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Partidarios de Ekrem Imamoglu en Estambul. (Burak Kara/Getty Images)

Tras la anulación de los resultados iniciales de las elecciones municipales en Estambul, el 23 de junio se celebrará una nueva votación, que constituye además un referéndum sobre el gobierno de Erdogan.

A muchos observadores internacionales les pilló por sorpresa que el 31 de marzo el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del presidente Recep Tayyip Erdogan perdiera las elecciones municipales en muchas de las principales ciudades de Turquía, incluidas Estambul y Ankara. Estambul, de 16 millones de habitantes, ha sido la pieza central del sistema financiero y de la red social del AKP desde 1994, cuando un joven Erdogan se convirtió en alcalde y comenzó su avance hacia el poder. Pocos sospechaban que Erdogan pudiera perder unas elecciones allí. Sin embargo, la votación no solo arrebató Estambul al partido gobernante de Turquía, sino que cuestionó también la idea de que el presiente era invencible y seguiría en su cargo de por vida.

Una sorpresa aún mayor fue el ganador. Pese al casi total control del Gobierno de la cobertura informativa y su uso interesado de los recursos estatales, un político relativamente desconocido del secularista Partido Popular Republicano (CHP), Ekrem Imamoglu, derrotó a Binali Yildirim, peso pesado del AKP y exprimer ministro de Turquía (aunque con una ventaja de menos del 1% de los votos). Imamoglu consiguió reunir el tipo de coalición arcoíris con el que la oposición turca lleva soñando durante más de una década, congregando a secularistas, liberales, nacionalistas, kurdos e incluso conservadores en torno a la idea de una ciudad más habitable. Frente a la retórica políticamente divisiva de Erdogan, Imamoglu respondió con un mantra de cohesión social, que aparentemente funcionó.

Pero, la batalla de Estambul aún no ha terminado, solo acaba de comenzar.

El 6 de mayo, después de un mes entero de presiones, el AKP persuadió a la junta electoral de Turquía para que anulara el resultado de Estambul por supuestas irregularidades, demostrando, una vez más, que aquellos que pensaban que Turquía todavía tenía instituciones independientes fuera del alcance de Erdogan se equivocan. Dado que Turquía ha celebrado elecciones multipartidistas que no han provocado impugnaciones desde 1950 (pese a episodios de autoritarismo en esa época), una variada representación de la sociedad —desde artistas y cantantes hasta exlíderes del AKP como Ahmet Davutoglu y Abdullah Gül— consideró la decisión de anular las elecciones como una burla a la justicia.

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El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, durante un mitin del AKP en Ankara. (ADEM ALTAN/AFP/Getty Images)

Las nuevas elecciones, programadas para el 23 de junio, probablemente se conviertan en otro referéndum sobre el gobierno de Erdogan. Debido a que su intento de retener el poder ha ofendido a tantos votantes, las encuestas predicen que Imamoglu, de 48 años y que partía como el candidato más débil, va a iniciar la nueva carrera electoral unos puntos por encima de donde terminó. La estrategia del CHP será mantener el delicado equilibrio entre secularistas, disidentes conservadores y el más de un millón de votantes kurdos (que representan aproximadamente el 11-12% del electorado) que están molestos por la alianza de Erdogan con el Partido de Acción Nacionalista, de línea dura, y sus amenazas de erradicar las administraciones kurdas sirias en las fronteras de Turquía.

A lo largo de la última campaña, Imamoglu se distinguió de la retórica divisiva de Erdogan respecto a los enemigos internos y externos del Estado gracias a lo que los responsables del CHP llaman una estrategia de “amor radical”. También contrarrestó el nihilismo que lleva largo tiempo instalado en la opinión pública turca: la sensación de que pase lo que pase Erdogan y el AKP acabarán ganando. “La esperanza está aquí”, dijo Imamoglu en un mitin la noche en la que la junta electoral tomó la decisión de la anulación, “todo saldrá bien”, una frase que se convirtió en un eslogan para la oposición.

Existe una curiosa discrepancia entre los análisis turcos y los extranjeros respecto a las elecciones en Turquía. La mayoría de los analistas internacionales ven a Erdogan como una figura invencible y asumen que no dejará que Estambul se le escape de las manos. Pero estas afirmaciones se han demostrado erróneas en varias elecciones anteriores. Erdogan es mucho más vulnerable de lo que sugiere su imagen de hombre fuerte y se encuentra bajo presión por los desafíos externos de Rusia y Siria, y las tensas relaciones de Turquía con Occidente. Turquía, ciertamente, tiene un sistema iliberal y no existe igualdad de condiciones para todos los candidatos en las elecciones, que están marcadas por la presión del Gobierno sobre la comunidad empresarial, los medios de comunicación y las figuras de la oposición. Pero el proceso de votación en sí mismo es suficientemente transparente en los colegios electorales. Los partidos políticos envían representantes a los colegios, mientras que el recuento en cada una de las cerca de 31.000 urnas de Estambul se lleva a cabo bajo la supervisión de miembros de los partidos y de ciudadanos interesados.

Todo esto significa que Imamoglu tiene una buena oportunidad de ganar de nuevo si mantiene su autoridad moral y evita ofender a los kurdos y a los conservadores descontentos que necesita para reforzar el voto secularista. En Turquía se especula ya con que Erdogan se lanzará a una aventura militar en el extranjero (como una nueva incursión en el norte de Siria o un enfrentamiento con Chipre por las reservas de gas natural en el Mediterráneo oriental) un poco antes de la votación con el objetivo de consolidar su base electoral. Existe también el temor de que la tensión política en el país provoque manifestaciones en las calles o produzca el tipo de atmósfera caótica que se generó después de las elecciones generales de junio de 2015, cuando el partido de Erdogan perdió su mayoría en el Parlamento y presionó para realizar una nueva votación.

Pero tal vez no suceda nada destacable antes del 23 de junio. Al igual que su rival Imamoglu, Yildirim debe lograr un delicado equilibrio para crear una coalición ganadora. El desafío para el AKP será recuperar el voto conservador kurdo (que perdió debido a sus políticas nacionalistas) y apelar a los disidentes del AKP que creen que su partido va por el camino equivocado. Un desafío aún mayor será el de dar explicaciones por la maltrecha economía de Turquía, que se encuentra en recesión y registra un alto desempleo. El valor de la lira ya ha disminuido en un 17% desde principios de este año; una aventura en el extranjero podría llevar a las empresas turcas más endeudadas hasta la bancarrota.

Pase lo que pase en las elecciones, Turquía ha entrado en una nueva época. El gobierno de Erdogan ya no es incuestionable, y tanto Davutoglu como Gül planean encabezar partidos políticos que desafíen su régimen unipersonal. Imamoglu, que bien podría convertirse en el rival secular del hombre fuerte de Turquía en las próximas elecciones presidenciales, va en ascenso. Si, además de todo esto, el gobierno de Estambul cambia de manos —lo que supondría que la oposición tomaría el control del presupuesto de 9.500 millones del municipio y el de sus empresas subsidiarias— el rumbo político de Turquía podría cambiar.

No hay que olvidar, no obstante, que Erdogan es desde hace mucho un hombre pragmático y un maestro de las coaliciones flexibles. Para revertir su declive político podría optar por distanciarse de sus aliados ultranacionalistas, intentar dar un giro hacia Europa o tratar de reabrir las durante mucho tiempo pospuestas conversaciones con el líder kurdo encarcelado Abdullah Ocalan, con la esperanza de que una imagen más suave y amable atraiga a algunos votantes kurdos. El Gobierno ya ha permitido que Ocalan reciba la visita de sus abogados por primera vez desde 2011, y hay informaciones de que los servicios de seguridad turcos mantienen conversaciones con las Fuerzas Democráticas Sirias, dominadas por los kurdos, en el norte de Siria.

Pero, dada la indignación popular ante la decisión de la junta electoral, no está claro si los tímidos intentos del Gobierno por alejar a los kurdos de la oposición o su intensa concentración en la campaña de Estambul ayudarán al AKP a recuperar su posición de poder en la ciudad. Seis semanas es mucho tiempo en la política turca, pero no lo suficiente como para resolver los problemas del país.

 

El artículo origina ha sido publicado en European Council on Foreign Relations. 

 

Traducción de Natalia Rodríguez.