Desde el discurso de Barack Obama hace seis meses, el mundo musulmán ha comenzado a perder la fe en Estados Unidos. Pero no es demasiado tarde… aún.

 

Seis meses después del muy aplaudido discurso del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en El Cairo, los jóvenes de Oriente Medio están comenzando a perder la paciencia con su Administración. Son malas noticias para la esperanza de que Estados Unidos pudiera marcar un nuevo comienzo con las comunidades musulmanas. De Marrakech a Teherán, dos de cada tres personas en la región son menores de 30 años. En gran medida el futuro de las relaciones de EE UU con el mundo musulmán descansa en sus manos.

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El mes pasado viajé a Líbano, Jordania y Egipto para hablar con algunos de los principales líderes cívicos jóvenes de la zona sobre las políticas estadounidenses y sus recomendaciones para la Administración Obama. Acudí plenamente consciente de la importancia de sus opiniones; dondequiera que las esperanzas de los jóvenes se vean sobrepasadas por la frustración -ya sea la incapacidad de conseguir trabajo o el sentimiento visceral de que el suyo es un mundo de represión e injusticia- Estados Unidos y sus aliados estarán menos seguros. Y esto es lo que escuché: aunque la elección del presidente Obama y su discurso en El Cairo fueron muy bien acogidos, la manifiesta falta de continuidad de la Administración ha conducido a una creciente decepción.

Por todo Oriente Medio, Obama suscitó una respuesta sorprendentemente positiva en las encuestas de opinión durante los comienzos de su Administración, y los jóvenes de la región fueron muy receptivos. Veían en su identidad, al igual que en sus palabras, la esperanza de un cambio.

A estas alturas, no obstante, la decepción está comenzando a arraigar. La incapacidad del actual presidente estadounidense para frenar los asentamientos israelíes en los meses que han pasado desde el discurso es una de las quejas principales. Pero hay más. En ese mensaje, intencionadamente dirigido a la gente de la región y no sólo a sus gobiernos, Obama también planteó cuatro cuestiones clave de “dignidad humana”: democracia, libertad religiosa, derechos de la mujer y desarrollo. Desde entonces la Administración no ha hecho prácticamente nada para respaldar esas palabras con acciones, algo que no ha pasado desapercibido.

Para ser justos, Estados Unidos se enfrenta a una tarea complicada. Diversos líderes autoritarios de Marruecos a Túnez o Jordania, todos ellos empeñado en mantenerse indefinidamente en el poder, han trabajado diligentemente en los últimos años para liquidar concentraciones, organizaciones cívicas y cualquier otro indicio de espacio político. La situación empeoró después de que, a mediados de 2006, Washington rebajara su apoyo diplomático a la democratización en la región tras la victoria de Hamás, por un escaso margen, en las elecciones en los Territorios palestinos. Tres años más tarde Washington se ve con menos socios de la sociedad civil de los que podría haber tenido en otro caso.
Desgraciadamente, en vez de hacer frente a estos gobernantes para intentar revertir la situación, Obama parece estar cediendo a la presión. Líderes autoritarios como Hosni Mubarak en Egipto y Mahmud Ahmadineyad en Irán han apostado por que, dada la importancia de los objetivos diplomáticos de EE UU en la región, podrían presionar a la Casa Blanca para que redujera su apoyo a los grupos de la sociedad civil en sus respectivos países.

Y la Administración Obama ha cedido. En su propuesta presupuestaria para el año fiscal 2010, aprobada por el Congreso el 13 de diciembre, pedía recortes significativos en ayudas a la democracia y la gobernanza para grupos cívicos que trabajan a favor del cambio en ambos países. Y en Egipto, el Gobierno estadounidense parece haber acordado ahora que los programas de ayuda sólo financiarán a grupos que el Ejecutivo egipcio haya aprobado oficialmente. Estas medidas muestran un acusado contraste con el discurso de El Cairo, que asociaba la preocupación por la dignidad humana con el rechazo a la idea de que la democracia pueda ser promovida por la fuerza. Desgraciadamente, en todo menos en palabras, la Administración está resultando tristemente decepcionante.

Existe aquí un problema que los jóvenes de la región señalan rápidamente: los objetivos fáciles no son necesariamente los importantes.

Tomemos el discurso complementario al anterior que la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, pronunció el mes pasado en una cumbre regional en Marruecos. Clinton explicó a su audiencia que aunque el discurso pretendía lanzar un nuevo comienzo general entre Estados Unidos y las comunidades musulmanas, la Administración había decidido, tras posteriores reflexiones, que se centraría únicamente en tres áreas de desarrollo: iniciativa empresarial, ciencia y tecnología, y educación. La democracia, la libertad religiosa y los derechos de las mujeres no aparecían como parte de los planes.

Si lo tomamos desde un punto de vista benévolo, podríamos elogiar a la Administración por encontrar proyectos listos para arrancar. Al centrarse en iniciativa empresarial, ciencia y tecnología, y educación, Washington ha hallado iniciativas que tenían ya el apoyo de los gobiernos árabes. Pero existe aquí un problema que los jóvenes de la región señalan rápidamente: los objetivos fáciles no son necesariamente los importantes. Aunque Clinton destaca correctamente el empleo como un tema clave en Oriente Medio -especialmente los trabajos para jóvenes parados– EE UU no hace ningún favor a la región ofreciendo una cumbre sobre la iniciativa empresarial, una de sus nuevas iniciativas, mientras esquiva los problemas de raíz que obstaculizan los negocios, como la decadencia política y la corrupción. La Administración Obama tendrá que hacer mucho más si espera demostrar un compromiso sincero con el fomento de un desarrollo generalizado, la clase de desarrollo que de verdad afecta a la vida de la gente.

Mis conversaciones con jóvenes activistas de la región continúan dándome esperanzas de que el Gobierno de Obama tiene una oportunidad única para cambiar las percepciones de Estados Unidos entre la juventud de Oriente Medio. Pero hacerlo exigirá nuevas iniciativas efectivas respecto a los objetivos que el presidente planteó en su discurso de El Cairo, incluyendo la democracia, la libertad religiosa, los derechos de las mujeres y el desarrollo. Y será necesario un esfuerzo constante por escuchar y responder a las gentes de la región, no sólo a sus gobiernos.

 

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