GAza
Un grupo personas limpia las calles en Gaza tras el alto el fuego de los enfrentamientos entre el Gobierno de Israel y Hamas. (Ashraf Amra/Anadolu Agency via Getty Images)

Después de semanas de protesta social, violencia entre las comunidades judía y palestina, y once días de lanzamientos de cohetes, bombardeos y víctimas mortales, los gobiernos de Israel, la Autoridad Palestina y Hamas, y la comunidad internacional, tratan de volver a un delicado statu quo que amenaza con desmoronarse. 

Una serie de circunstancias intensificaron en las últimas semanas la violencia contenida que está habitualmente presente en el conflicto palestino-israelí.

Por una parte, las amenazas de más expulsiones de familias palestinas de sus hogares en el barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén Este; las protestas en Cisjordania (también denominado West Bank); y las restricciones de Israel al acceso a los lugares sagrados en la explanada de las mezquitas de Jerusalén durante el fin del Ramadán (la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa) situadas junto al Muro de las Lamentaciones de la religión judía.

Por otro lado, Hamas, la organización político-militar que controla la franja de Gaza, lanzó cohetes sobre ciudades israelíes en represalia por las acciones del gobierno de Benjamin Netanyahu en Jerusalén y Cisjordania, a lo que Israel respondió con once días de bombardeos sobre Gaza.

Aparentemente, se trata de una repetición de crisis anteriores: represión en Jerusalén Este y Cisjordania, lanzamiento de cohetes caseros de deficiente precisión desde la Gaza sitiada por Israel desde 2007 (12 muertos israelíes en los 11 días de enfrentamientos), respuesta militar desproporcionada de Israel que afecta a la población civil (243 muertos palestinos en el mismo período), mediación de Egipto, alto el fuego, y vuelta a empezar, mientras que la ocupación militar israelí de los territorios palestinos perdura desde 1967.

Sin embargo, esta vez hay diferencias. Primero, entre quienes, y cómo protestan en Israel y el  Territorio Ocupado de Palestina, incluido Jerusalén Este; segundo, en la gravedad de los enfrentamientos intercomunales en Israel (incluyendo linchamientos); y, tercero, los cambios de percepción hacia este país dentro de la comunidad judía estadounidense y el Partido Demócrata.

La judaización

En el Jerusalén Este ocupado y sus lugares sagrados, así como en muchos lugares de Israel, ha habido en las últimas semanas enfrentamientos entre palestinos, fuerzas de seguridad y colonos de Israel, y árabes de ciudadanía israelí. La activa participación de estos últimos, que abarcan alrededor del 20% de la población de Israel, es algo novedoso. La razón es que al verse crecientemente amenazados en sus derechos han retomado su identidad palestina. Esta población tiene ciudadanía israelí debido a que son los descendientes de los palestinos que permanecieron en lo que hoy es Israel tras la guerra de 1948 que surgió tras la creación del Estado judío.

El gobierno de Netanyahu ha impulsado diversas medidas para reafirmar el carácter judío de Israel. Entre otras, una ley aprobada en el Parlamento israelí en 2018 estableció el hebreo como lengua oficial del Estado (hasta entonces, el árabe también lo era). Recientemente, se prohibió que los palestinos que viven en Jerusalén Este pudiesen participar en las elecciones que se iban a celebrar en los territorios que controla la Autoridad Palestina.

Entre tanto, en Cisjordania se libraron choques violentos entre palestinos y las fuerzas de ocupación israelí. En ciudades israelíes donde conviven las dos comunidades, como Lod, Jaffa y Haifa, ha habido ataques mutuos, incendios de edificios y automóviles, y linchamientos que no se veían desde hacía décadas.

La sistemática colonización judía de Cisjordania, confiscando tierras y propiedades palestinas (con la amenaza de anexión de todos los territorios ocupados) para implantar sus asentamientos (verdaderas ciudades) en medio de un sistema opresivo, y la construcción de un muro separando a comunidades, familias y ciudades palestinas, han hecho imposible la solución de dos Estados que se discute desde que la ONU presentó su plan de partición de la denominada Palestina Histórica en 1948. Los palestinos tienen una soberanía muy limitada sobre 165 fragmentos de territorio que controla la Autoridad Palestina (AP) liderada por el grupo Fatah, equivalente al 10% de lo que era la Palestina Histórica. El otro 90% lo controla Israel.

La ocupación empezó en 1967 y ha continuado sin cesar desde que se firmaron los acuerdos de Oslo en 1993. Se trata, como explica el investigador palestino Mouin Rabbani de una “judaización territorial” cuya “razón de ser es la ocupación israelí de Jerusalén, y los asentamientos en Cisjordania su herramienta principal (…). Los recientes acontecimientos en Sheikh Jarrah, en los que Israel aplica su legislación nacional al territorio palestino en desafío al derecho internacional para promover este proyecto, se han repetido decenas de veces a lo largo de los años”.

La sorpresa

La judaización contó con el apoyo incondicional de la Administración de Donald Trump al reconocer a toda Jerusalén como capital de Israel, en contra de una larga lista de resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que condenan la apropiación de territorio mediante la fuerza. Trump, en realidad, continuó haciendo lo mismo que administraciones anteriores: apoyar diplomática, política y militarmente a Israel sin condiciones frente a las reivindicaciones palestinas. Se calcula que Estados Unidos provee 3.000 millones de dólares de ayuda anual a este país.

La derecha y la ultraderecha israelí se vieron alentadas en sus aspiraciones de controlar el conjunto de Cisjordania, cambiar la regulación sobre el acceso de los palestinos a los lugares sagrados, integrar definitivamente como parte de Israel los Altos del Golán (territorio sirio que ocupó durante la guerra de 1967), y asumir que los palestinos abandonarían su lucha por tener un Estado.

A todo se sumó en 2020 la normalización auspiciada por Estados Unidos de las relaciones diplomáticas entre Israel con una serie de países árabes, desde el Golfo Pérsico hasta Marruecos, con el premio final del posible establecimiento de relaciones con Arabia Saudí.

Esta cadena de sucesos indicó a los palestinos que su causa había perdido peso en Estados Unidos y Europa al igual que en el mundo árabe. Por su parte, Netanyahu y la élite política israelí asumieron que la cuestión palestina se dirigía hacia el olvido. La Administración Biden, entre tanto, y muchos analistas políticos, consideraron que Washington podría dejar este tema en un segundo plano.

La realidad de estos días lo ha desmentido. Para sorpresa de sus líderes, Israel ha tenido que enfrentar a palestinos en Cisjordania, en Jerusalén Este, dentro de Israel y en Gaza. Entre tanto, a Biden le ha mostrado que la política tradicional de apoyar sin condiciones a Israel puede ser una bomba de tiempo.

Para todos ha sido, además, una dramática novedad que la protesta social palestina no sólo ha revivido la unidad palestina en el Territorio Ocupado y dentro de Israel, sino que ha sido coordinada espontáneamente por jóvenes sin esperar órdenes de las facciones políticas tradicionales (el 69% los palestinos son menores de 29 años). Esto pone en cuestión a la Autoridad Palestina y su capacidad de control social que le exigen Israel y Estados Unidos.

“Estamos recuperando nuestra voz y narrativa”, declaró al Financial Times Mariam Barghouti, una activista en Cisjordania. “Antes de hablar sobre cualquier solución diplomática [al conflicto], aborden el apartheid, aborden la violencia militar, aborden la violencia de los colonos, aborden el asedio de Gaza… Mientras no aborden estos temas, solo se estará hablando ".

¿Un solo Estado, dos naciones?

Mientras que los gobiernos estadounidenses, europeos y de países árabes se desentendieron en los últimos años del problema palestino, creció el consenso en otros sectores sobre la naturaleza del sistema que ha instaurado Israel denominándolo un apartheid, con ciudadanos de primera categoría sometiendo a otros de segunda clase. Un informe reciente de Human Rights Watch explica que: “Las autoridades israelíes han privado a millones de personas de sus derechos básicos en virtud de su identidad como palestinos. Estas políticas y prácticas sistemáticas arrinconan, desposeen, separan por la fuerza, marginan e infligen sufrimiento a los palestinos de diversas formas.

“En el Territorio Ocupado de Palestina las restricciones de movimiento, la expropiación de tierras, el traslado forzoso, la denegación de residencia y nacionalidad y la suspensión masiva de los derechos civiles constituyen “actos inhumanos” establecidos en la Convención del Apartheid y el Estatuto de Roma. Bajo ambos estándares legales, los actos inhumanos cuando se llevan a cabo en medio de una opresión sistemática y con la intención de mantener la dominación constituyen un crimen de lesa humanidad del apartheid”.

El analista israelí Noam Sheizaf considera que “(en) la práctica, Israel ya ha anexionado Cisjordania. Tiene el monopolio del uso de la fuerza en todo el territorio, sobre su espacio aéreo, sobre quién entra y sale, sobre su moneda y sobre el registro de población. Israel extrae recursos naturales y tira su basura allí. Construye asentamientos sólo para judíos y rechaza cualquier autoridad legal que no sea la propia”.

Desde la creación del Estado de Israel en 1948 se insistió en que este sería judío y democrático, pero no puede ser las dos cosas mientras tenga a una gran parte de la población privada de derechos. El proyecto de judaización confirma ese pronóstico. Esta cuestión preocupa a cada vez más judíos estadounidenses (como el destacado intelectual Peter Beinart). Igualmente, en sectores minoritarios de la sociedad palestina se considera que la única opción es alcanzar la igualdad de derechos dentro de Israel. Esta idea, planteada años atrás entre otros por los fallecidos ensayistas Edward Said y Tony Judt supone que la única salida al conflicto es que el Estado israelí incluya democráticamente a las comunidades judía y árabe en igualdad de derechos.

Pero si el proyecto de dos Estados se ha convertido en una idea inviable, la violencia de estos días pone en duda que un solo Estado con dos naciones sea la solución. Diversos analistas israelíes consideran que sería la fórmula perfecta para la guerra civil cotidiana, con las dos comunidades (y especialmente sus sectores más extremistas) luchando por derechos, tierras y posiciones políticas. La sociedad israelí, argumentan, nunca aceptaría que, debido al gran crecimiento demográfico de la población palestina y el posible retorno de los refugiados de las sucesivas guerras desde 1948, pudiese llegar a tener más representación política que los judíos. Al mismo tiempo, la mayoría de los palestinos no se ven renunciando a su causa para integrarse en Israel.

judiosUS
Manifestación en Nueva York contra el ataque del Gobierno de Israel a la Franja de Gaza. (Tayfun Coskun/Anadolu Agency via Getty Images)

Sostener el statu quo

Si no es posible construir los dos Estados y tampoco es viable uno binacional, entonces, se pregunta mucha gente estos días: ¿cuál es la solución?

La situación actual es de incompatibilidad profunda y violenta entre dos comunidades con fuerzas dispares y asimétricas. Israel es la potencia ocupante. Cuenta con fuertes recursos políticos, económicos, militares, administrativos y alianzas externas que le apoyan diplomática y económicamente, especialmente Estados Unidos. Pese a las divisiones políticas internas, el consenso en favor de preservar la unidad judía del Estado es muy alto.

Los palestinos viven la ocupación y sus diversos y sofisticados métodos de represión y sometimiento. Están divididos políticamente, son económicamente dependientes de la ayuda internacional y carecen de fuerza militar. La capacidad militar de Hamas es limitada en caso de una confrontación abierta y las técnicas de guerra de guerrillas o atentados suicidas pueden alterar la vida pública de Israel, pero sólo servirían para aumentar las tendencias represivas del Gobierno presente y futuros.

Las posibilidades de que la comunidad internacional presione a Israel para que cese la ocupación y la opresión de la población palestina, y acepte realmente negociar con el objetivo de contar con dos Estados son, por el momento, irreales. La diplomacia de Estados Unidos y Europa, a pesar de contar con las herramientas políticas y económicas para presionar a Israel, está orientada a gestionar cada ciclo de violencia, tratando a las dos partes como si fueran igualmente responsables, sin tener en cuenta la ocupación y judaización.

¿Es posible que la Administración Biden cambie de política? Difícilmente, pero la inquietud de parte de los judíos estadounidenses está vinculada a un interesante giro que está ocurriendo en el Partido Demócrata. Una nueva generación de congresistas, como Rashida Tlaib, Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez y Betty McCollum, junto con el senador Bernie Sanders y otros, presionan al Partido Demócrata y a la Administración Biden para que adopte posiciones más críticas hacia Israel por sus políticas hacia los palestinos. Especialmente, le exigen el cumplimiento del Derecho Internacional y los acuerdos sobre Derechos Humanos, empezando por cancelar las ventas y transferencias de armamento a ese país.

¿Es posible que la Unión Europea adopte una posición más crítica? Altamente improbable, debido a la dependencia de Estados Unidos, a quien se sigue considerando parte de la solución en vez de verlo como parte activa del problema, y al apoyo a Israel de casi todos los gobiernos.

Contar con Estados Unidos y Europa es importante para Israel, tanto económicamente como por la legitimidad que le otorgan. Pero en el caso de que se elevara el nivel de presiones externas, tiene alianzas con Rusia, China y otros países del mundo que le darían oxígeno para tratar de revertirlas y resistirlas.

Por su parte, los palestinos ya no esperan que la comunidad internacional les solucione el problema. Khalil Shikaki, director del Palestinian Center for Policy and Survey Research, escribe “no debería existir ninguna ilusión sobre el papel de la comunidad internacional. En el mejor de los casos, los Estados árabes y otros, incluido Washington, pueden ayudar a gestionar el conflicto solo haciendo que el statu quo sea sostenible. Sin embargo, no tienen la capacidad o la voluntad política para obligar a Israel a respetar el Derecho Internacional o a que la Autoridad Palestina respete las normas de buen gobierno. Por difícil que sea, los israelíes y los palestinos deben hacerlo ellos mismos”.

En el futuro previsible, Israel tratará de mantener el statu quo: continuar con la ocupación en Cisjordania mientras limita los derechos de los palestinos con ciudadanía israelí; conservar la represión en mayores o menores niveles según sube o baje la protesta social y convivir con los ataques de Hamas. El control de esta organización sobre Gaza le permite a Netanyahu que se mantenga la división entre los palestinos y que otros grupos más radicales no se hagan con el poder en esa franja de territorio. O sea, otra parte del delicado statu quo.

Estados Unidos y Europa continuarán pidiendo que no haya violencia y, sin acompañar las palabras con hechos, avanzar hacia la solución de dos Estados. Pero, como indica Mouin Rabbani, “la relación israelí-palestina en su forma actual no puede existir más que en conflicto, (…) Israel es demasiado poderoso y los palestinos demasiado débiles para transformarla en una de coexistencia pacífica”.

Esta situación de equilibrio inestable y conflicto posiblemente se mantenga, pero también podría verse afectada si aumenta la protesta social en las diferentes comunidades palestinas (dentro de Israel, en Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza, más la diáspora) y se generan alianzas con sectores críticos dentro de Israel. También, si continúa la tendencia en favor de presionar a Israel dentro del Partido Demócrata en Estados Unidos al tiempo que crece la deslegitimación de este país sobre el concepto de apartheid (que desmiente su siempre triunfal discurso de ser “la única democracia en Oriente Medio”). La cuestión palestina ha vuelto al primer plano.