Consent of the Networked
Rebecca MacKinnon
320 páginas
Basic Books, Nueva York, 2012

 

"Me preocupa que sucederá con la Red -y en particular con el futuro de la libertad en la era de Internet- si las democracias desarrollan el hábito de afrontar los problemas a corto plazo, más reactiva que proactivamente, sin considerar las consecuencias nacionales y globales que sus decisiones pueden tener a largo plazo". La académica y activista estadounidense Rebecca MacKinnon explica así en el prólogo de su libro una de sus motivaciones principales para escribir Consent of the Networked, obra en la que destila lo aprendido durante los más de diez años que lleva dedicándose al estudio de la batalla global que, según sus palabras, está librándose para conseguir un ciberespacio presidido por el principio de libertad.

MacKinnon analiza detalladamente las medidas legales que se han tomado para tratar de controlar Internet en algunas democracias occidentales y que, en algunos casos, interfieren con la libertad de los ciudadanos: algunas leyes y decretos promulgados en EE UU a raíz del 11-S para controlar la Red, la ley Hadopi en Francia o ACTA en la Unión Europea. Los gobiernos han justificado la necesidad de intervenir para asegurar que no se comentan delitos -desde abusos de menores a la vulneración de la propiedad intelectual- y para facilitar el trabajo de las fuerzas del orden a la hora de proteger la seguridad nacional y la seguridad jurídica. Según MacKinnon, Internet debe ser regulado para impedir su mal uso y la comisión de delitos, pero denuncia que en la mayor parte de los casos los gobiernos y las instituciones internacionales plantean un discurso maniqueo: o se regula tal y como se está haciendo o la alternativa es una especie de primitivo ecosistema hobbesiano en el que todo vale. En otras palabras, regulación versus anarquía.

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La investigadora y ex periodista de la cadena de informativos CNN -pasó varios años como corresponsal en China, tal vez el país que ejerce una censura más férrea en la Red- advierte contra los riesgos de esta retórica, recordando que la ciencia política evolucionó desde los planteamientos formulados por Hobbes, y que nuestras democracias se basan sobre todo en los postulados de John Locke: entre gobernantes y gobernados ha de establecerse un pacto social que requiere el consentimiento, al menos tácito, de los gobernados y que debe garantizar el respeto de sus intereses y de sus libertades por parte de los gobernantes.

Al tratar los riesgos que afronta la libertad en el ciberespacio por parte de las autoridades democráticas, MacKinnon retoma las palabras de Aldous Huxley para recordarnos que como usuarios de Internet somos -o deberíamos ser- sobre todo ciudadanos, no sólo espectadores y consumidores. Tampoco deberíamos dejarnos deslumbrar con esa retórica que opone regulación impuesta sin consenso con la anárquica inseguridad hobbesiana. En palabras de Huxley: "Nuestros deseos de seguridad, entretenimiento y confort material son manipulados hasta el punto de que voluntaria y ávidamente estamos dispuestos a dejarnos subyugar".

MacKinnon advierte que la censura en Internet -en cualquier de sus formas y en sus distintos grados- no se lleva a cabo únicamente por parte de los gobiernos. Las empresas proveedoras de servicios web -motores de búsqueda como Google, redes sociales como Twitter y Facebook y aplicaciones de gestión online- facilitan en muchos casos la labor de censura y control de sus contenidos. Estas compañías acumulan una cantidad ingente de información sobre sus usuarios, susceptible de ser utilizada por los gobiernos para controlar legal o ilegalmente a los ciudadanos, y en último término disponen de la potestad para cancelar una cuenta de correo electrónico, borrar un blog con contenidos que no sean del agrado de las autoridades y facilitar la localización de una dirección IP.

Durante los últimos tres años, tras las protestas de 2009 contra el Gobierno iraní, se ha hablado mucho del beneficioso papel que han jugado las redes sociales, los blogs y otras aplicaciones de Internet para de facilitar la movilización de opositores en países como Irán, China, Rusia, los emiratos del Golfo Pérsico, Túnez, Egipto o Bielorrusia. En efecto, estos medios han permitido la organización de protestas que, en algunos casos, han conseguido su propósito inmediato -derrocar al dictador de turno, como en Túnez y Egipto- y que en otros casos -como en Rusia y Bielorrusia- han logrado romper la dinámica de apatía política de sus ciudadanos con movilizaciones ciudadanas inéditas en las últimas décadas. La cara menos amable de estos acontecimientos, como MacKinnon revela con numerosos ejemplos, se halla en la instrumentalización gubernamental de esas mismas herramientas y compañías para llevar a cabo una represión sistemática contra esos opositores y ciudadanos, recurriendo a detenciones masivas e incluso a torturas.

Al igual que MacKinnon, otros expertos en las dinámicas sociales de Internet han alertado sobre los riesgos a los que se enfrenta la Red. En 2011, el periodista Evgeny Mozorov, colaborador entre otros medios de Foreign Policy, publicó su libro The Net Delusion. Según Morozov, la ciberutopía -tan extendida entre académicos y políticos y que profetiza el potencial incuestionablemente liberador de Internet- es peligrosa porque no asume que Internet penetra y reformula todos los aspectos de la vida política, no sólo los que conducen a la democratización. MacKinnon y Mozorov también coinciden al resaltar la contradicción entre la ayuda que países democráticos, como EE UU, facilitan a los grupos opositores de Estados no democráticos para evitar la censura en Internet y los lucrativos negocios que empresas de esos mismos países democráticos mantienen con las dictaduras para proporcionales herramientas web que permiten una censura online en sus variantes más sofisticadas.

En la última parte de Consent of the Networked, MacKinnon estudia algunas de las propuestas, como el Manifiesto Cluetrain, que han surgido en los últimos años para tratar de armonizar las relaciones entre gobiernos, empresas y ciudadanos internautas (o netizens, palabra resultante de combinar net, red, y citizen, ciudadanos). No será una tarea fácil. Como reconocer MacKinnon: "Llevará tiempo -y mucho trabajo y sacrificio por parte de mucha gente- hacer realidad el "consenso de los internautas (networked)" en el caótico, complicado y en continua evolución mundo de Internet. El camino hacia este consenso implicará una gran cantidad de intentos y errores".  Está en juego la libertad, y no sólo la de los ciudadanos que viven bajo regímenes no democráticos, sino la de todos los que se conectan a Internet para comunicarse con otras personas, para informarse, para comprar o simplemente para obtener su dosis diaria de entretenimiento.

 

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