Un hombre kosovar espera para votar en Prístina, Kosovo. (Armend Nimani/AFP/Getty Images)

Una nueva situación de bloqueo político y una sociedad cansada presagian un futuro incómodo para Kosovo.

Este domingo 11 de junio se celebraron elecciones parlamentarias en Kosovo. Ganó la coalición PAN, liderada por el Partido Democrático de Kosovo (PDK), junto con la Alianza para el futuro de Kosovo (AAK) e Iniciativa para Kosovo (NISMA). A falta de resultados definitivos, la coalición, cuyo candidato a primer ministro es Ramush Haradinaj, obtuvo un 33% de votos.

Las elecciones, convocadas de forma extraordinaria, son un episodio más de una trayectoria política marcada por el enroque y el desgaste. No se espera un escenario muy diferente a los tradicionales problemas de la élite kosovar para formar gobiernos sólidos que no estén constituidos con el monitoreo de la comunidad internacional (dícese EE UU). Tampoco se prevé que cambien las pautas de una clase política que se muestra más firme para buscar su independencia, que para ejercerla efectivamente y con sentido de estado. Ocurrió con el nombramiento inesperado de la presidenta Atifete Jahjaga en 2011, y pasó también en 2014, cuando una crisis política (y también constitucional) obligó a dos partidos rivales, el PDK y la Liga Democrática de Kosovo (LDK) a unirse contra natura en una misma coalición gubernamental, para, tres años después desunirse con el consiguiente deterioro que esto ha supuesto para su credibilidad como partidos políticos, pero también para la estabilidad de Kosovo.

Isa Mustafa (LDK) y Hashim Thaçi (PDK) representan bandos enfrentados, más en lo historiográfico que en lo ideológico; por un lado un bando de "partidos de la guerra" (PDK, AAK y NISMA) y por el otro de "partidos de la paz" (LDK, AKR y Alternativa). Es decir, mientras los primeros respectivamente van comandados por tres líderes surgidos del grupo armado UÇK (Thaci, Haradinaj y Fatmir Limaj), los segundos han sabido medrar políticamente durante la transición (Mustafa, Behgjet Pacolli y Mimoza Kusari-Lila). La paradoja es que posiblemente el partido más votado (en torno al 26%) habría sido Vetëvendosje (Autodeterminación), cuyo líder, Albin Kurti, salió de las "oficinas" del UÇK. Se antoja el partido con mejores perspectivas de futuro.

El 15 de mayo Isa Mustafa no superó una moción de censura, ante su incapacidad para desactivar a la oposición, frente a sus incumplidas promesas de gobierno. Un aspecto clave fueron los juegos de poder, pero también perder la confianza del Parlamento tras la no ratificación del acuerdo fronterizo con Montenegro (la oposición sostenía que se perdían 3.700 hectáreas). El acuerdo era apoyado por la Unión Europea y EE UU, como condición para la liberalización de visados –ansiado por los ciudadanos kosovares–. La oposición y algunos miembros del propio Gobierno se mostraron en contra del acuerdo. En 2016, la Comisión Europea recomendaba que los ciudadanos de Georgia, Ucrania y Kosovo tuvieran acceso al visado. Solo los dos primeros países lo han logrado, y vale la pena recordar que tienen problemas de frontera aún más sensibles que los que tiene Kosovo. Por otro lado, el acuerdo con Montenegro se interpretaría como un síntoma de madurez, un paso previo a otro escenario de acuerdo similar con Serbia.

El PDK, además, prefirió adelantar las elecciones para no verse más perjudicado por el fracaso de la unión con el LDK, cuya coalición en estas elecciones ha sido la tercera fuerza política (25%), y por tener a varios de sus alcaldes imputados, cuyas condenas perjudicarían la imagen del partido, envuelto desde hace años en multitud de casos de corrupción, problema que, año a año, preocupa cada vez más al votante kosovar, quien, ya no se fija tanto en los obstáculos de la transición y en las "artes" de su vecino serbio, sino en la gestión de sus propios compatriotas.

La victoria de la coalición del PDK no ha sido lo suficientemente consistente. El tribunal para juzgar los delitos de guerra en Kosovo, sito en La Haya, parece haber unido a los tres líderes políticos, con un expediente lo bastante turbulento como para que el procesamiento por crímenes de guerra genere sinergias políticas impensables hace algunos años. No hace mucho, la periodista de la Radio Televisión de Kosovo, Serbeze Hadžiaj, informaba de que los testigos que podrían dar testimonio contra los comandantes del UÇK estaban en peligro y vivían con miedo. No en vano, varios de los testigos protegidos contra Ramush Haradinaj fueron asesinados durante los últimos años. La coalición parece más un atrincheramiento político, que un opción política con las ideas claras, con diferencias ideológicas y fuertes personalidades que, llegados los instantes de gran exigencia política, no parece que vayan a conformar un gobierno estable. Empezando por sus diferencias en cuanto a la demarcación territorial de Kosovo.

Por otro lado, si Haradinaj llegara a ser nombrado primer ministro, las negociaciones con Serbia verían un periodo incierto y complicado. Haradinaj estuvo arrestado en Francia de enero a abril, debido a una orden emitida por las autoridades serbias. Es, posiblemente, una de las figuras políticas albano-kosovares que generan más rechazo entre los ciudadanos del país vecino. Pero, también, la que ha alcanzado más popularidad en Kosovo, habiendo sabido rentabilizar su "martirazgo" durante la campaña electoral: amenazando a Belgrado con dar pasaportes kosovares a los albaneses de Serbia o mover la frontera kosovar hasta Niš, si Serbia no accedía a eliminar del preámbulo constitucional la referencia a Kosovo. Mientras, la Lista Serbia ganó con suficiencia entre los serbios de Kosovo (más del 80%), que no parecen mostrar fracturas importantes acerca de su estrecha vinculación a Belgrado, al contrario de lo que aseguraban algunos especialistas con la nueva irrupción política de Aleksandar Jablanović y el Partido de los Serbios de Kosovo, opuesto al intervencionismo de Serbia en Kosovo.

Vetëvendosje ha doblado el número de votos conseguido en 2014. El partido es exponente del nacionalismo albanés radical pero también es la formación más inmaculada, siempre en la oposición y con un discurso de disrupción con el pasado, con la élite actual y con la comunidad internacional. De hecho, el alcalde de Pristina, Shpend Ahmeti, es una de las pocas figuras políticas que ha probado su determinación en la lucha contra la corrupción, gozando de mucha popularidad entre el electorado.

Kosovo continua con los mismos problemas que han caracterizado su andadura desde la independencia en 2008: corrupción, nepotismo y crisis económica. Un paisaje que explica cómo una mayoría social proyecta su futuro en el extranjero –de 2012 a 2016, según Gallup, ha ascendido en un 5% el número de personas que quieren dejar Kosovo –. Sin embargo, la inercia negativa del país no es muy diferente a la del resto de vecinos de la región, que viven su propia involución política. No solo hay un problema de base ante la falta de ampliación europea, confirmada por la Comisión Europea, al menos, hasta 2019, a través de Jean Claude Juncker, sino una política europea errática para la región. Son los casos de Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Kosovo los más afectados por esta parálisis. Vale la pena recordar que el 19 de diciembre el Consejo de la Unión Europea no logró aprobar sus habituales Conclusiones anuales sobre Ampliación y Proceso de Estabilización y Asociación (PEA); lo que expuso, especialmente, las diferencias de planteamiento respecto a la región, que no pueden ser sorteadas, pese a su empeño, por la acción diplomática de Federica Mogherini.

En este contexto, con formaciones políticas enfrentadas, solo se vislumbran soluciones similares a las de 2011 y 2014, con todos los costes que eso tiene para el futuro de Kosovo. Una situación de bloqueo político que no hace más que inyectar desencanto en la sociedad y abrir la veda para alternativas políticas más radicales, que, como es habitual, pasan por el maximalismo nacionalista, acrecentado durante estas últimas elecciones. Una vez agotado el periodo de oportunidades reformistas, podremos advertir que la élite de la transición se acerca a su final, sin haber logrado llegar a la mayoría de edad como para que la geopolítica deje de ser el único medio efectivo de formar gobierno y gobernar Kosovo, con los mínimos que le son exigibles a cualquier estado.