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Estudiante protestan por el coste de las matriculas universitarias, así como por la falta de oportunidades para la juventud surafricana, Johannesburgo. Marco Longari/AFP/Getty Images

Cómo convertir la expansión demográfica del continente en un dividendo.

Según Naciones Unidas, un joven es una persona entre 15 y 24 años de edad. En la actualidad, de los 1.200 millones de personas que componen la población africana, aproximadamente el 77% tiene menos de 35 años. A diferencia del resto del mundo, que se enfrenta al envejecimiento de su población, África tiene más de 200 millones de jóvenes, que son cada vez más numerosos, y se prevé que sean el doble en 2045.

Esta tasa de crecimiento demográfico sin precedentes en la historia moderna de la humanidad presenta retos y oportunidades por igual. Por eso, uno de los principales desafíos que tendrá que afrontar África en el siglo XXI será el de convertir la explosión juvenil en crecimiento y prosperidad que incluyan a todos. Una mala gestión del crecimiento demográfico tendrá graves consecuencias para África, Europa y el mundo en general. Para evitarlo, los países africanos necesitarán estrategias completamente distintas en materia de liderazgo, instituciones y políticas.

Si examinamos la historia reciente de África, vemos que la falta de liderazgo y el mal gobierno han sido las grandes causas de conflicto y subdesarrollo en el continente. Para empezar, es importante destacar que los 54 países africanos abordan de formas diferentes el liderazgo, las instituciones, las políticas y los programas de promoción de los jóvenes. Sin embargo, en todos ellos es llamativa la escasa participación de líderes juveniles, sobre todo en el sector público. Un continente joven como África no puede permitirse el lujo de menospreciar el papel de la juventud a la hora de avanzar.

Lo cierto es que, hasta ahora, África se ha beneficiado considerablemente de la existencia de líderes jóvenes que marcaron la diferencia. En 1976, durante la revuelta de Soweto, en Suráfrica, el niño de 13 años Hector Peterson murió por disparos en una manifestación pacífica de estudiantes contra la implantación del afrikaans como lengua educativa en las escuelas locales. Pero no murió en vano. La fotografía de su cuerpo en brazos de Mbuyiso Makhubo ocupó las portadas en todo el mundo, y se convirtió en el símbolo, no solo de la lucha de los jóvenes, sino también de la lucha contra el régimen represivo del apartheid en Suráfrica.

Más recientemente, en 2016, los jóvenes nigerianos llevaron a cabo con éxito una campaña con el lema “No somos demasiado jóvenes para presentarnos”, que provocó la enmienda de varios artículos de la Constitución y bajó el límite de edad para ser candidato a la presidencia del país de 40 años a 30.

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Diápora congolesa en Bruselas con retratos del ex primer ministro de República Democrática del Congo, Patrice Lumumba, que protesta contra el líder actual del país, Joseph Kabila. Hatim Kaghat/AFP/Getty Images

También ha habido muchos líderes africanos jóvenes e importantes. Cuando Nelson Mandela fundó, en colaboración con otros, la Liga Juvenil (ANCYL) del Congreso Nacional Africano (ANC) para luchar contra el régimen del apartheid en Suráfrica, no tenía más que 26 años. Julius Nyerere fue primer ministro de Tanzania a los 39, y Patrice Lumumba fue primer ministro —el primero legalmente elegido— de la República Democrática del Congo a los 35. Todos ellos fueron jóvenes que impulsaron grandes transformaciones no solo en sus respectivos países sino en todo el continente.

¿Por qué, entonces, un continente tan joven como África está hoy gobernado por tantos ancianos? La edad media de la población africana es 19 años, y la edad media de los presidentes, 70, frente a la edad media de los gobernantes de los 10 países más desarrollados del mundo, que es 52.

La enorme diferencia de edad hace que a los dirigentes, muchas veces, les sea difícil sintonizar con los problemas de la juventud. Y muchos líderes septuagenarios tienden a aferrarse al poder de por vida, lo cual complica su sucesión por parte de las generaciones más jóvenes.

Para desarrollar todas las posibilidades que ofrece la juventud africana en materia de liderazgo, desarrollo económico y auténtica participación política, es necesario un gran cambio en la educación.

En las últimas décadas, el acceso medio a la educación y la proporción del PIB dedicada a ese capítulo han aumentado de forma considerable, hasta el punto de que la escolarización en la etapa de primaria en el África subsahariana pasó del 56% en 1990 al 76% en 2011. La escolarización en secundaria también ha aumentado. Sin embargo, el acceso a la educación superior sigue siendo un gran problema en la región. De acuerdo con un informe del Africa-America Institute, las instituciones de enseñanza superior del continente no pueden acoger más que al 6% de los jóvenes africanos, frente al promedio mundial del 26%. Como consecuencia, según World Education Services, cada año, más de 350.000 estudiantes africanos buscan plazas en instituciones de enseñanza superior de otros continentes. Los principales destinos son Francia (alrededor de 95.000), China (50.000) y Estados Unidos combinado con Gran Bretaña (40.000). Teniendo en cuenta el gran vacío de liderazgo existente en África y la escasez de plazas en las instituciones de enseñanza superior, parece lógico que los jóvenes busquen oportunidades fuera. Pero es fundamental que escojan lugares que les proporcionen conocimientos y aptitudes aplicables al proceso de desarrollo y el contexto africanos.

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Jóvenes senegaleses participan en una competición nacional sobre robótica. Seyllou/AFP/Getty Images

Volviendo a la región del África subsahariana, es urgente que haya un cambio profundo en la educación. Un cambio de modelo que no solo incluya la perspectiva africana y mejore la calidad en general, sino que utilice los recursos existentes para satisfacer las necesidades de la gente.

Por ejemplo, la tierra y los jóvenes, dos recursos muy abundantes. El 60% de las tierras cultivables no aprovechadas están en África y, sin embargo, muchos países africanos tienen que importar alimentos básicos. Además, los jóvenes no piensan que la agricultura sea una opción de vida atractiva. Como consecuencia, la edad media del agricultor keniano es 63 años, y la del surafricano, 62. La formación técnica y profesional en el sector agrario podría dar empleo a millones de jóvenes africanos, garantizar que se queden en las zonas rurales, en vez de ir a vivir a unas ciudades ya superpobladas y, sobre todo, garantizar la seguridad alimentaria. Pero los jóvenes africanos, en su mayoría, están interesados en ser empresarios o trabajar en el sector servicios, como la banca y las telecomunicaciones.

Otra tarea fundamental es ofrecer a la juventud una educación que les permita beneficiarse de los avances tecnológicos. La cuarta revolución industrial, caracterizada por unas transformaciones tecnológicas fundamentales, exige cierto nivel de conocimientos, no solo para aprovechar sus beneficios sino para comprender los numerosos retos que la acompañan. Cuando se produjeron las revoluciones industriales anteriores, África, por motivos históricos, quedó al margen. Para que el continente se beneficie de las oportunidades que ofrece la actual, necesitará líderes dotados de conocimientos y capaces de adaptarse con rapidez a los cambios y de innovar.

Igualmente importante es la inversión en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEMS, en sus siglas en inglés), tanto para los niños como para las niñas, con el fin de que, además de consumir las nuevas tecnologías, puedan crearlas y fabricarlas.

Según un informe del Banco Africano de Desarrollo, entre 10 y 12 millones de jóvenes se incorporan cada año al mercado de trabajo, pero solo se crean 3,1 millones de empleos estables, lo cual hace que millones de ellos tengan que trabajar en la economía sumergida o permanezcan desempleados.

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El surafricano Tony Mbuya trabajando para su start up en Johanesburgo. Leon Neal/Getty Images

Para acelerar la creación de empleo, debería incorporarse a los programas de las escuelas africanas cómo desarrollar el espíritu emprendedor, una materia que no suele enseñarse. Al fin y al cabo, de acuerdo con un estudio del Global Entrepreneurship Monitor (GEM), entre los africanos de 18 a 34 años, el 60% quieren ser empresarios, mucho más que sus homólogos de otras regiones: 17% en la Unión Europea, 30% en Norteamérica y aproximadamente 40% en Latinoamérica. El informe muestra también que, en 2013, el 56% de los jóvenes ugandeses aspiraban a ser emprendedores, seguidos de los jóvenes nigerianos y ghaneses, con el 53% y el 41% respectivamente. Es decir, lo que hace falta es un entorno que facilite y fomente el espíritu emprendedor y permita expandir las empresas ya existentes, en especial las start-ups creadas por jóvenes.

También será muy importante transformar las instituciones en África. Según Daron Acemoglu y James Robinson, estas son “las normas que rigen y configuran la vida política y económica”. Por tanto, unas instituciones integradoras benefician más a los ciudadanos, porque democratizan el acceso a los servicios básicos como la sanidad y la educación y aumentan la participación en el proceso de toma de decisiones. Eso lleva a un crecimiento económico incluyente y, en definitiva, permite que los países prosperen. Los gobernantes coloniales y autoritarios dejaron muchos Estados africanos con instituciones débiles o sin ninguna. África debe educar a sus jóvenes para que creen y administren unas instituciones que promuevan la participación política de todos y el desarrollo económico.

Es evidente que los jóvenes africanos parecen tener menos compromiso político que las generaciones anteriores. Las causas pueden ser la falta de confianza en las instituciones y la inexistencia de unos canales de participación apropiados. De acuerdo con un sondeo de Afrobarometer llevado a cabo en 2016 en 36 países africanos, solo el 53% de la juventud se interesa por los asuntos públicos. La cifra cae aún más —hasta el 48%— entre las mujeres. Pero los jóvenes, la mayor franja de electores en la mayoría de los países africanos, podrían utilizar su voto para cambiar las cosas y presentarse como candidatos a cargos públicos. Así se responsabilizarían más de construir su futuro.

Por otra parte, existe la necesidad acuciante de una formación para los africanos que trabajan en el ámbito político que les permita formular políticas relevantes para el continente. En África es muy frecuente que se elaboren políticas con influencia extranjera y que, a menudo, no tienen en cuenta la perspectiva regional, por lo que resultan ineficaces.

 

Modelos de liderazgo en África

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El Primer Ministro etíope, Abiy Ahmed , saluda en un evento en Addis Ababa, 2018. Samuel Gebru/AFP/Getty Images

Desde que los Estados africanos se independizaron del poder colonial, casi todos ellos han vivido con modelos de liderazgo verticales u horizontales.

El liderazgo vertical es un modelo en el que el poder está concentrado en manos de un hombre o de sus más estrechos aliados. En África, este tipo de sistema ha conducido sobre todo a la creación y el establecimiento de instituciones extractivas y regímenes autoritarios. Es decir, unas instituciones que se utilizan para extraer los recursos de un país en beneficio de unos cuantos que ocupan el poder.

El modelo horizontal, de liderazgo compartido, tiene menos cadena de mando; en lugar de ello, cuenta con distintos líderes en muchos campos y muchos niveles. Este modelo facilita la creación de instituciones integradoras, y ofrece más oportunidades para que los jóvenes se pongan al frente.

Está claro que en África, hoy, el liderazgo está cambiando hacia el modelo horizontal. Gracias a un mejor acceso a la educación, existen líderes en muchos más ámbitos y más niveles que en décadas anteriores. Kenia y Etiopía son buenos ejemplos. En 2010, Kenia promulgó una constitución que consagraba un sistema de gobierno descentralizado, con una estructura que ofrece a los ciudadanos más oportunidades de participación en el servicio público a nivel nacional y regional. Desde que entró en vigor el sistema descentralizado, en 2013, ha aumentado el número de mujeres y jóvenes en posiciones de liderazgo en el espacio político. Asimismo, el primer ministro recién elegido en Etiopía, el doctor Abiy Ahmed, de 42 años, es el dirigente más joven de África y, aunque acaba de tomar posesión, ya ha empezado a tomar medidas como la liberación de miles de presos políticos y varias reformas institucionales que indican el giro hacia un modelo de liderazgo horizontal.

En conjunto, la mejora de la gobernanza ha producido trasnformaciones visibles, como el cambio económico gracias a una mejor gestión de las políticas macroeconómicas. Este extraordinario crecimiento reciente, tuvo su apogeo en 2010, cuando siete de cada 10 de las economías que más estaban creciendo se encontraban en África. Otros cambios positivos han sido la diversificación de algunas economías, por ejemplo Tanzania y Kenia, la integración regional y el reciente acuerdo de paz entre Etiopía y Eritrea.

Además, de acuerdo con un informe del Banco Mundial, la pobreza disminuyó del 56% en 1990 al 43% en 2012. La calidad de vida mejoró y, como consecuencia, se incrementó la esperanza de vida.

Todos estos avances permiten ser optimistas y vislumbrar en distintos lugares de África lo que puede proporcionar un liderazgo responsable y sensible. Con un mayor acceso a la educación secundaria y terciaria, es de esperar que los jóvenes africanos ocupen el vacío de liderazgo.

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Una chica participa en un evento de naturaleza política en Accra, Ghana. Pius Utomi Ekpei/AFP/Getty Images

¿Y está África haciendo todo lo posible para llenar ese vacío y permitir que los jóvenes desarrollen todas sus posibilidades? La Historia lo juzgará, pero, de momento, parece que hay varias iniciativas dignas de mención. Por un lado, la Unión Africana ha diseñado varias herramientas políticas para aprovechar el dividendo demográfico mediante inversiones en la juventud. Por otra parte, la Carta Africana de la Juventud (AYC), el Plan de Acción para la Década de la Juventud (2009-2018) y la Hoja de Ruta para la Juventud de la Unión Africana (2017) tienen como objetivo crear oportunidades para que los jóvenes desarrollen todas sus posibilidades en los países firmantes.

A escala nacional, muchos países africanos tienen diversos programas dirigidos a dar más poder a los jóvenes. Un buen ejemplo es Ruanda. Desde 2012, el Ministerio de la Juventud y Tecnología de la Información y la Comunicación, en colaboración con la Cumbre Africana de YouthConnekt, ha creado millones de oportunidades para los jóvenes ruandeses y otros países africanos.

La sociedad civil también está contribuyendo de forma importante a fomentar el talento de los jóvenes en todo el continente. Lo que todavía falta en la mayor parte de estas iniciativas es un mecanismo de observación y evaluación de impacto. Medir las repercusiones será crucial para adaptar las políticas antes de que sea demasiado tarde.

De aquí en adelante, el reto fundamental es que algunos países africanos como Somalia, Malí, Sudán del Sur o la República Democrática del Congo no están en situación de poner en práctica programas de empoderamiento de los jóvenes, principalmente debido a los conflictos políticos o la fragilidad de las estructuras de gobierno. No obstante, en términos generales, y en comparación con décadas anteriores, existe ya una masa crítica de africanos con educación que pueden contribuir de forma significativa a llenar el vacío de liderazgo.

Aunque la política en África sigue, en gran parte, dominada por la vieja guardia, lo que es innegable es que el continente ha emprendido un proceso de transición de los líderes. En este recorrido, cada país tendrá que marcar su propio ritmo. Y será necesario empujar a los jóvenes a asumir posiciones de líderes que les permitan crear empleo, dirigir instituciones y diseñar, implantar y gestionar políticas. Para que el proceso de transición tenga éxito, los jóvenes africanos tendrán que ser una parte integral de él.

La historia precolonial de África muestra que, en el pasado, el continente tuvo unos líderes importantes. El reino de Malí, el reino de Ghana y las civilizaciones etíope y nubia tuvieron gran influencia. Ahora, los jóvenes pueden conducir África hacia una prosperidad para todos en el siglo XXI.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores 

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