El difícil camino a la autonomía de la antigua Mesopotamia.

Desde el 20 de marzo de 2003, cuando las fuerzas de Estados Unidos entraron en Irak para derrocar a Sadam Husein, una media de 90 personas mueren cada día en el país árabe. La voluntad de George W. Bush era oficialmente acabar con el dictador y ofrecer la soberanía y la independencia, tan esperadas por los iraquíes. Seis años después del inicio de la guerra, se habla de cierta tranquilidad en las calles de Bagdad, de una supuesta mejora de la situación política y económica, aunque cabe subrayar que, mientras Washington prevé retirar sus tropas en 2011, nada se ha hecho por la vida cotidiana de los iraquíes, tampoco en la sanidad, la educación, la alimentación básica, la electricidad, el arte. Los iraquíes son un pueblo del que no se sabe nada, aparte de sus eternas y supuestas divisiones religiosas. Nada en seis años, y el país sigue preso de la violencia, como lo demuestra el atentado del pasado 25 de octubre, con más de 150 muertos. ¿Por qué? ¿No son capaces los iraquíes de organizar su Estado recién liberado? ¿Tiene la culpa Estados Unidos del caos que azota al país? El gran valor del libro Comment est né l’Irak moderne (Cómo nació el Irak moderno), del investigador francés Pierre-Jean Luizard, es explicar las bases de la “cuestión iraquí”, desde los últimos días del Imperio Otomano hasta la creación de la República de Irak, en 1920, para aclarar la situación actual y entender por qué el país árabe no es dueño ni de su propia independencia.

El libro arranca en 1914, cuando el Imperio Otomano ya es débil y los británicos llegan a la zona de la antigua Mesopotamia antes de tomar las riendas del poder en Bagdad en 1920. Y termina en 1924, cuando se promulga la Constitución de la República Iraquí y el Código de Nacionalidad. Diez años, una potencia colonial y dos textos fundamentales para entender la construcción de un Estado-nación que siguió el modelo europeo en vez de optar por su propio camino. Porque ahí está el corazón del problema de la “cuestión iraquí”, según Luizard. Irak siempre ha sido un país en su mayoría de fe islámica chií, aunque, a pesar de lo que se cree, el problema no ha sido la división entre las comunidades religiosas, sino un sistema de discriminación creado por los otomanos, mantenido por los británicos y llevado hasta el límite por Sadam Husein. La fuerza del libro reside en su análisis profundo de la comunidad chií, al recordar que en ella duerme el corazón de la identidad iraquí. Muestra cómo la conversión de la población al chiísmo es un fenómeno reciente (fue a lo largo del siglo xix) y cómo la religión era un factor menor antes de que la identidad religiosa cobrara más fuerza en la conformación de la identidad nacional iraquí, sobre todo después de la Revolución Islámica de 1979.

Desde la fundación del Irak moderno, en 1920, son las élites suníes las que dirigen el país. Porque acep-taron el poder otomano, porque aceptaron la dominación británica, porque para protegerse eran capaces de evitar todo tipo de divisiones, a diferencia de los kurdos. Los chiíes, que siempre lucharon por la independencia de Irak, contra Estambul y Londres, tuvieron que aceptar la situación y hasta renunciar a sus ideales de soberanía cuando Sadam Husein llegó al poder, pues muchos miembros del Partido Baaz y del Partido Comunista Iraquí eran chiíes. La cuestión iraquí es “una relación de dominación confesional y étnica oculta por un sistema político en aparencia moderno”. Uno de los grandes errores de los británicos fue mantener esta discriminación al crear la categoría “incorporación iraní” para referirse a los iraquíes sin nacionalidad otomana, es decir, la inmensa mayoría de la población, gente del campo, gente de confesión chií.

La labor de investigación de Luizard es tan importante que pocas críticas se pueden hacer sobre el contenido. No es un libro para el gran público: más de 500 páginas de análisis histórico, biografías de líderes tribales y religiosos, anexos y una inmensa bibliografía, además de 32 páginas de fotografías del Irak de la primera década del siglo xx. Comment est né l’Irak moderne es una lectura fundamental para entender la actualidad y el futuro del país árabe. Es un libro que debería estar en la mesilla de todos los políticos y militares que miran de cerca lo que pasa en los ministerios y en las casas de Bagdad. La única crítica –es más bien un reproche– que se puede formular es el engaño de la editorial. CNRS Editions aprovechó la actualidad para presentar la obra como nueva, aunque basta con interesarse por la historia de Oriente Medio y de Irak para descubrir que Luizard publicó una primera versión de este libro en 1991; sólo se ha cambiado ligeramente el título, y el autor ha firmado un prólogo que analiza las consecuencias del embargo, los últimos años de Sadam Husein, la guerra de 2003 y la caída del dictador.

Pierre-Jean Luizard hace un paralelismo entre los británicos de principios del siglo xx y los Estados Unidos de ahora, y subraya la diferencia: los chiíes, la resistencia nacional iraquí de antaño, se han convertido en los “aliados potenciales” de la actualidad, una paradoja que explica en buena parte la actitud de los clérigos chiíes cuando las fuerzas estadounidenses llegaron en 2003. Podían echar a Sadam Husein, pero no quedarse. La consecuencia de la ocupación es la radicalización de los suníes, que dejan su tradicional secularismo árabe, y la congelación de las relaciones entre las comunidades, convertidas ahora en enemigas las unas para con las otras. El autor, conocido en Francia por sus posiciones en los 90 contra el embargo, recuerda la mala fe de Occidente cuando derro-có al dictador iraquí, pues Sadam Husein sólo habría aguantado en su trono gracias al respaldo de Washington. El único dato que quizá sea cuestionable es cuando justifica la decisión del ex rais de atacar Kuwait en 1990 porque le habría dado el visto bueno la embajadora de Estados Unidos en Bagdad.

Comment est né l’Irak moderne es una magnífica herramienta para descubrir y entender las raíces políticas y sociológicas de un país que ocupa casi todos los días las portadas de los periódicos. Su lectura –difícil, es cierto– puede ser acompañada de testimonios directos, como los que narra la periodista Anne Nivat en Bagdad. Zone rouge (Bagdad. Zona roja, Fayard, París, 2009), un libro que describe el “silencio de plomo que pesa sobre la sociedad iraquí”. Para Nivat, lo más terrible es “la ignorancia, la falta de información a la población que se queda encerrada en casa, en su barrio, a merced de una milicia”. “Cada vez más impotente para resolver los mil y un conflictos que su presencia exacerbó, EE UU busca ahora desesperamente salir de la trampa iraquí”, concluye Luizard. ¿Sabe Barack Obama que Franklin D. Roosevelt puso fin a la guerra de Corea (1950-1953) cuando decidió que no era realista la reunificación por la fuerza? La “cuestión iraquí” vuelve a plantearse y no encuentra solución.