Manifestantes iraníes quemando las banderas de Estados Unidos e Israel durante una reunión en apoyo del pueblo palestino. (Foto de Morteza Nikoubazl / NurPhoto a través de Getty Images)

Es posible que la angustiosa estrategia de bravatas frente a Teherán que instigó Donald Trump haya terminado. Pero, a medida que se desvanece la esperanza de revivir el acuerdo nuclear con Irán, se vislumbra otra amenaza.

Al tomar posesión, Biden prometió la reincorporación al acuerdo nuclear. Su predecesor había ordenado la retirada unilateral de EE UU en 2018 y había reinstaurado las sanciones contra Irán, que, a su vez, intensificó su desarrollo nuclear y su proyección de poder en todo Oriente Medio. El gobierno de Biden perdió el tiempo en discusiones sobre quién debía dar el primer paso y rechazó importantes gestos de buena voluntad. Aun así, durante unos meses, las negociaciones lograron algunos avances.

Hasta que, en junio, Ebrahim Raisi ganó las elecciones presidenciales de Irán, con lo que los partidarios de la línea dura se encontraron con el control de todos los centros de poder fundamentales de la República Islámica. Tras un paréntesis de cinco meses, Irán volvió a la mesa dispuesto a endurecer las negociaciones. Al mismo tiempo, está acelerando el desarrollo nuclear. Cuando el acuerdo entró en vigor, hace seis años, se calculaba que el tiempo que tardaría Irán en enriquecer suficiente material fisible para obtener un arma nuclear era de unos 12 meses. Ahora se calcula que es de tres a seis semanas y sigue reduciéndose.

Aunque Teherán no se ha retirado del acuerdo de forma unilateral como hizo Trump, está jugando con fuego. Si no se recupera el pacto en los próximos meses, es probable que el acuerdo original quede sin efecto, dados los avances tecnológicos del país. Hay varias opciones posibles: los diplomáticos pueden tratar de lograr un acuerdo más completo, aunque sería difícil dado el resentimiento que suscitaría la desaparición del acuerdo original, o pueden buscar un acuerdo provisional de mínimos que limite los progresos nucleares actuales a cambio de levantar en parte las sanciones. Pero otra posibilidad real es que las negociaciones fracasen.

Y eso sería desastroso. El programa nuclear iraní proseguiría sin obstáculos. Para Washington, aceptar que Irán es un Estado en el umbral nuclear, capaz de construir una bomba aunque todavía no lo haya hecho, será probablemente un trago demasiado amargo. La alternativa sería aprobar o incluso unirse a los ataques israelíes dirigidos contra las instalaciones nucleares de Teherán.

De ser así, los líderes de Irán —cuyas especulaciones seguramente tienen en cuenta el derrocamiento del expresidente de Libia Muamar Gaddafi, que renunció a su programa de armas nucleares, y el respeto que mostró Trump hacia una Corea del Norte nuclearizada— podrían lanzarse a la fabricación de armas.

También sería probable que Teherán llevase a cabo ataques en todo Oriente Medio. La incipiente labor de desescalada entre Irán y las monarquías del Golfo Pérsico puede contribuir a reducir los riesgos, pero Irak, Líbano y Siria estarían en medio del fuego cruzado. Los incidentes podrían aumentar el peligro de un enfrentamiento directo entre Irán, por un lado, y Estados Unidos, Israel o los dos juntos, por otro; un enfrentamiento que las partes han evitado hasta ahora a pesar de las provocaciones. Estos choques podrían muy bien descontrolarse en tierra, en el mar, en el ciberespacio o en operaciones encubiertas.

En definitiva, el fracaso de las conversaciones podría unir todos los peligros del periodo anterior al acuerdo de 2015 con las peores preocupaciones de los años de Trump.