En otros tiempos, las siluetas de las sociedades autoritarias reflejaban interminables bloques de estilo soviético. Hoy, algunos de los diseños más inovadores se encuentran en los países con menos libertades. ¿Por qué los mejores arquitectos prestan sus proyectos más ambiciosos a los autócratas? En tres palabras: tienen carta blanca.

La cumbre de Moscú: la isla de Norman Foster, de 4.000 millones de dólares, incluye 900 pisos, un hotel, escuela, museos y un centro deportivo.

Daniel Libeskind es uno de los arquitectos más famosos del mundo, responsable del Museo Judío de Berlín, la vanguardista ampliación del Museo de Arte de Denver (EE UU) y el primer plan general para los terrenos del World Trade Center de Nueva York. Trabaja por todo el mundo, o casi. Hace unos años, me aseguró que nunca lo haría en China. Libeskind, que nació en Polonia en 1946, vivió durante un tiempo bajo el régimen comunista de Vladislav Gomulka, y no fue una experiencia que le dejara predispuesto hacia los Estados de partido único. Sus escrúpulos sobre la elección de clientes no eran demasiado conocidos hasta febrero, cuando pronunció en Belfast una charla en la que criticó a los arquitectos que ofrecían sus servicios a sistemas totalitarios. “Creo que deberían asumir una actitud más ética”, dijo. “Me preocupa cuando tienen carta blanca en una obra… No sabemos si ha habido un proceso público: ¿de quién es ese solar, esa casa, esa tierra?”.

¿Por qué Libeskind ha decidido hablar ahora? Porque el tema está empezando a ser inevitable. Desde hace unos años, los mayores nombres de la arquitectura trabajan en países en los que los procedimientos democráticos son un fenómeno infrecuente. Hoy en día, las obras más grandes y audaces se encuentran en lugares como Rusia, China y los Estados del golfo Pérsico, donde la toma transparente de decisiones, las aportaciones de la comunidad y las elecciones legítimas –o de cualquier tipo– suelen ser menos importantes que otros asuntos como el crecimiento de la economía y la riqueza de sus dirigentes.

China es el mayor imán de todos. Un inmenso boom inmobiliario y un Gobierno sediento de prestigio han generado decenas de encargos golosos para famosos arquitectos extranjeros, entre ellos la nueva sede de la Televisión Central China (CCTV) de Rem Koolhaas, el estadio olímpico de Herzog & de Meuron y la gigantesca nueva terminal del aeropuerto internacional de Pekín, de Norman Foster, que es el edificio más grande del mundo… por ahora. Dentro de un tiempo se verá superado por otra megaestructura de Foster, esta vez en Moscú. Apodada la Isla de Cristal, será una “ciudad dentro de una ciudad”, cuya terminación está prevista para 2014, y es uno de los varios proyectos que la firma británica está llevando a cabo en Rusia.

En la región del Golfo, donde las condiciones de trabajo de los inmigrantes son un problema crónico de derechos humanos, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos se han dedicado a reciclar los ingresos del petróleo en inmensos proyectos de construcción, como la torre Burj Dubai, diseñada por Skidmore, Owings & Merrill –el edificio más alto del mundo–, varios proyectos de Koolhaas y un distrito cultural en Abu Dhabi con museos realizados por las superestrellas de la arquitectura Tadao Ando, Frank Gehry, Zaha Hadid y Jean Nouvel. El dinero del crudo también ha llevado a la británica-iraquí Hadid a diseñar un centro cultural para Azerbaiyán, un lugar que no es famoso precisamente por sus buenas notas en las clasificaciones de Freedom House ni de Human Rights Watch. Es más, el centro llevará el apellido de Heydar Aliyev (el ex funcionario del KGB que dirigió la república petrolera centroasiática con puño de hierro hasta que murió, en 2003) y de su hijo Ilham, que le sucedió en un pobre remedo de elecciones libres. El año pasado, una Hadid consciente de sus deberes colocó unas flores en la tumba de Aliyev.

 

CONSTRUCCIÓN NACIONAL
No es ningún misterio por qué los arquitectos mantienen una relación ambigua con el poder. No pueden hacer nada sin él. Cada gran edificio, sea en Manhattan, Dubai o Singapur, es un triunfo de la voluntad, normalmente la del cliente, independientemente de que éste sea un promotor, el director de un museo o un gobierno autoritario. Los arquitectos prefieren a clientes sin miedo, dispuestos a invertir un dinero sustancial y a reírse de la oposición local. Qué tentador resulta construir en sitios en los que un emir o un Vladímir pueden tomar decisiones con impunidad, el dinero abunda, las ambiciones no tienen límites y los adversarios están más preocupados por la vigilancia policial y por la posibilidad de que les metan en la cárcel.

Consulte también el tema especial web: Diseño para déspotas

Hablando de Vladímir Putin, la firma escocesa de arquitectura RMJM ganó el año pasado un concurso para diseñar la torre de Gazprom en San Petersburgo. Recordemos que es la gran compañía de gas natural que en otro tiempo dirigió el nuevo presidente, Dmitri Medvédev, el sucesor designado por Putin (y, por cierto, uno de los participantes en el concurso de diseño fue Daniel Libeskind). El Centro Okhta ha suscitado protestas en Rusia y en el extranjero por sus 400 metros de altura en una ciudad en la que el edificio más alto es un campanario que mide la tercera parte. Los que se oponen son numerosos e importantes, como la Unión de Arquitectos de San Petersburgo, el director del museo Hermitage y la Unesco, que ha amenazado con quitar a la urbe rusa su condición de patrimonio mundial. Sin embargo, casi todos los observadores ven con escepticismo que los críticos influyan a la hora de la verdad. Podría decirse que hay cierto aroma a carta blanca en el aire.

No nos equivoquemos, hasta las democracias más antiguas tienen mucho que mejorar. Tanto en Nueva York como en Londres habrá siempre nuevos proyectos en los que la opinión pública cuente muy poco y los poderes fácticos hagan lo que hace el poder. Sin embargo, los arquitectos y promotores en los países democráticos tienen que enfrentarse a comisiones estatales, estudios de impacto ambiental, juntas de calificación y grupos comunitarios, políticos y medios de comunicación. Esa interferencia es precisamente lo que exaspera a tantos grandes arquitectos, que se quejan de que Occidente ha perdido el deseo de construir cosas importantes. La nueva Terminal 5 del aeropuerto de Heathrow, diseñada por Richard Rodgers, tuvo que someterse a una investigación pública que duró casi cuatro años. Es más o menos el mismo tiempo que ha tardado el proyecto de Foster para la nueva terminal del aeropuerto de Pekín en pasar de la concepción a la finalización. Hubo que satisfacer a un asesor de feng shui, pero eso fue todo; nada de complicados procesos judiciales.

No obstante, resulta sorprendente que los autócratas de todo el mundo hayan adquirido esa afición por la arquitectura moderna. Antes solían preferir lo que podríamos llamar “neoclasicismo paquidérmico”, que daba a la dictadura más endeble el peso de un imperio duradero. Hitler ordenó a Albert Speer que reimaginara Berlín como una Roma hiperinflada. Y Stalin dejó como herencia unos bloques tan pomposos como su mostacho. La excepción fue Mussolini, que comprendió lo que la arquitectura moderna podía conferir a su régimen: la autoridad del futuro. Y, entre los autócratas de nuestra época, su idea es la que ha arraigado.

Por otro lado, los arquitectos que se apresuran a trabajar con ellos tienen sus propios motivos. Precisamente porque su pensamiento es tan nuevo y vanguardista, varios de ellos pasaron sus primeros años vagando por las inmensidades de la arquitectura de papel, es decir, dedicados a clases, conferencias y la publicación de libros influyentes, pero sin demasiado trabajo de verdad. La tentación de aceptar lo que se les ofrece ahora, aunque sea con clientes poco recomendables, es comprensible. Pero hay más. Es una profesión entregada a las grandiosas ambiciones de rehacer el mundo. Arquitectos como Hadid y Koolhaas no sólo practican su oficio sino que desean polemizar, con una devoción evangélica hacia su propio pensamiento avanzado sobre los edificios y las ciudades. Es una actitud que puede hacer que cooperar con regímenes desaconsejables parezca el tipo de cosa que la historia es capaz de perdonar, porque los gobiernos pasan, pero los edificios permanecen como ideas forjadas en piedra y acero. En definitiva, se puede trabajar para el Rey Sol si uno deja como herencia Versalles. O, mejor aún, algo más céntrico.

 

ESPAÑA CONSTRUYE EN EL LADO OSCURO

Museo del futuro: Museo Xixi, en China, del estudio Cerveza & Pioz.

Renunciar a un buen encargo es siempre difícil para el arquitecto, cuyo sueño suele ser cambiar el mundo concibiendo nuevas ciudades y construyendo magníficos edificios que perduren en el tiempo. Algunos países que no respetan las más elementales normas de convivencia ofrecen oportunidades extraordinarias, y el arquitecto español también quiere participar en esta fiesta, junto al resto de las grandes estrellas internacionales.

La arquitectura española está, además, de moda, sobre todo desde que la reciente exposición en el MOMA de Nueva York la consagrara como una de las más creativas e innovadoras del mundo, por lo que algunos de los que se incluyeron en el florilegio neoyorquino y otros que no tuvieron esa suerte han recibido encargos a los que no pueden acceder en nuestro entorno. Por otro lado, las autoridades españolas no escatiman esfuerzos para promocionar a sus pujantes creadores en el exterior, sobre todo en China, como lo prueba la celebración de la exposición Nosotras, las ciudades, que el pasado mes de noviembre se pudo ver en el centro de Planificación Urbanística de Shanghai, dentro de las actividades del Año de China en España. Desde el Ministerio de la Vivienda español, que organizaba la muestra, se apelaba a la divulgación de valores como el desarrollo sostenible o la igualdad entre hombres y mujeres al presentar la exposición. Recientemente se ha publicado, también en China, el libro Arquitectura Española (1997-2007), prologado por el prestigioso arquitecto chino Zheng Shiling y el influyente historiador estadounidense Kenneth Frampton.

El Estudio de Arquitectura Cervera & Pioz lleva ya muchos años trabajando con el gigante asiático, aplicando sus teorías sobre la arquitectura biónica. Ganaron un concurso convocado por el Gobierno de Shanghai en 2005 para el diseño de la spanish town dentro de la nueva world city de Pujiang, ciudad satélite del conglomerado urbano de la desembocadura del Yangtsé. El proyecto es crear áreas al estilo occidental para descongestionar el centro. Además del barrio español, se han puesto en marcha también el alemán, el británico, el holandés, el italiano, el francés, el escandinavo y el canadiense. El arquitecto Javier Pioz cuenta cómo “cobran protagonismo el sol y la luz natural en el interior de los edificios, junto a la vegetación y los espacios abiertos (plazas y calles donde la gente pueda conversar). Se combina la elegancia y sobriedad de El Escorial con los jardines y el agua de La Alhambra, huyendo del posmodernismo facilón y de los grandes rascacielos”.

Otro buen ejemplo de exportador de arquitectura española es el estudio A-Cero, que acaba de ganar un concurso para construir una gran urbanización residencial de lujo en Dubai, orientada a las grandes fortunas asiáticas. El proyecto combina hoteles, apartamentos, oficinas y zonas de ocio en sus más de 300.000 m2 construidos. Y cada vez hay más ocasiones para participar en el sector inmobiliario de estos países, que aprovechan muchos de nuestros mejores técnicos.

La pregunta de si es necesario renunciar a mercados tan potentes debe ser formulada de forma más general. Todos los sectores productivos toman posiciones en los mercados emergentes, y los que más posibilidades tienen de alcanzar el éxito son los que se basan en el conocimiento y la creatividad. Si un dictador enfermo llama a un médico occidental, ¿le atendería? Por un lado, el arquitecto es un facultativo que tiene una cierta “obligación” de aplicar sus conocimientos técnicos allá dónde se soliciten, sea grande o pequeña la empresa que se le encomienda. Y por otro, parece tentador aislar a los autócratas, exigiéndoles el cumplimiento de una serie de normas de convivencia y de respeto elementales, para darles acceso a la técnica y el conocimiento que parecen anhelar, pero el esfuerzo debe realizarse de forma conjunta desde todas las esferas sociales, imponiendo unas reglas del juego que permitan alcanzar un equilibrio saludable para todos. Jacobo Armero

 

 

ÁNGULOS ACERTADOS Y EQUIVOCADOS

Arquitectura autocrática: Koolhaas ha dicho que la sede de la televisión china en Pekín tiene una "belleza bárbara".

Desde ese punto de vista, no hay arquitecto de actitud más teórica que Koolhaas. En los últimos años se ha convertido en el enemigo de las torres de oficinas convencionales, y por eso su sede de la CCTV en Pekín parece una especie de voltereta estructural. Dejemos una cosa clara: tiene todas las posibilidades de ser uno de los edificios más fascinantes del mundo. Ahora bien, que empiece a parecerle a la gente como una especie de versión china de la cancillería de Hitler es otra cuestión. Si hay protestas en las zonas rurales o más disturbios en Tíbet, las decisiones sobre cómo informar de esos sucesos en la televisión nacional se tomarán en el edificio de Koolhaas. En una ocasión, le pregunté si le producía algún reparo construir la sede de unos servicios informativos controlados por el Gobierno. Me contestó que China estaba evolucionando y que confiaba en que sus medios estatales acabarían convirtiéndose en “algo parecido a la BBC”. Tardará algún tiempo. La cadena británica, cuyas emisiones están restringidas en China, informó de que, cuando los periodistas de la CCTV encienden sus ordenadores, una de las primeras cosas que aparecen en sus pantallas “es una advertencia sobre qué noticias no se deben dar”.

El argumento general para defender que los buenos arquitectos trabajen con malos gobernantes es que aportan ideas progresistas a lugares que las necesitan. Por ejemplo, el estudio de Norman Foster ha podido emplear métodos y materiales verdes en el aeropuerto de Pekín y, de esa forma, sentar un modelo útil en un país conocido por su indiferencia a los problemas ambientales. Ése es el argumento del eminente arquitecto Will Alsop. “Lo importante es que China está abriéndose”, afirmó, y añadió: “En el futuro va a cambiar, y los arquitectos van a ser parte de esa apertura”.

Quienes presentan ese argumento tienen algo de razón. Pero no es tan fácil. Esa posición da por sentada la hipótesis optimista, típica en Occidente, de que los regímenes autoritarios evolucionan hacia algo más parecido a las democracias. Pero la Rusia de Putin, por ejemplo, lo ha hecho en el sentido opuesto. Quizá cambie con Medvédev, o quizá no. Las autoridades chinas seguramente piensan que ya han alcanzado un nuevo modelo de sociedad, que mezcla una economía de mercado casi libre con unas libertades limitadas. Y es un sistema que están deseando proponer al resto de los países en vías de desarrollo, impecablemente vestido por los mejores arquitectos. Debería mencionar que, en los comentarios de Alsop sobre el trabajo con regímenes poco recomendables, se sintió obligado a añadir lo siguiente: “Dejaría fuera a Birmania”. ¿Debemos tomarlo como una señal de que están empezando a extenderse las dudas sobre los clientes cuestionables? Si hay algo que un arquitecto sabe cómo hacer, es trazar una línea. Con algo de insistencia, es posible que más arquitectos lo intenten.

 

¿Algo más?
Richard Lacayo reflexiona sobre los diseños arquitectónicos más modernos y las exposiciones de arte más importantes en Looking Around, su blog en la revista Time.

En ‘Delirious Beijing’ (Metropolis, marzo, 2008), Philip Nobel habla de la total transformación de la capital china y de las condiciones políticas y económicas que han impulsado el mayor boom posible de la construcción. Christopher Hawthorne examina las posibilidades de carta blanca en las ciudades que más rápido crecen hoy en día en ‘Cities of Will’ (Condé Nast Traveler, febrero, 2008). Para conocer la mayor y más conocida apología de un arquitecto a las órdenes de un terrible cliente, puede leer la obra de Albert Speers, Memorias: los recuerdos del arquitecto y ministro de armamento de Hitler. Una crónica fascinante del Tercer Reich (El Acantilado, Barcelona, 2002).

En The Endless City (Phaidon Press, Londres, 2008), Richard Burdett y Deyan Sudjic reúnen ensayos de los arquitectos y urbanistas más importantes junto a fotografías a toda página y casos de estudio únicos de seis ciudades muy diferentes –Berlín, Johannesburgo, Londres, México DF, Nueva York y Shanghai– para una mirada definitiva a los retos urbanos en el siglo XXI.