Un grupo de presas, desde abogadas y periodistas hasta madres que buscan justicia por la muerte de sus hijos en protestas, desafía al régimen de los ayatolás tras los muros de la cárcel.

Presa iraní en la cárcel de Evin, en Teherán. AFP/Getty Images

El sector donde se encuentran destinadas aquellas mujeres que son consideradas prisioneras políticas en la famosa cárcel de Evin, en el norte de Teherán, se ha convertido con el tiempo en un reto para las autoridades del Régimen de la República islámica. Desde aquellos galpones donde más de tres decenas de prisioneras no sólo se ha logrado llamar la atención hacía las arbitrariedades que se cometen contra los presos en Irán, sino que incluso han conseguido que el sistema termine por aceptar, en una que otra ocasión, sus reclamos. Una victoria importante si se tiene en cuenta las pocas concesiones que se dan a los reos, principalmente aquellos que cumplen condenadas relacionadas con su actividad profesional, política, religiosa o ideológica, como ellas.

Este grupo, al fin y al cabo, es tan diverso y complejo como la sociedad iraní. Incluye reconocidas abogadas, periodistas, feministas, defensoras de derechos humanos, integrantes de las madres del parque Laleh que protestan por los jóvenes fallecidos en las manifestaciones post electorales de 2009, practicantes de la fe Bahaí –prohibida en Irán–, nacidas al cristianismo, integrantes de la agrupación disidente los Muyahidines del pueblo y hasta la hija del influyente ex presidente Hashemi Rafsanjani.

Faezeh Rafsanjani, la hija menor del ayatolá, cumplió una pena de seis meses que terminó el pasado 20 de marzo acusada entonces de hacer propaganda en contra de la República Islámica, como el resto de sus compañeras de celda. Lo paradójico es que a pesar de haber recuperado en libertad, el Fiscal iraní ha declarado que se ha abierto nuevos cargos contra ella debido a su comportamiento en la prisión.

Y es que los últimos meses este grupo no ha parado de contrariar a las autoridades que después de su insistencia han terminado por ceder a algunos de sus reclamos.  Para empezar consiguieron que se les cambiara todo el equipo de guardianas. Y en lo personal, han obtenido victorias como que les restablezca temporalmente algunas visitas que tenían prohibidas o que el sistema judicial se retracte de algunas decisiones en contra de sus familias.

Este fue el caso de la famosa abogada Nasrine Sotoudeh, quien después de una larga huelga de hambre de 44 días consiguió que la justicia le devolviera el pasaporte  a su hija de 12 años. También consiguió que le dejaran salir de prisión en tres oportunidades desde entonces. Este cambio de opinión de la justicia ha sido considerado por los activistas como un “pequeño triunfo” de esta abogada que ganó el pasado octubre el premio Sakharov de la Unión Europea a la libertad de expresión junto con el director de cine iraní Jafar Panahi.

Pero si Nasrine Soutodeh es la integrante  de este grupo de prisioneras políticas que ha llevado más lejos sus exigencias, las acciones del resto de sus compañeras también han logrado trascender los muros de la cárcel.  La primera gran noticia de las acciones de este grupo de mujeres llegó el pasado dos de noviembre cuando enviaron una carta al director de cárceles en Irán en el que reclamaban el trato que se les daba. Acusaban a sus guardianas de haberse comportado brutalmente durante una serie de requisas que calificaron de “humillantes”. Se referían a una requisa de la que habían sido victimas semanas atrás en las que inspeccionaron cada una de las cavidades de su cuerpo y aseguraban que habían sido abusadas sexualmente. Adicionalmente, nueve de ellas decidieron sumarse a Nasrine en su huelga de hambre para exigir que las autoridades de la prisión se disculparan y les dieran la certeza de que dicho tipo de acciones no volverían a suceder.

Lo lograron. Consiguieron que les cambiaran el grupo de guardianas y abandonaron la huelga de hambre. Pero no sus denuncias. Reclaman, por ejemplo, que se les prohíbe reunirse personalmente con sus hijos, que les cortan el teléfono, que los servicios médicos son precarios –muchas de ellas están enfermas–, que sus familiares son perseguidos y que no pueden ver a sus parejas, esto en el caso de las prisioneras cuyos esposos también cumplen condena en otros centros penitenciarios.

Al igual que otros reconocidos periodistas, políticos y activistas que cumplen condenas en la cárcel, estas mujeres también han tomado la costumbre de enviar cartas públicas denunciando diversas arbitrariedades dentro de la sociedad. En una de estas misivas, que logran sacar de prisión a través de la complicidad de algunos simpatizantes, daban su apoyo a la familia del joven y humilde bloguero Satar Beheshti que murió en 2012 mientras estaba en la prisión de Kahrizak después de haber recibido palizas. Beheshti había sido detenido por la policía cibernética después de largos meses de amenazas debido a sus escritos críticos contra el Régimen. Otro pequeño grupo de nueve presas políticas, que incluía a Nasrine y Faezeh, envió otra carta al prisionero político Ramin Ramezian para darle las condolencias por la muerte de su esposa. “Sentimos mucho la muerte de su esposa y la de su hijo el 25 de Jordad de 1388 (15 de junio de 2009) sobre la que el Gobierno no ha hecho nada. Los responsables en vez de investigar su muerte, te condenaron a ti también porque insistías en encontrar quiénes habían matado a tu hijo”, decía la carta al hacer referencia que Ramezian fue condenado a cuatro años de prisión después de protestar públicamente por la muerte de su hijo que falleció como consecuencia de enfrentamientos que siguieron a una gran protesta llevada a cabo después de las elecciones de 2009.

Estos actos de desobediencia no sido bien recibidas por las autoridades carcelarias que, según se ha conocido a través de las páginas web de la oposición, les han llegado a prohibir temporalmente las visitas.  Pero estas represalias no parecen ser un problema para este grupo que parece no dar vuelta atrás. Y es que según se ha filtrado al exterior, la unión que se ha creado entre ellas empieza a ser incomoda para el régimen. No sólo aprovechan el tiempo para estudiar idiomas, leer, dar lecciones sobre sus especialidades, sino que han creado grupos de debates en los que se discuten temas de cualquier índole.

“No es que no tengamos diferencias, pero hemos aprendido a escucharnos y aceptar diferentes ideas”, escribió la periodista Jila Baniyaghoob, en una de las cartas que le envía públicamente a su esposo, el también periodista Bahman Ahmadi, que cumple una condena de cinco años en una cárcel a 75 kilómetros de Teherán. “No quiero decir que nunca tenemos problemas viviendo juntas. Lo que quiero decir es que también experimentamos nuestra parte de malentendidos y disputas pero lo más importante es que al final todo se resuelve con discusión y diálogo”, agrega Jila en una de las cartas en las que asegura que esta experiencia le hace crear la esperanza de que algún día se puede crear un modelo similar en todo el país.

 

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