Fernández
Jorge Fernández Díaz,
250 páginas,
Editorial Sudamericana,
Buenos Aires, Argentina, 2006

Argentina llegó a España a finales de los 80 y entre 1998
y 2002 con una emigración impulsada sucesivamente por la inflación,
la recesión y la quiebra financiera del Estado. Sin embargo, hay dos
Argentinas que tal vez los jóvenes españoles no conozcan demasiado:
una histórica, pujante y promisoria, forjada por millones de inmigrantes
europeos que a fines del siglo xix y principios del xx cruzaron el Atlántico,
empujados por el hambre y la guerra, y otra actual, escéptica y conflictiva,
en manos de los hijos y los nietos de aquéllos.

Dos libros del escritor y periodista Jorge Fernández Díaz, Mamá y Fernández, permiten una aproximación literaria a la historia
reciente del país y explican quiénes eran los que vinieron y
quiénes son los que se quedaron. Con una prosa sensible al habla cotidiana,
ambos registran las inquietudes de un grupo social y de una generación
a través de las peripecias individuales de sus protagonistas. Nacido
en 1960, el autor ha desarrollado una intensa labor en el periodismo gráfico.
Fue subdirector de Gente y director de Noticias, dos de las revistas argentinas
de mayor circulación, y ahora es redactor jefe en el diario La
Nación.

Mamá se convirtió rápidamente en un best seller, tras
su publicación en 2002. La crónica novelada de la vida de la
madre del autor —una campesina asturiana que a los 15 años fue
enviada a Buenos Aires— tuvo diez ediciones en Argentina y cuatro en
España. Los hijos regalaban la obra para el día de la madre,
ellas se la recomendaban entre amigas y, de boca en boca, volvía a los
más jóvenes que buscaban sus raíces en aquellas historias
de inmigrantes esforzados.

El libro pinta un fresco de la Argentina de mediados del siglo xx. Carmen
llega sola a Buenos Aires en 1947, durante la primera presidencia de Juan Domingo
Perón. Eran tiempos de prosperidad en el país. Mientras Europa
comenzaba a asomar, maltrecha, entre los escombros de la Segunda Guerra Mundial,
Argentina vivía una situación floreciente. Vendía a buen
precio su producción agropecuaria y había acumulado una importante
reserva de divisas; se nacionalizaban los servicios públicos y los altos
salarios estimulaban el consumo. Era, también, la época en que
recibiría la última gran ola inmigratoria europea.

El protagonista creyó que
la democracia recuperada sería la panacea, que el periodismo de
investigación podía cambiar la realidad… y de todo
se ha desencantado

Cuando se embarca en el puerto de Vigo, Carmen inicia, como todo emigrante,
un viaje en dos dimensiones: la del cuerpo y la del espíritu. El barco
llega a Buenos Aires, pero los afectos de la muchacha, sus deseos, sus proyectos,
se quedan en una zona incierta, en una España idealizada por la añoranza.
La asturiana trabajará con ahínco, conocerá el amor, tendrá hijos
y nietos, y hasta será feliz. Pero durante años vivirá escindida:
se sentirá española en Argentina, y argentina cada vez que visite
España.

"En Mamá entrevisté a mi madre", dijo Fernández
Díaz. "Al final del libro, ella me acusa de tener miedo a vivir.
Sentí que me dirigía esa acusación a partir del tipo de
vida que habían llevado los inmigrantes. Ellos sabían adónde
iban y cuáles eran sus anhelos. Pensé entonces que era interesante
saber qué nos había pasado a nosotros, los hijos de esos inmigrantes
que hoy tenemos entre 40 y 50 años; por qué éramos muchachos
sin dioses ni ideologías, chicos de clase media sin ideales".

Fernández continúa la historia, en clave de ficción autobiográfica.
A los 40 años, el protagonista es un periodista experimentado y un hombre
desilusionado. La crónica policial y el análisis político
lo han llevado a conocer tanto el mundo brutal de los asesinos callejeros como
las intrigas y los negocios turbios del poder (y a encontrar, también,
peligrosas similitudes entre ambos). Ha creído que la revolución
socialista por la que pelearon sus hermanos mayores en los 70 era la gran utopía
perdida; que la democracia recuperada en los 80 servía como panacea
y que el periodismo de investigación y denuncia, que tuvo su cuarto
de hora en los 90, podía cambiar la realidad. De todo se ha desencantado
y ahora, con el alma derrotada, se encuentra por azar en el consultorio del
dentista, con Lili, su primera novia.



La chica es su contrafigura: todo lo que él ha cambiado por dentro,
ella lo ha hecho por fuera. De adolescente tímida a millonaria sin prejuicios,
se ha convertido en un catálogo viviente de bellezas artificiales: implantes
dentales, prótesis de siliconas, uñas esculpidas, inyecciones
de colágeno… Un tipo femenino corriente en las calles de Buenos
Aires desde los 90. El encuentro lleva a la pareja a deambular por el barrio
porteño de Palermo durante todo el día, en una deriva matizada
por confesiones y autocríticas, a la que se irán sumando amigos
y el recuerdo de anécdotas de juventud. El escenario de ese revival improvisado tiene algo de laberinto borgiano, y cada paso en falso abre una
puerta a escenas clave de la historia argentina de los últimos años:
el golpe militar de 1976; la guerra de las Malvinas, en 1982; el retorno de
la democracia, en 1983. Y, sobre todo, los complejos 90. Porque Fernández
vive el cénit de su madurez juvenil en ese decenio.

El país era entonces muy distinto del que había conocido la
madre del autor. A finales del siglo xx, con el sistema democrático
ya estabilizado, Argentina puso en marcha un Estado que algunos analistas han
llamado "postsocial", apegado a los principios del liberalismo
económico y caracterizado por una drástica reducción de
su participación en la vida social y económica del país,
que se tradujo en acciones decisivas: flexibilización del mercado del
trabajo, privatización de empresas públicas y desregulación.
Al tiempo, se produjo una profunda desvalorización de la política,
a la que vastos sectores de la población empezaron a mirar con desconfianza
o apatía (después de haber participado en ella con entusiasmo,
a comienzos de los 80) cuando comprobaron —grave crisis inflacionista
por medio— que la mera existencia de un sistema de gobierno democrático
no bastaba, por sí sola, para garantizar el bienestar económico
de una nación.

Tal vez sea allí donde la voz de Fernández se constituya con
más fuerza en la voz de una generación, integrada por mujeres
y hombres aún jóvenes, con éxito en sus profesiones, materialmente
satisfechos, pero que parecen haber perdido la fuerza física y moral
con la que sus padres y abuelos construyeron un presente digno para ellos y
un futuro mejor para sus hijos. Son los que no se fueron a pesar de las dictaduras
y las crisis. Los que se quedaron sin ser cómplices ni víctimas
fatales. Una generación desorientada, retratada con cruda lucidez.

Jorge Fernández Díaz se plantea en Mamá una pregunta
inquietante que vuelve como un ritornelo en Fernández: ¿En qué momento
se malogra una vida? "Cualquiera de nosotros puede distraerse, tomar
el camino equivocado y perderse para siempre", dice el autor. Las vidas
de los países no suelen ser muy diferentes de las vidas de las personas.

La Argentina desencantada. Verónica Chiaravalli

Fernández
Jorge Fernández Díaz,
250 páginas,
Editorial Sudamericana,
Buenos Aires, Argentina, 2006

Argentina llegó a España a finales de los 80 y entre 1998
y 2002 con una emigración impulsada sucesivamente por la inflación,
la recesión y la quiebra financiera del Estado. Sin embargo, hay dos
Argentinas que tal vez los jóvenes españoles no conozcan demasiado:
una histórica, pujante y promisoria, forjada por millones de inmigrantes
europeos que a fines del siglo xix y principios del xx cruzaron el Atlántico,
empujados por el hambre y la guerra, y otra actual, escéptica y conflictiva,
en manos de los hijos y los nietos de aquéllos.

Dos libros del escritor y periodista Jorge Fernández Díaz, Mamá y Fernández, permiten una aproximación literaria a la historia
reciente del país y explican quiénes eran los que vinieron y
quiénes son los que se quedaron. Con una prosa sensible al habla cotidiana,
ambos registran las inquietudes de un grupo social y de una generación
a través de las peripecias individuales de sus protagonistas. Nacido
en 1960, el autor ha desarrollado una intensa labor en el periodismo gráfico.
Fue subdirector de Gente y director de Noticias, dos de las revistas argentinas
de mayor circulación, y ahora es redactor jefe en el diario La
Nación.

Mamá se convirtió rápidamente en un best seller, tras
su publicación en 2002. La crónica novelada de la vida de la
madre del autor —una campesina asturiana que a los 15 años fue
enviada a Buenos Aires— tuvo diez ediciones en Argentina y cuatro en
España. Los hijos regalaban la obra para el día de la madre,
ellas se la recomendaban entre amigas y, de boca en boca, volvía a los
más jóvenes que buscaban sus raíces en aquellas historias
de inmigrantes esforzados.

El libro pinta un fresco de la Argentina de mediados del siglo xx. Carmen
llega sola a Buenos Aires en 1947, durante la primera presidencia de Juan Domingo
Perón. Eran tiempos de prosperidad en el país. Mientras Europa
comenzaba a asomar, maltrecha, entre los escombros de la Segunda Guerra Mundial,
Argentina vivía una situación floreciente. Vendía a buen
precio su producción agropecuaria y había acumulado una importante
reserva de divisas; se nacionalizaban los servicios públicos y los altos
salarios estimulaban el consumo. Era, también, la época en que
recibiría la última gran ola inmigratoria europea.

El protagonista creyó que
la democracia recuperada sería la panacea, que el periodismo de
investigación podía cambiar la realidad… y de todo
se ha desencantado

Cuando se embarca en el puerto de Vigo, Carmen inicia, como todo emigrante,
un viaje en dos dimensiones: la del cuerpo y la del espíritu. El barco
llega a Buenos Aires, pero los afectos de la muchacha, sus deseos, sus proyectos,
se quedan en una zona incierta, en una España idealizada por la añoranza.
La asturiana trabajará con ahínco, conocerá el amor, tendrá hijos
y nietos, y hasta será feliz. Pero durante años vivirá escindida:
se sentirá española en Argentina, y argentina cada vez que visite
España.

"En Mamá entrevisté a mi madre", dijo Fernández
Díaz. "Al final del libro, ella me acusa de tener miedo a vivir.
Sentí que me dirigía esa acusación a partir del tipo de
vida que habían llevado los inmigrantes. Ellos sabían adónde
iban y cuáles eran sus anhelos. Pensé entonces que era interesante
saber qué nos había pasado a nosotros, los hijos de esos inmigrantes
que hoy tenemos entre 40 y 50 años; por qué éramos muchachos
sin dioses ni ideologías, chicos de clase media sin ideales".

Fernández continúa la historia, en clave de ficción autobiográfica.
A los 40 años, el protagonista es un periodista experimentado y un hombre
desilusionado. La crónica policial y el análisis político
lo han llevado a conocer tanto el mundo brutal de los asesinos callejeros como
las intrigas y los negocios turbios del poder (y a encontrar, también,
peligrosas similitudes entre ambos). Ha creído que la revolución
socialista por la que pelearon sus hermanos mayores en los 70 era la gran utopía
perdida; que la democracia recuperada en los 80 servía como panacea
y que el periodismo de investigación y denuncia, que tuvo su cuarto
de hora en los 90, podía cambiar la realidad. De todo se ha desencantado
y ahora, con el alma derrotada, se encuentra por azar en el consultorio del
dentista, con Lili, su primera novia.



La chica es su contrafigura: todo lo que él ha cambiado por dentro,
ella lo ha hecho por fuera. De adolescente tímida a millonaria sin prejuicios,
se ha convertido en un catálogo viviente de bellezas artificiales: implantes
dentales, prótesis de siliconas, uñas esculpidas, inyecciones
de colágeno… Un tipo femenino corriente en las calles de Buenos
Aires desde los 90. El encuentro lleva a la pareja a deambular por el barrio
porteño de Palermo durante todo el día, en una deriva matizada
por confesiones y autocríticas, a la que se irán sumando amigos
y el recuerdo de anécdotas de juventud. El escenario de ese revival improvisado tiene algo de laberinto borgiano, y cada paso en falso abre una
puerta a escenas clave de la historia argentina de los últimos años:
el golpe militar de 1976; la guerra de las Malvinas, en 1982; el retorno de
la democracia, en 1983. Y, sobre todo, los complejos 90. Porque Fernández
vive el cénit de su madurez juvenil en ese decenio.

El país era entonces muy distinto del que había conocido la
madre del autor. A finales del siglo xx, con el sistema democrático
ya estabilizado, Argentina puso en marcha un Estado que algunos analistas han
llamado "postsocial", apegado a los principios del liberalismo
económico y caracterizado por una drástica reducción de
su participación en la vida social y económica del país,
que se tradujo en acciones decisivas: flexibilización del mercado del
trabajo, privatización de empresas públicas y desregulación.
Al tiempo, se produjo una profunda desvalorización de la política,
a la que vastos sectores de la población empezaron a mirar con desconfianza
o apatía (después de haber participado en ella con entusiasmo,
a comienzos de los 80) cuando comprobaron —grave crisis inflacionista
por medio— que la mera existencia de un sistema de gobierno democrático
no bastaba, por sí sola, para garantizar el bienestar económico
de una nación.

Tal vez sea allí donde la voz de Fernández se constituya con
más fuerza en la voz de una generación, integrada por mujeres
y hombres aún jóvenes, con éxito en sus profesiones, materialmente
satisfechos, pero que parecen haber perdido la fuerza física y moral
con la que sus padres y abuelos construyeron un presente digno para ellos y
un futuro mejor para sus hijos. Son los que no se fueron a pesar de las dictaduras
y las crisis. Los que se quedaron sin ser cómplices ni víctimas
fatales. Una generación desorientada, retratada con cruda lucidez.

Jorge Fernández Díaz se plantea en Mamá una pregunta
inquietante que vuelve como un ritornelo en Fernández: ¿En qué momento
se malogra una vida? "Cualquiera de nosotros puede distraerse, tomar
el camino equivocado y perderse para siempre", dice el autor. Las vidas
de los países no suelen ser muy diferentes de las vidas de las personas.

Verónica Chiaravalli es
subeditora de Cultura del diario argentino La Nación.