Ya ha empezado el nuevo Gran Juego en la Ruta de la Seda.

 

El refuerzo militar y diplomático en Asia Central que definirá los primeros años de la Administración Obama ya ha comenzado. El jefe del Estado Mayor, el almirante Mike Mullen, y el responsable del Mando Central, el general David Petraeus, visitan habitualmente Islamabad y Kabul. El vicepresidente de EE UU, Joe Biden, se ha pronunciado a favor de emprender conversaciones con urgencia, y el veterano negociador de los Balcanes Richard Holbrooke acaba de embarcarse en su primer viaje como enviado especial a la región. Están pasando por Pakistán tantas delegaciones de congresistas estadounidenses que los medios de ese país bromean con una supuesta oferta dos por uno en la compañía aérea Pakistan International Airlines.

TARIQ MAHMOOD/AFP/Getty Images

Pero tal vez los miembros del Congreso de Estados Unidos deberían comprobar también los precios de los billetes en China Airlines e IranAir.

A pesar del florecimiento de la actividad estadounidense en la zona, no está claro en absoluto que Washington se encuentre más cerca ahora de entender las dinámicas del centro y sur de Asia, algunas de las cuales existían antes del 11-S, mientras otras muchas son nuevas. Y durante mi reciente viaje a la región, su incoherencia se hizo palpable. Para recomponer su estrategia y a partir de ella, encarrilar Afganistán, la Administración Obama tendrá que hacerse regional; y, lo que es crucial, buscar ayuda más allá de los sospechosos habituales, incluso en lugares que no son aliados naturales.

Todos saben que Pakistán es una pieza esencial del puzle, pero consideremos por un instante las consecuencias de una estrategia que no sea de ámbito regional. Si los 30.000 soldados adicionales (ISAF) que están desplegándose en el sur y el este de Afganistán consiguen obligar a los combatientes talibanes a retirarse al otro lazo de la frontera con Pakistán, éstos podrían desestabilizar de forma masiva la ya volátil Provincia de la Frontera Noroeste (NWFP, en sus siglas en inglés), que cuenta casi con tanta población como Irak. EE UU estaría desinflando un globo por uno de sus lados e hinchándolo por el otro.

En la parte paquistaní, las lashkars tribales (milicias) recientemente dotadas de armas (AK-47 chinos) no serían capaces de soportar la afluencia de talibanes. Mientras, la disminución de apoyo militar a modo de zanahoria o incentivo por parte de una Administración Obama defensora de la democracia ha reducido la buena disposición de los militares paquistaníes para apoyar las prioridades estadounidenses, como ha puesto en evidencia el repentino aumento de los ataques a los convoyes de la OTAN en Peshawar y en el paso del Khyber. El Mando Central está buscando rutas logísticas alternativas a través de Rusia, Uzbekistán y Kirguizistán. Como sucedía en el régimen de Musharraf, el Ejército está más interesado en los aviones de EE UU que en sus políticas.

Pero China, Arabia Saudí e Irán también están ganando importancia, no como vecinos del caos como Pakistán, sino como molestos países entrometidos que participan en él. Estados Unidos está fracasando en la tarea de captar no sólo los detalles de las maniobras de otras potencias en Afganistán y Pakistán y ser capaz de entender hasta qué punto estas relaciones podrían eclipsar hasta la más brillante diplomacia itinerante de Holbrooke.

La estrategia de China a largo plazo está clara. Se ha convertido en uno de los mayores inversores en Afganistán, construyendo carreteras para conectar Irán con el gigante de la minería de cobre Aynak, al sur de Kabul. Los chinos también han financiado la terminal portuaria de aguas profundas de Gwadar, en la costa paquistaní del Mar Arábigo.

Mientras, Arabia Saudí está canalizando, según numerosas fuentes, sumas indeterminadas de dinero a las mezquitas wahabíes y a los talibanes, y sus líderes están mediando para lograr negociaciones entre los talibanes y el régimen de Hamid Karzai.

Por su parte, Teherán está construyendo instalaciones eléctricas para solucionar el creciente problema de escasez de energía de Pakistán. Y lo que es más importante, el país está redoblando sus esfuerzos para construir un gasoducto Irán-Pakistán-India (IPI), que los dos últimos necesitan desesperadamente. Hoy día, los apagones energéticos van en aumento en Pakistán y ya ni siquiera siguen los patrones horarios de antes.

Sí, la cooperación tendrá su precio. La Administración Obama puede recibir más presión de Islamabad y Nueva Delhi para eliminar la oposición estadounidense al IPI, para empezar. Y, además, quizá EE UU tenga que pedir a Teherán que permita el acceso a Afganistán por el puerto iraní de Chabahar y por la carretera Zaranj-Delaram, en el oeste de Afganistán, construida por los indios, que conecta la carretera de circunvalación afgana con Kandahar y Kabul (se rumorea que algunos aliados de la OTAN ya están dialogando con Irán sobre esta opción). Construir carreteras y controlar su utilización ha sido durante siglos la base de la expansión de la influencia de la Ruta de la Seda, así como la llave del éxito en el Gran Juego del siglo XIX. La lucha actual por el control de la zona sigue unas reglas parecidas.

Si EE UU no puede negociar un modus vivendi entre las naciones rivales del centro y sur de Asia Central, entonces tal vez lo hará China

Está claro que EE UU no puede resolver el problema de “Af-Pak” en solitario. Una vía para sumar adhesiones entre los socios regionales de Afganistán y Pakistán sería seguir un modelo de seguridad regional, del estilo de los ya adoptados en Europa, Asia oriental, Suramérica e incluso África. Un mecanismo autosuficiente de este tipo en el centro y sur de Asia debe comenzar por una fuerza afgano-paquistaní con autorización para realizar operaciones a ambos lados de la frontera, tal como ha propuesto recientemente el ministro de Defensa de Afganistán, Abdul Rahim Wardak. Al mismo tiempo, EE UU tendrá que aceptar que los dos países negocien con los comandantes talibanes. Si alguna vez estos grupos constituyeron un fenómeno marginal de la frontera, que la gente magnificaba, hoy están muy enraizados en las bases sociales pastún y punjabí y no podrán erradicarse en un futuro cercano.

La estrategia de despejar el terreno y mantener las posiciones exigirá crear una versión paquistaní de los Equipos de Reconstrucción Provincial (PRT) que han sido desplegados en cierta media en Afganistán. En lugar de gastar la porción civil de los 1.500 millones de dólares (unos 1.200 euros) anuales asignados para ayuda, según lo previsto en la Pakistan Enhanced Partnership Act (ley de Asociación Reforzada con Pakistán), en la lista habitual de “salteadores de caminos” del organismo oficial de ayuda estadounidense USAID, habría que dotar a los PTR paquistaníes de dinero y provisiones para la contratación de cientos de pastunes locales que construyan carreteras, hospitales y escuelas, e instalen generadores eléctricos… Los policías de la Provincia de la Frontera Noroeste, que ganan una tercera parte del salario de sus compañeros punjabíes (a pesar de trabajar en las condiciones más peligrosas del mundo), deberían cobrar más. Este proceso puede partir de la Agencia del Khyber a las afueras de Peshawar y extenderse hacia el norte y el oeste hacia la frontera afgana, convirtiendo a su paso esas inestables y anárquicas áreas en zonas estables e integradas. En vez de repartir armas por una región que ya está llena se ellas, los PTR pueden llevar a cabo programas de intercambio de armamento por empleo.

En este punto también es primordial una estrategia que refleje las dinámicas cambiantes de la zona. En Afganistán, los PTR originales necesitan un empujón considerable, que puede venir de la participación árabe, turca y, especialmente, china, bajo los auspicios de la Organización de la Cooperación de Shanghai, un mecanismo  de seguridad regional que podría extenderse pronto para incluir a Irán y, más tarde, a Afganistán  y Pakistán. Esta participación no sólo pondría sobre el terreno a los soldados y civiles más interesados en la estabilización -y la reconstrucción-, sino que uniría en un proyecto común a los principales competidores de la OTAN en la batalla por la influencia en la región. Éstas son sólo algunas de las concesiones necesarias para impulsar el deshielo de las relaciones con Irán, mantener vigilada a China, estabilizar Afganistán, impulsar las reformas políticas en Pakistán y aplacar a la insegura India. Si EE UU no puede negociar un modus vivendi entre las naciones rivales del centro y sur de Asia Central, entonces tal vez lo hará China.

 

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