas que podemos aprender unos de otros. Muchas de ellas abarcan temas relacionados con la madurez del mundo de trabajo. El tiempo que llevo en España me han cambiado profundamente, pero no fue fácil conseguir esta experiencia y no todo el mundo es tan aventurero. Los intercambios de estudiantes tardan años en producir resultados, pero los profesionales podrían resultar en colaboraciones más inmediatas. Ya estamos negociando un tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos, ¿por qué no introducir en las negociaciones un acuerdo transatlántico para expedir permisos de trabajo temporal para facilitar el movimiento entre ambas orillas del océano? Quién sabe, quizás los europeos puedan llegar a ser un poco más como los estadounidenses y los estadounidenses puedan parecerse un poco más a los europeos.

 

 

 

 

 

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