El país asiático se ha propuesto abandonar la lista de Estados más pobres en 2020.

 

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En la antigua Indochina colonial, que ocupó buena parte del Sureste asiático desde finales del siglo XIX hasta poco después de la II Guerra Mundial, los franceses solían decir que, mientras los vietnamitas plantaban el arroz, los camboyanos lo miraban crecer y los laosianos se limitaban a escucharlo. Laos siempre ha tenido una imagen de país en eterna somnolencia, donde la vida transcurría a un ritmo muy inferior al del resto del Sureste Asiático. Hoy en día, Vientiane, su capital, sigue siendo una de las menos bulliciosas de Asia, y sus campos, que albergan al 70% de la población, parecen sacados de los dibujos de la época colonial.

Sin embargo, Laos se ha lanzado a una carrera contrarreloj hacia el desarrollo con un objetivo claro: abandonar la lista de 48 países menos desarrollados en 2020. Con una renta per cápita de menos de 1.400 dólares anuales, el reto puede parecer difícil de alcanzar, pero el pequeño país asiático lleva ya casi una década creciendo por encima del 7% anual,  lo que le ha permitido cuadruplicar su renta en esos años. Y las previsiones apuntan a que Laos va a acelerar el ritmo y que será la economía del Sureste Asiático que más crecerá durante los tres próximos años, según el Banco Mundial.

Controlada por una dictadura comunista desde 1975, no es la primera vez que Laos emprende un gran programa de reformas económicas. Ya en 1986, al mismo tiempo que Vietnam aprobaba su liberalización conocida como Doi Moi, Laos lanzaba el Nuevo Mecanismo Económico con el objetivo de aligerar el control del Estado y permitir la propiedad privada desmontando así las cooperativas. El plan fue, sin embargo, insuficiente para poner en marcha la máquina del desarrollo y en 1992 un 46% de la población aún vivía bajo el umbral de la pobreza.

La elección en 2006 del general Choummaly Sayasone como nuevo Secretario General del Partido y presidente del país ha dado el impulso definitivo a las reformas. Desde entonces los cambios, bajo la batuta del nuevo líder, se han acelerado. En 2010, Laos aprobó por primera vez un impuesto indirecto al consumo y facilitó la creación de empresas; en 2011 abrió su propio mercado de valores, el más pequeño del mundo con tan sólo dos compañías; y en febrero de 2013, se incorporó a la Organización Mundial del Comercio, el último país de la región en hacerlo. Además, en 2015 Laos se unirá a la Unión Económica de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático que eliminará las barreras entre los 10 países de la región y que los analistas creen que dará un importante impulso económico a la zona.

El Gobierno se ha propuesto además explotar sus valiosos recursos naturales, principalmente mineros y forestales, para continuar con el crecimiento. Pero el proyecto más ambicioso de Laos para salir de la pobreza es la construcción de al menos 70 centrales hidroeléctricas en el río Mekong y sus afluentes que le convertirían en unos de los principales productores de energía de la región. Laos aspira a convertirse así en la batería de Asia que proveería de electricidad a sus vecinos, principalmente a Tailandia.

 

A la sombra de China

Pekín ha sido el espejo en el que se ha mirado el Partido Comunista de Laos para emprender sus reformas económicas. Al igual que en el caso del dragón asiático, uno de los elementos clave ha sido la creación de Zonas Económicas Especiales, a imagen de las del líder chino Deng Xiaoping, con el objetivo de atraer la inversión extranjera con importantes exenciones de impuestos. La primera se abrió en 2003, en Savannaket, la segunda ciudad del país, pero el Gobierno ha prometido 41 proyectos más en los próximos años.

El principal reflejo, sin embargo, ha ido político.  Al igual que Pekín, Vientiane ha limitado las reformas aperturistas a la economía y no ha mostrado ninguna intención de remodelar al mismo tiempo la política, fuertemente controlada por el partido único. Las voces disidentes son controladas de cerca por el Gobierno y las redes sociales, aún poco extendidas, serán el próximo campo de batalla, según ha anunciado recientemente Vientiane. La última muestra de su firmeza a la hora de acallar a los opositores ha sido la desaparición del activista más conocido del país, Sombath Somphone, del que no se ha vuelto a saber nada desde diciembre de 2012, cuando una cámara de seguridad grabó cómo la policía paraba su coche y empujaba al activista al interior de otro vehículo.

 

Un país sin ley

Los años de somnolencia no van a salirle gratis a Laos. A su retraso económico se suma la ausencia de leyes para regular tan rápido crecimiento. Así, desde 1975, la Asamblea Nacional de Laos ha aprobado poco más de un centenar de leyes, 30 de ellas en los últimos tres años. Muchos aspectos fundamentales para su crecimiento, como los microcréditos o la educación, no tienen aún regulaciones específicas e inversores y donantes desconfían de la aplicación de la ley en un país donde la corrupción es moneda corriente de cambio. En este sentido, Transparencia Internacional ha situado a Laos en su último ranking de gobernanza en el puesto 140 entre 177 países, con un avance, no obstante, importante desde el puesto 160 que ocupó en 2012.

Su escasa población también puede ser un problema a la hora de alcanzar su ambicioso objetivo. Mientras China y Vietnam han contado con una nutrida población para satisfacer las demandas de la industria extranjera, que impulsaron su desarrollo, Laos cuenta con apenas 6,6 millones de habitantes, la mayoría de ellos con niveles de educación bajos. El Ministerio de Trabajo ha llamado así a 70.000 trabajadores extranjeros para poder impulsar la codiciada industria, que se sumarían a los 20.000 que ya hay en el país.

Por otra parte, abandonar su estatus oficial de pobre puede hacer a Laos perder muchos fondos en ayuda al desarrollo, que suponen ahora alrededor del 18% de su PIB. Uno de los programas que se podría ver más resentido es el de limpieza de minas y bombas, en un país que ha sido el más bombardeo de la historia –por las fuerzas americanas durante la Guerra de Vietnam– si se tiene en cuenta la ratio per cápita.

El Gobierno de Laos está sin embargo tan seguro de su éxito que ya está pensando en lanzar su primer satélite en 2015 y en construir, con la ayuda financiera de China, el primer tren de alta velocidad del Sureste Asiático, a pesar de que el país no tiene ni siquiera tiene una red convencional. Si lo consiguiera, Laos se convertiría en la segunda economía de Asia, después de Maldivas en 2011, en dejar la categoría de país menos desarrollado y la quinta del mundo, desde que la confección de la lista en 1971. En esa carrera, Laos ya ha dejado atrás a su vecino Camboya, también en la lista, que hasta 2005 tuvo un PIB per capita muy similar y que ahora se sitúa en una media de 450 dólares anuales menos (unos 950 dólares frente a los 1.400 de Laos). En el Sureste Asiático, otras dos economías se encuentran entre las menos desarrolladas del mundo, Timor Oriental y Myanmar, ambas muy lejos, sin embargo, de alcanzar las aspiraciones de Laos.

 

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