Partidarios del Movimiento Cinco Estrellas protestan contra la ley Rosatellum bis (Alberto Pizzoli/AFP/Getty Images)

He aquí las claves para entender la nueva ley electoral Rosatellum bis y qué supone para el complejo escenario político de Italia.

Acaba de tener lugar la tramitación y definitiva aprobación de la nueva ley electoral italiana, conocida como Rosatellum bis, en honor a su promotor, el portavoz del Partido Democrático (PD) en la Cámara de Diputados, Ettore Rosato. Se trata de la cuarta ley electoral en menos de veinticinco años, lo que pone de manifiesto que este tipo de leyes se han convertido en un instrumento político de primer orden, aprobándose (caso de la Porcellum en 2005) o dejándose en suspenso (como sucedió con la Italicum en 2015) según los intereses de los partidos que poseen mayoría en las cámaras. La realidad es que esta nueva ley a través de la cual los italianos elegirán a sus legítimos representantes viene marcada por una profunda polémica fruto de un acuerdo entre dos exprimeros ministros (Matteo Renzi y Silvio Berlusconi) que buscan, ante todo, evitar que un enemigo común (el Movimiento Cinque Stelle de Beppe Grillo) se pueda hacer con la presidencia del Consejo de Ministros.

Primero vayamos a los elementos fundamentales de la misma. La Rosatellum bis establece un modelo mixto (aplicado de igual manera tanto a la Cámara de Diputados como al Senado), con un 36% de escaños que saldrán por el sistema mayoritario frente a un 64% que irían por la vía proporcional. Ello supondrá elegir 232 diputados y 116 senadores por el modelo mayoritario en candidaturas uninominales, mientras 398 diputados y 199 senadores serán elegidos por el proporcional a partir de candidaturas plurinominales. Por otra parte, se establece un listón del 3% de votos (10% para las coaliciones nacionales) en todo el país para acceder a cualquiera de las dos cámaras, con lo que se fija un umbral bajo (la Italicum preveía un 5%) para entrar en el Parlamento.

Hasta ahí todo normal, incluso destacable, porque permitirá que, por primera vez en la Historia de la I República italiana, la Cámara de los Diputados y el Senado tengan miembros elegidos por el mismo sistema. Tampoco debe llamarnos la atención que la ley favorezca la formación de coaliciones, un clásico de la política italiana desde que en 1992, a raíz del macroescándalo de corrupción conocido como Tangentopoli, se favoreciera los pactos previos entre partidos. Fue con este sistema bajo el que tuvieron lugar las elecciones generales de 1996, 2001 y 2006, con los líderes de la centroizquierda el economista, Romano Prodi, y de la coalición de centroderecha, Silvio Berlusconi. Prodi derrotaría en dos ocasiones a Berlusconi (1996 y 2006), pero Berlusconi, a su vez, ganaría las elecciones a Francesco Rutelli, alcalde de Roma, en 2001. Cada vez más la política europea se encamina hacia un sistema de coaliciones: en Alemania, sin ir más lejos, se prepara un Gobierno formado por tres partidos (democristianos, liberales y verdes); y en Holanda serán hasta cuatro los partidos que entren en el Ejecutivo.

Pero, a partir de aquí, hay que saber ver la auténtica trastienda de esta ley, y no es otra que un ajuste de cuentas en toda regla entre la vieja política (Berlusconi, Renzi) y la nueva política (el Movimiento Cinco Estrellas). En ese sentido, conviene recordar que, cuando Berlusconi fue expulsado del Parlamento italiano en noviembre de 2013 por haber sido condenado en sentencia firme, fue la bancada parlamentaria de Cinque Stelle la que pronunció el discurso más duro contra el empresario y político lombardo. A su vez, Matteo Renzi no olvida que, cuando era un jovencísimo candidato a primer ministro (39 años recién cumplidos tenía cuando accedió a la presidencia del Consejo de Ministros en febrero de 2014), los de Beppe Grillo (fundador junto con Gianroberto Casaleggio, ya fallecido, del Movimiento Cinco Estrellas), no sólo no le dieron el más mínimo apoyo, sino que el cómico genovés, en una reunión retransmitida a toda Italia vía streaming no se privó de faltar al respeto reiteradamente a Renzi a pesar de que este apenas tenía pasado político, más allá de haber sido alcalde de Florencia y presidente de la provincia de esta misma ciudad.

Por otra parte, las encuestas realizadas en los últimos meses vienen repitiendo una constante: el Movimiento Cinque Stelle se haría con la victoria pero se quedaría a bastantes votos de obtener el 40% necesario para poder gobernar en solitario. Renzi, por su parte, una vez superada la escisión por la izquierda en su partido (que supuso la marcha de históricos dirigentes de la izquierda italiana como Massimo D´Alema o Pierlugi Bersani), y una vez habiendo obtenido una sonora victoria en las primarias de su formación sobre sus dos rivales (Orlando, ministro de Justicia, y Emiliano, gobernador de Apulia), sabe que se mueve en el 26-27% de intención de voto. Finalmente, la clásica coalición de la centroderecha italiana (Forza Italia, Fratelli d´Italia (sucesora de Alleanza Nazionale y Lega Nord) parece que podría superar el 30% de los votos, pero está por ver el rendimiento que dará un Berlusconi que ya ha sido sometido a dos operaciones a corazón abierto y quien, por otra parte, muestra muy poca sintonía con el líder de la Lega Nord, Matteo Salvini, a quien ve como un rival más que temible ya que se cree que por él este partido de extrema derecha está subiendo en las encuestas. Así que todo apunta a que seguramente se producirá un triple empate entre las tres principales candidaturas y que Berlusconi concederá a Renzi la presidencia del Consejo de Ministros que este perdió en diciembre de 2016 con la abultada derrota en el referéndum constitucional. En otras palabras, se volverá a reeditar el pacto entre el Partido Democrático y Forza Italia que ha funcionado la mayor parte de la legislatura y que permitieron el gobierno de Letta (2013-14) y la primera parte del gobierno de Renzi (2014-15).

Sea lo que sea lo que finalmente suceda, Italia necesita un tiempo de estabilidad y de avance muy sustancial, algo muy parecido a lo vivido entre 1996 y 2001 de la mano de la coalición de centroizquierda, en la que el Gobierno consiguió alcanzar unas cotas de crecimiento que hace años que desaparecieron en la macroeconomía italiana. El permanente aplazamiento de los problemas, la monstruosa deuda nacional (cercana al 133% del PIB nacional, lastrando cualquier posible inversión del Estado en infraestructuras y otras necesidades) o la enorme cartera de créditos morosos que tienen casi todos los bancos nacionales llevan a que en Italia sea cada vez más necesaria una urgente modernización porque cada vez lo va a tener más difícil para estar entre las primeras potencias industriales. En ese sentido, es posible que Matteo Renzi sea el único político capaz de llevar a cabo esa modernización: ya en su primer mandato como primer ministro fue capaz de presidir el Ejecutivo más de mil días (lo que da idea de su capacidad para forjar mayorías), y él es el primero que considera sus casi tres años de gobierno constituyen una tarea inacabada que querría finalizar si los italianos le otorgan la confianza a través de las urnas.

Frente a ello, resulta difícil de entender la incapacidad del Movimiento Cinque Stelle para asumir la necesidad del pacto en toda democracia moderna. A pesar de haber demostrado un nivel de honestidad claramente superior al resto de formaciones políticas, ya con motivo de la formación de los nuevos grupos dentro del Parlamento europeo quedó claro lo aislados que estaban en las instituciones europeas, un aislamiento que se muestran incapaces de superar. Y además ha decidido apostar por un candidato, Luigi Di Maio, que no tiene tras de sí una trayectoria lo suficientemente relevante: tan solo cinco años como vicepresidente de la Cámara de Diputados, sin haber gobernado nunca ni siquiera un municipio.

Seguramente, al final se imponga la máxima de mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, y Matteo Renzi representa mejor que nadie la ejecución de esa máxima: cierto es que hay una mayoría de italianos que se muestran desencantados con el político toscano, pero también saben que es, con diferencia, el mejor y el más preparado de todos los candidatos que van a concurrir a las elecciones generales. Unos comicios que han de celebrarse en marzo como muy tarde, aunque podrían tener lugar unas semanas antes. El presidente de la República, Sergio Mattarella, ha puesto como condición previa a la convocatoria de sufragios (facultad que le confiere la Constitución) la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para el año 2018. En ese sentido, las elecciones regionales que han tenido lugar en Sicilia en la primera semana de noviembre han debilitado las posibilidades de Renzi (cuyo candidato, Fabrizio Micari, quedó en tercera posición a mucha distancia del ganador y del segundo más votado), pero aún queda tiempo para que las tornas cambien.

Una vez más, Italia se encuentra ante la complejidad de su vida política, aunque en este momento con la necesidad, cada vez más apremiante, de resolver los problemas de mayor envergadura. Dentro de unos meses tendremos la respuesta a tantas incógnitas hoy por hoy difícilmente despejables. Pero lo que sí está claro es que la función que debe realizar esta nueva ley electoral, no es otra que hacer posible la victoria de la vieja política sobre lo que pretende venderse como la nueva política.