Los desafíos internos y externos a los que se enfrenta el sucesor de Matteo Renzi, Paolo Gentiloni.

El nuevo primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, en una conferencia de prensa en roma. Alberto Pizzoli/AFP/Getty Images

El nuevo Primer Ministro italiano, Paolo Gentiloni, dijo en su discurso de aceptación: “soy consciente de la urgencia de dar a Italia un gobierno en plenitud de poderes, para dar seguridad a los ciudadanos y afrontar con el máximo empeño y determinación las prioridades internacionales, economías y sociales, comenzando por la reconstrucción de las zonas golpeadas por el terremoto”. En efecto, Gentiloni tendrá que enfrentarse a importantes retos tanto internos como externos.

En cuanto a política doméstica, el desafío más importante es el saneamiento del sector bancario, que tiene concedidos en este momento 360.000 millones de euros en créditos morosos, de los que 160.000 están calificados directamente de cobro imposible. En ese sentido, el primer asunto a resolver es el que concierne a la tercera entidad del país, el Monte dei Paschi di Siena, que se encuentra en riesgo de quiebra y podría ser el primero en recibir la ayuda del Estado. Este saneamiento, junto con el del resto del sistema financiero, va a generar un enorme malestar social y será necesaria mucha mano izquierda por parte de Gentiloni que, eso sí, sabe que tiene en Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, a su mejor aliado.

La cuestión es cómo se va a realizar este saneamiento, en otras palabras, quien tendrá que pagarlo (accionistas, bonistas, contribuyentes…). En el caso del Monte dei Paschi di Siena, no sería de extrañar que este, como hizo Bankia en España en mayo de 2012, directamente solicitara su nacionalización, ya que el Estado italiano puede ofrecer a los potenciales inversores unas garantías que otros no pueden dar. El problema está en qué hacer con el resto de entidades, ya que el problema es sistémico (afecta a la casi totalidad de bancos y cajas de ahorros). Así, existen dos vías fundamentales: el rescate según el esquema clásico (conocido como bail-out) o que el Gobierno exija uniones bancarias en las que no habría más remedio que asumir pérdidas tanto por parte de accionistas como de bonistas, al tiempo que habrá que pedir a los contribuyentes italianos un esfuerzo para este saneamiento. En ese sentido, el principal problema de Italia, a diferencia de España, es que tiene ya una descomunal deuda pública (equivalente al 133% de su PIB, frente al 70% que tenía España en 2012). En comparación con el país vecino, la única ventaja con la que cuenta Italia es que tiene a varios italianos en los principales puestos de las instituciones financieras europeas, más allá del propio Draghi.

Este tema financiero conecta con el otro gran problema interno que va a haber, y es el orden social. Con dos partidos dedicados a la agitación callejera (el Movimiento Cinque Stelle y la Liga Norte, uno de extrema izquierda y otro de extrema derecha), no resulta de extrañar que Gentiloni haya designado ministro del Interior al calabrés Marco Minniti, un experto en temas de seguridad. Así, Minniti habrá de afrontar el tema de los disturbios callejeros; los problemas derivados del fenómeno migratorio (sobre todo lo procedente de las costas de Libia); y la vigilancia de las posibles células yihadistas, que ya han atentado varias veces en la vecina Francia y pueden tener en este momento a Italia en su punto de mira.

El Gobierno Gentiloni habrá de lograr también una nueva ley electoral, que puede salir adelante a través de dos vías. Una es la que depende de la decisión del Tribunal Constitucional italiano acerca de la Italicum (ley aprobada en mayo de 2015 por Matteo Renzi y que afecta solo a la elección de los miembros de la Cámara de Diputados) y que obligaría a hacer una ley complementaria que decidiera cómo elegir a los miembros del Senado. La otra posibilidad sería hacer una ley completamente nueva, que afectaría tanto a Cámara de Diputados como a Senado.

Pensando en otros frentes, el nuevo Ejecutivo debe afianzar la incipiente recuperación económica, ya que el crecimiento del PIB sigue siendo muy débil (se espera que Italia cierre el año con un aumento del 1,0% del PIB), y abordar con decisión la cada vez mayor brecha económica y social entre norte y sur. Esto explica la creación de un nuevo ministerio “para la cohesión territorial y el Mezzogiorno” (nombre con el que se conoce a las cinco regiones más pobres de Italia, todas ellas en el sur), que recaerá en Claudio de Vincenti, hasta ahora subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros. Todo ello sin olvidar la reconstrucción de las zonas devastadas por los terremotos que han tenido lugar en el centro del país en los últimos meses, y que han dejado poblaciones históricas totalmente devastadas.

En el plano internacional, Italia tiene ante sí la celebración del sesenta aniversario de la firma de los Tratados de Roma, siendo la anfitriona de la conmemoración prevista para el 25 de marzo de 2017. Igualmente, será también anfitriona de la cumbre del G-7 en mayo, que tendrá lugar en la localidad siciliana de Taormina. Al mismo tiempo, debe seguir trabajando el tema de las inversiones, en el que está previsto que la Irán del presidente Hasán Rohaní realice un fuerte desembolso en material italiano, sin dejar de prestar atención a otros dos países donde Italia recibe un trato preferencial (Argentina y Cuba).

Particularmente importante será comprobar si Gentiloni sigue la línea marcada por Matteo Renzi respecto a la política económica de la UE. Debe recordarse que Renzi, aunque al principio se situó dentro de la más pura ortodoxia, comenzó a desmarcarse de la austeridad impuesta por la Canciller alemana, Angela  Merkel, (y secundada por los países de centro y norte de Europa), para apostar por las políticas de crecimiento, lo que le llevó a aumentar el gasto público y a no cumplir los objetivos de déficit marcados por la Unión. Desde esa perspectiva, Renzi llegó a tener una actitud tan desafiante hacia la Comisión que, por primera vez en la historia de la construcción europea, vetó los presupuestos europeos, veto que habrá que ver si Gentiloni mantiene o no.

No hay que olvidar, por último, el frente de las principales potencias mundiales. Gentiloni, como titular que ha sido de Exteriores, ha mantenido una excelente relación con el gobierno de Barack Obama que no ha sido incompatible con unas sólidas relaciones comerciales con la Rusia de Vladímir Putin. En el caso de Estados Unidos, ahora habrá que ver qué tal se entiende no sólo con una administración estadounidense republicana, sino con un presidente tan controvertido como Donald Trump. En todo caso, Italia se encuentra cada vez más comprometida en la lucha contra Daesh, y prueba de ello fue el envío de tropas a Mosul en diciembre de 2015.

Quizá lo más difícil para el Gobierno Gentiloni va a ser la cerrada oposición de la mayor parte de las fuerzas políticas, ya que Italia comienza a estar en un escenario preelectoral: antes de febrero de 2018 deberán estar convocadas nuevas elecciones generales, y por ello ningún partido político importante, más allá del Nuovo Centrodestra (NCD) de Angelino Alfano, está de momento dispuesto a ayudar al nuevo Ejecutivo. Solo resulta esperable algún apoyo puntual de la Forza Italia de Berlusconi, aunque solo sea porque en este momento anticipar comicios les obligaría a presentarse sin un candidato claro ni una coalición sólida formada. En ese sentido, Gentiloni es un hombre respetado en la escena italiana y, aunque no tiene la habilidad de su antecesor, sí posee las dotes diplomáticas que Renzi no tenía, y también una muy buena relación con los medios de comunicación que tiene que ver no solo con su paso por el ministerio de Comunicaciones, sino también con haber ejercido durante años el oficio de periodista. Y es que Italia camina, una vez más, entre la incertidumbre y la esperanza, lo que se ha convertido ya en una constante en la tercera economía de la eurozona.