asiamundo
Fotolia

Parag Khanna describe en The Future is Asian el poderío del continente asiático, cada vez más desligado de Occidente y centrado en sí mismo, y los cambios que puede generar en la economía, el sistema internacional o en cómo entendemos la democracia.

The Future is Asian

Parag Khanna

Simon & Schuster, 2019

El intelectual Parag Khanna ha escrito un libro, The Future is Asian, con un tono de premonición bastante acertado. Khanna, nacido en India, habla sobre su continente desde una superioridad moral asiática, joven y enérgica, que nos es poco conocida y puede sonar extraña en Occidente, pero que cada vez oiremos más. Se trata de una melodía que poco a poco se va formando —los que han vivido en Asia la conocen—, en la que la indispensabilidad y los referentes occidentales se van alejando de forma paulatina. El continente asiático, apunta Khanna, cada vez es más importante y cada vez se mira más a sí mismo. Esto, lógicamente, tiene consecuencias en la esfera económica, en las relaciones entre individuos y entre naciones y en cómo vamos a entender el mundo y la democracia en los próximos años. Todos estos campos, asegura el autor, van a “asianizarse” irremediablemente.

Khanna ha escrito un libro que, además de este tono certero, contiene esbozos de los grandes cambios que sucederán dentro de Asia, y de cómo estos afectarán al mundo. Sus tesis son claras y generan debate. El libro está bien escrito, pero hay un exceso cargante de ejemplos y datos: la lectura sería mucho más clara y potente si el autor recortara y fuera más selectivo. El lector, si no, acaba leyendo en diagonal páginas y páginas que no tienen demasiada utilidad.

El libro empieza mirando hacia atrás, con una retrospectiva de la historia milenaria del continente asiático —para Khanna, un concepto geográfico amplio, que va de Turquía a Australia y de India a Rusia—. El autor muestra un continente interconectado durante siglos, de Asia Occidental (el concepto que el autor usa para denominar Oriente Medio) a Asia Oriental, en el que el comercio fluía mediante la Ruta de la Seda, y variedad de imperios interaccionaban y se transformaban mediante la diplomacia, la migración o la guerra. Esta conexión asiática se rompió con la época colonial, que creó un nuevo mundo en el que el destino de Asia quedaba ligado al de Occidente, y las diferentes partes de esta masa de tierra quedaron disgregadas. Ahora, apunta Khanna, estamos volviendo a una conexión continental en la que Asia se ve a sí misma como punto de referencia.

Esto, obviamente, va en detrimento de la gran potencia que, desde la Segunda Guerra Mundial, ha jugado un papel decisivo en el continente: Estados Unidos. Khanna apunta que la mayoría de países asiáticos, ya sea Japón, Filipinas, Arabia Saudí o la India, cada vez dependen y tienen menos en cuenta los intereses de Washington. En cambio, cada vez se producen más conexiones hacia dentro del propio continente: los países del Golfo Pérsico venden crudo a las enormes economías de Asia Oriental, Japón o Corea del Sur invierten en el Sureste Asiático, o Rusia aumenta sus lazos armamentísticos con la India.

El jugador más grande en este tablero es China, pero Khanna no cree que Pekín vaya a sustituir a Estados Unidos en su papel. Analizando la historia del continente (y sin necesidad de buscar comparaciones fuera de él), el autor afirma que el estado natural de Asia es la multipolaridad, en la que no hay una gran potencia que domine todo. Pekín marcará, por su propio peso, eso sí, la tendencia en bastantes ámbitos: Khanna apunta, por ejemplo, cómo la construcción de infraestructuras de la Nueva Ruta de la Seda china está integrando y enlazando cada vez más el continente. Pero, asegura el autor, a pesar de que Pekín sea quien construye esta logística, no necesariamente debe ser quien mejor la use: otras potencias económicas como Japón, Corea del Sur, Taiwán o Singapur pueden aprovechar mejor, si actúan de forma sagaz, la oportunidad que supone. Aunque China es la que abre camino, no necesariamente será la que más se beneficie de él.

Esta Asia conectada y fuerte —a pesar de sus problemas, como Siria, Cachemira, Birmania o Yemen— también está aumentando su influencia de puertas afuera. Y Khanna no habla de grandes inversiones millonarias o compras de grandes empresas, sino del propio tejido social de países como Estados Unidos. La sociedad estadounidense está formada cada vez más por recién llegados, hijos o nietos de orígenes asiáticos, ya sea de Vietnam, Pakistán, Irán o India. Esta minoría creciente mantiene vínculos de familiaridad con el Asia en auge, pero a la vez crece, estudia, trabaja, entra en política o tiene hijos en Estados Unidos. La gran potencia occidental se asianiza a su manera.

asialondres
Un grupo de personas preparan el año nuevo chino en Chinatown de Londres. (Dan Kitwood/Getty Images)

Khanna, sin embargo, pronostica que la relación realmente importante entre China y Occidente no será con Estados Unidos, sino con Europa. La conexión material de formar parte de un mismo megacontinente —Eurasia—, y el interés mutuo de la Unión Europea y de los países asiáticos por acercarse, hará que esta gran masa de tierra se integre todavía más. La propia Europa también se asianizará debido a un proceso demográfico similar al de Estados Unidos, una tendencia que reforzarán los vínculos geográficos. Aquellos países europeos que no tengan en cuenta y presten una atención real a Asia, quedarán atrás en los beneficios que se pueda obtener de ella y también estarán desprevenidos ante los peligros que pueda generar.

¿Cuál es el orden mundial por el que apuesta Khanna? Básicamente, uno en el que se tenga en cuenta los deseos y tendencias asiáticas, a pesar de que algunas no nos gusten. Un sistema en el que el peso real de Asia esté representado en las instituciones internacionales, empezando por el Consejo de Seguridad de la ONU o las políticas del Banco Mundial. Eso afectará de manera inevitable a los valores imperantes en el sistema mundial: quizá valdrá más la paz y la estabilidad que los derechos humanos y las intervenciones externas; quizá el capitalismo al estilo americano será desplazado por uno más mixto y alineado con los intereses nacionales.

Posiblemente, el cambio más crucial será el de la democracia. Leyendo las reflexiones de Khanna, se puede extraer que su modelo ideal es Singapur, es decir, una tecnocracia semiautoritaria altamente eficiente. China, a gran escala, intentó replicar este modelo a partir de las reformas de Deng Xiaoping. No sólo es un sistema que atrae a sus vecinos, sino que también llega a otros países en desarrollo: Ruanda, por ejemplo, está intentando seguir un patrón muy parecido al de los inicios de Singapur (el mismo autor, por su parte, no duda en recomendar a África seguir el camino de Asia para incrementar su bienestar y poder).

Khanna cree que la tecnocracia asiática ofrece más oportunidades para abordar los problemas a largo plazo, mientras que la profundización democrática tiende al populismo. Contrasta al tecnócrata formado, meritocrático y experimentado, con el líder aupado por una popularidad puntual y sentimental. Afirma que los deseos de la población no siempre son más democracia y más transparencia, sino a veces menos, si con eso se gana en eficiencia. Esta sería la tendencia asiática actual.

En un párrafo significativo, Khanna deja claro que el modelo democrático occidental no es inevitable, e incluso pone por delante la tecnocracia asiática como la más adecuada para afrontar los retos futuros: “En ese gran despliegue de culturas y regímenes que forman Asia, las sociedades que la componen parecen estar cómodas con ciertas normas como un capitalismo mixto, un gobierno tecnocrático y un conservadurismo social. No es probable que las ideas occidentales triunfen sobre la mentalidad asiática. Por el contrario, en las próximas décadas, la competición global penalizará lo sentimental. Para demostrar que son capaces de afrontar las complejidades derivadas de la intersección entre tensiones sociales, políticas, económicas, tecnológicas y medioambientales, las sociedades necesitarán líderes capaces con una mentalidad utilitaria. La tecnocracia asiática ya está demostrando que está igual capacitada —y quizá mejor— que Occidente para esta tarea”.

Claro está que, si miramos de cerca a Asia, podemos ver de todo: desde las teocracias de Arabia Saudí e Irán, las democracias avanzadas de Japón, Corea del Sur y Taiwán, el impulso desarrollista y autoritario de China o Vietnam, la democracia caótica de India y algunos países del Sureste Asiático, los Estados fallidos de Siria e Iraq, o las “democracias de imitación” de Rusia y otros países de Asia Central. Pero Kannah, al abarcar el territorio asiático, se arriesga a hablarnos de una tendencia general, que puede parecer sorprendente, pero es bastante plausible.

El autor no plantea que vaya a haber un choque entre la democracia occidental y la tecnocracia asiática, sino simplemente una influencia más grande de la segunda en cómo el mundo entiende la política. Eso no quiere decir que todo Occidente se convierta al credo singapurés: la historia de Asia, precisamente, muestra que —a pesar de la fuerte injerencia que supuso Occidente y el comunismo— la región ha podido conseguir un camino propio al cabo de los años. Al mismo tiempo Asia, durante toda su historia, ha sido una esponja que ha ido absorbiendo tradiciones y cambios. Occidente no tiene por qué abrazar esta novedad en su totalidad: puede y debe mantener (y debatir) lo que considera propio y bueno, mientras absorbe lo que podría hacer mejor.

El libro de Khanna nos advierte de que se está gestando un cambio, que tanto nos afectará a nivel personal, como comunitario y mundial. Nosotros los occidentales quizá deberíamos pensar más qué representa esta “asianización”. Qué queremos de ella y qué no. Cómo reaccionar ante este proceso, qué podemos aprender y aprovechar de él, pero también cómo cobijarnos y amarrar lo nuestro, lo que queremos que permanezca.

Pero primero debemos mirar más hacia Asia. Comprender para poder actuar. O nos pillará desprevenidos.