Un cartel que muestra a Milorad Dodik sobre el referéndum en Banja Luka, República Srpska, Bosnia y Herzegovina. (STR/AFP/Getty Images)
Un cartel que muestra a Milorad Dodik sobre el referéndum en Banja Luka, República Srpska, Bosnia y Herzegovina. (STR/AFP/Getty Images)

¿Cómo retroalimentar e instrumentalizar un conflicto que por ahora no cala pero que en un futuro puede cambiar?

Cuenta el periodista Zoran Nikolić que en 1937 se inauguraba la Feria de Belgrado. Un año después llegaba a sus instalaciones el primer televisor visto en la capital yugoslava. Aterrizaba directamente desde Holanda, fabricado por la marca Phillips. El evento dejó anécdotas simpáticas, como cuando el director de la feria, el señor Vasiljević, hizo una prueba frente a la cámara, y un periodista aplaudió directamente al televisor felicitándole: "¡Bravo, señor Vasiljević, bravo, bravo…!. Tuvieron que advertirle, con la risotada del respetable, que el director de la feria no podía escucharle. Según citan los medios de la época había testigos más entusiasmados si cabe: "¡Con este aparato ya nadie nos podrá mentir más!".

Difícil de decir que Yugoslavia no se habría fragmentado, pero no son pocos los que piensan que las guerras de secesión no se habrían producido si hubiera habido Internet. De hecho, sí lo había, aunque no era el Internet que conocemos hoy: dentro de Yugoslavia, entre 1989 y 1991 —hasta que Serbia y Croacia rompieron relaciones—, un grupo reducido de jóvenes familiarizados con la informática, entre Zagreb (MIPS BBS) y Belgrado (Sezam BBS), intercambiaban mensajes a través de la red de comunicación. La televisión, los periódicos o la radio, por el contrario, jugaron un papel determinante en la expansión de la propaganda de guerra. Frente a las cámaras se seguía mintiendo, como siempre se había hecho, pero la diferencia era que las mentiras llegaban a más gente y, además, servida al espectador como verdad en forma de noticiarios y reportajes.

Muy simbólica fue la masacre de Paraćin en 1987, cuando un recluta mató a cuatro compañeros, e hirió a otros cinco, en un cuartel militar. El periódico belgradense Politika publicaba en portada: ¡Tiroteo a Yugoslavia!, dejando caer que era un ataque contra los serbios perpetrado por un nacionalista albanés. Los medios lograron que el funeral de Srđan Simić se convirtiera en una manifestación de solidaridad serbia a la que acudieron 20.000 personas, y que varias tiendas, regentadas por albaneses, fueran echadas abajo por grupos de radicales desatados.

Si se coge un periódico de la región o se escucha un programa de noticias, lo habitual es que el periodista o comunicador en cuestión, informando sobre un suceso, distinga la nacionalidad del criminal o criminales en los siguientes términos: "un grupo de macedonios…", "tres albaneses…", "varias serbias…" o "un croata…", anulando el factor individual que subsiste bajo el acto cometido, otorgándole una condición colectiva y representativa tendenciosa, muchas veces tramposa y embustera. De hecho, según el peritaje posterior a la masacre de Paraćin, Aziz Keljmendi, de 19 años, natural de Lipljan, no estaba muy en sus cabales y había disparado a quien se le había ocurrido. Se omitió algo más en la información y, a los efectos, también algo más importante: solo una de las personas muertas era de nacionalidad serbia. Esto se supo más tarde, por supuesto sin que tuviera la trascendencia debida.

Bosnia y Herzegovina, y la región en general, afrontan su momento político más delicado desde el final de la guerra. Más que un cambio relevante del escenario político, lo que se ha producido es una retahíla de declaraciones amenazantes y de retórica nacionalista como no se conocía desde las guerras de los 90. 20 años después de las primeras elecciones democráticas celebradas en Bosnia y Herzegovina tras la guerra (1992-1995), el presidente de la República Srpska (entidad bosnia de mayoría serbia), Milorad Dodik, anunciaba que iba a celebrar un referéndum. La pregunta era si los ciudadanos apoyaban que el 9 de enero, el día de la fundación de la entidad durante la guerra y el día de San Esteban (Sveti Stefan), fuera el día nacional de la República Srpska. La Corte Constitucional de Bosnia había determinado que con esa decisión se violaban los derechos del resto de nacionalidades que integran la entidad. Dodik se defendió diciendo que era la voluntad popular, que el 80% de las decisiones de la corte no se cumplían y que organizaba el referéndum sí o sí.

Entonces apareció en escena Sefer Halilović, ex comandante de la Armija bosníaca, declarando: "mi mensaje para [Dodik] es que detenga las provocaciones y humillaciones porque, si nos cabrea, vamos a terminar con él en poco tiempo". Nada importa que Halilović sea poco influyente, presida un partido irrelevante y se encuentre fuera de los focos de la política bosnia. Inmediatamente después, el ministro serbio de Asuntos Exteriores, desde Belgrado, acusó al líder bosníaco en la presidencia bosnia, Bakir Izetbegović — que no desautorizó las declaraciones—, de estar detrás de ellas y añadió: "muestran que hay planes de guerra, se basan en la estimación de que la República Srpska no puede durar más de 10-15 días y que Serbia no puede defenderla". El 21 de septiembre cuatro de los periódicos serbios más vendidos en el país balcánico incluían en portada la palabra "guerra" y anunciaban la amenaza de conflicto bélico en Bosnia y, por ende, la presumible intervención de Serbia para proteger a sus vecinos serbobosnios.

Durante los últimos seis años Dodik ha apremiado con la organización de tres referéndums. Los dos primeros buscando cuestionar la autoridad del alto representante internacional para Bosnia y Herzegovina y a todas aquellas instituciones judiciales que procesan crímenes de guerra donde estuvo implicada población serbo-bosnia. Y, finalmente, el tercer y último referéndum, que sí se celebró. Tuvo una participación del 55% y un apoyo de más del 90%, aunque varios sectores de la sociedad civil sospechan que la participación no alcanzó el 50%.

Entre los que se abstuvieron se encuentran, además de los que se oponen a Dodik, los que, atendiendo a los riesgos que entrañaba un apoyo masivo para la estabilidad en el país, no se presentaron a la consulta, que las autoridades del Estado y varios países, entre los que se halla Estados Unidos, consideraron ilegal. Sin embargo, Dodik acabó contrariado, así lo mostró públicamente, criticando a todos los que no fueron a la consulta. En cualquier caso, Dodik coquetea con la secesión y presume del apoyo de Vladímir Putin, cada vez más influyente en la geografía balcánica, con el que se reunió pocos días antes del último referéndum, cámaras y sonrisas mediante.

En Bosnia y Herzegovina, durante el mes de septiembre, el referéndum serbobosnio fue la noticia que más veces apareció en portada y el líder serbobosnio fue la personalidad política que encabezó más primeras planas. Si hay un contexto político que justifique el referéndum, fueron las elecciones locales bosnias, que, para beneficio de Dodik, pero también de sus rivales políticos, se celebraban poco después del referéndum —el 2 de octubre—. El partido de Dodik, el SNSD, logró una victoria destacada en los distritos de mayoría serbia incluso, a falta de confirmación oficial, venciendo en coalición en Srebrenica, donde desde el final de la guerra gobernaba un alcalde bosníaco. También fue la victoria para el resto de líderes de los partidos de perfil nacionalista (HDZ -croata- y SDA -bosníaco-) que gobiernan Bosnia, y que, como Dodik, están enrocados en la misma dinámica de propagación del miedo, pero siempre de forma contemporizada, dejando sonar los tambores de guerra cuando toca, pero llamando a la paz cuando los ánimos se encrespan o la comunidad internacional interviene.

Y sí, son ellos mismos los que más se ven favorecidos. Retroalimentan el conflicto como si los partidos políticos y los medios de comunicación fueran un inmenso holding empresarial, del que algo más de la mitad de la población son clientes habituales. El resto son meros observadores, votantes sin candidatos que garanticen un cambio de paradigma, mujeres y hombres resignados a aguantar la presión que se ejerce en los días de jornada electoral.

Preocupa ver lo sencillo que es inventarse un conflicto desde la nada. El 26 de agosto el periódico Informer, uno de los tabloides más leídos en Serbia, publicaba Croacia quiere la guerra —aunque no valga la pena detenerse ni un segundo en ello —. Consuela advertir que el recuerdo de la experiencia vivida, no tan lejana en el tiempo, y el cansancio de años de conflictividad impuesta, han sumido a la población en un escepticismo que apacigua cualquier conato de contienda. Eso lo saben los políticos, pero también los medios. Preocupa, no obstante, saber que una generación nueva llega con nuevos bríos, sometida a la misma manipulación de antaño, pero sin la memoria traumática de la guerra, que en Serbia y en Croacia no conocen en la misma dimensión e intensidad que en Bosnia, aunque haya historias terribles en todos los países de la región y todos los países fueran, a diferentes niveles, víctimas de la fragmentación yugoslava.

En el fondo se trata de fuegos artificiales, un espectáculo cuya detonación ofusque el raciocinio, el sentido crítico y desvíe la atención de la mala gestión de los asuntos públicos. No es un fenómeno balcánico, sino una estrategia cada vez más extendida en la clase política, aquella que no tiene ideas con las que persuadir, promesas que cumplir ni carisma con el que seducir. Ni la mayoría de la población participó en las guerras de secesión de Yugoslavia, ni la situación política actual tiene visos de terminar en guerra, y, sin embargo, los políticos y los medios de comunicación crean esa misma atmósfera beligerante que contribuye a decantarla.

La televisión no impidió que siguiéramos mintiendo, como Internet tampoco ayuda a parar las guerras, sino que las retransmite a voluntad de los usuarios, satisfaciendo un poco de nuestra curiosidad y diluyendo otra poca de nuestra empatía en infinidad de injusticias. No deja de tener parte de razón el actor bosnio Enis Bešlagić cuando dice: "si los políticos en los 90 se hubieran ido a trabajar, y después se hubieran ido de vuelta a casa, sin hacer una sola declaración, ya estaríamos en la Unión Europea". Tal vez —no lo sabemos con certeza aunque lo supongamos—, pero, desde luego, sí en paz, que al fin y al cabo es lo que la infinita mayoría de la gente en los Balcanes y en el mundo quiere. Y, sin embargo, se les intenta abrumar con fuegos artificiales, aquellos que brillan durante unos breves instantes, pero que luego, cuando se extinguen, lo envuelven todo en la oscuridad, una oscuridad que dura muchos, muchos años.