Es bien sabido que la bandera azul con las doce estrellas en círculo –ni una más ni una menos– simbolizando la perfección, no fue originariamente la bandera de la Unión Europea, sino exclusivamente la del Consejo de Europa, pero por aplastante plebiscito popular se ha convertido en un símbolo: un símbolo de esa voluntad común de pertenecer a esa UE que quiere ser ante todo camino de paz. Una paz que nadie regala, que se construye, en palabras de la Declaración Fundacional de 9 de mayo de 1950, “mediante realizaciones concretas, que den lugar a solidaridades de hecho”.

Por eso, porque es un símbolo, se incluyó en el proyecto de Constitución Europea y, aunque ésta fracasase, sigue usándose profundamente.

Por eso me pongo tan contento cuando vuelvo a España y compruebo que es el país de Europa en el que más puede verse la bandera europea, en todos los edificios oficiales y en muchos particulares.

Y por eso me alegro cuando veo que en el Reino Unido de la Gran Bretaña las manifestaciones con la bandera europea son cada vez más numerosas; porque eso significa que cada vez más son los británicos que se dan cuenta de que con la UE no basta con concesiones o con cooperar, que hay que participar. Y así, si se van, dentro de poco volverán.

Bajo nuestra bandera común, la bandera europea.