Hace tiempo que sonó el gong del primer asalto entre los hasta ahora socios de la coalición en el poder turco. ¿Quién ganará?

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Estadio de Şükrü Saraçoğlu en Kadiköy, parte asiática de Estambul, tarde de sábado del 12 de mayo de 2012. Es la última jornada, la que decide la Liga turca, y los dos equipos que han mantenido una lucha muy igualada por el podio están decididos a poner sobre la mesa la última carta. La definitiva. Se trata de dos de los equipos turcos de fútbol con más solera y tradición -Fenerbahce y Galatasaray. Ambos de Estambul y con tradiciones bien diferentes.

Cuando el silbato de fin de partido llega, el segundo equipo se alza con la victoria liguera merced a un empate. Al poco, cientos de hinchas del primero, del “Fener”, invaden el campo como protesta airada. No quieren y no saben perder. Decenas de ellos llevan sillas de plástico para utilizarlas como proyectiles. La policía apenas puede contenerlos y se enzarza en una pelea desigual y con gas mostaza. Los incidentes siguen por la noche en el exterior del campo. Sobre todo la ira está dirigida contra el cuerpo policial. Como resultado: cuarenta uniformados heridos. Dos de sus coche patrulla son volcados y prenden fuego. Una estación de gasolina es atacada con cócteles molotov. Las imágenes, como triste colofón a la Liga reina del fútbol turco, dan la vuelta al mundo.

A raíz de ello en los medios turcos se reanuda al día siguiente, y con más vehemencia aún, una discusión que parece ficcional si no fuera fáctica. Se trata de echar la culpa, o no, de la derrota final a la presunta infiltración en el club deportivo del “Fener” de una cofradía islámica conocida como el “Movimiento Fetulá Gülen”.

Y es que lo que tienen en común la mayor parte de los hooligans que han saltado al campo para expresar su desacuerdo con el resultado liguero, es el pensar que su equipo ha perdido porque una secta que lidera un clérigo exiliado en Estados Unidos desde 1999 ha desestabilizado el club de tal manera que lo ha precipitado a la derrota final.

Pero…un momento, ¿qué tiene que ver la derrota deportiva con la obra religiosa de Gülen and Co.? ¿Cómo es posible que el “Fener” “se vea a sí mismo tomando posición tal que fuera el último reducto del laicismo en Turquía”, en palabras del sociólogo experto en fútbol Ahmet Talimciler? ¿Qué tendrá que ver el tocino (el fútbol) con la velocidad (el laicismo)? ¿Qué está pasando?

Más grande el asombro cuando los seguidores del Hizmet (o Servicio, como se autodenomina ahora de forma humilde la secta Gülen) niegan la mayor, a saber, que su movimiento tenga algo que ver con la derrota del equipo amarillo y azul celeste. Llegan incluso a calificarse (y alucinarse), en su vehemente defensa y de forma victimista, como “los judíos de Turquía” porque “podrían ser perseguidos como resultado de leyendas puramente fabricadas”. Aquí, como en otras ocasiones y es habitual, los defensores del Hizmet aducen que todas las acusaciones vertidas contra la secta son paranoias infundadas y ellos unas personas entregadas al trabajo solidario con el prójimo en aras de la tolerancia y el diálogo universales.

Excurso: ¿El movimiento Gülen y el Opus Dei bajo el control de la CIA?

En Turquía, sin embargo, se ha llegado a comparar a la organización Gülen con la del Opus Dei en España haciendo hincapié en que ambas contarían con el apoyo de la CIA.

A pesar de lo descabellado que parece, existen evidencias que apuntan en esa dirección. Por ejemplo, Gülen ha conseguido su green card para disfrutar de su exilio en Estados Unidos gracias, entre otros, a ex altos cargos de la Agencia.

Asimismo, el devoto cristiano y miembro de la organización católica internacional Opus Dei, William Colby, fue director de la CIA entre 1973 y 1976. Según el investigador Daniel Ganser en NATO-Geheimarmeen in Europa (Ejércitos secretos de la OTAN en Europa), el Opus Dei jugó un papel decisivo en la construcción de la red Gladio en Europa, establecida sobre todo por la OTAN sin control parlamentario.

Final del excurso

¿Pero quién tiene razón, los adeptos a Gülen o sus detractores? Lo curioso es que mientras los afines califican a su organización como “campeona de la transparencia” (idem) su mismo líder, Fetulá Gülen, es un acérrimo defensor del secretismo y así lo divulga en sus sermones. Miembros conocidos de la organización niegan que pertenezcan a ella como si tuvieran algo que ocultar. También: no es difícil encontrar sentencias en sus sermones que reflejan un carácter autoritario y fetichismo estatista por parte del que los lidera.

Revelado además gracias a antiguos adeptos es que sus miembros en la base, a menudo, se organizan como células autónomas que se desconocen unas a otras pero que están dotadas de una jerarquía piramidal común, una estructura que propicia tanto el misterio que rodea a los superiores como el férreo control de los subordinados. También, gracias a la fe ciega en el abi o hermano mayor del grupo, se facilita la falta de evidencia que no sea compromiso verbal, no escrito.

Pero es sobre todo la acusación de infiltración en los diferentes tentáculos del Estado turco la más relevante y que parece levantar el mayor número de ampollas. Sus defensores dicen, de nuevo, que no existen pruebas para sostenerla. Curiosamente, Gülen no ha desmentido la infiltración, sino que la ha calificado incluso como un derecho.

Sobre todo la infiltración del movimiento Gülen en la policía es decisiva porque este cuerpo es el que prepara y sustenta las evidencias que forman las actas de acusación de los juicios que son asociados a un cambio de régimen en Turquía. Es decir, aquellos que han acabado con miles de opositores al Gobierno en la cárcel, incluidos parlamentarios, periodistas, activistas kurdos, ex miembros de la mafia y la que fuera cúpula del Ejército turco. Curiosamente, estos procesos tienen en común que los inculpados se quejan generalmente de que los funcionarios habrían mezclado las evidencias ciertas con las falsas prefabricadas.

El periodista de investigación Ahmet Sik, especialista en la infiltración de esta secta en la policía turca en los últimos treinta años, algo que le costó un año de cárcel, va más allá y califica al mismo Gülen como “fanático del secretismo“. Más aún: “se trata de una enciclopedia viviente del espionaje en Turquía” añade en declaraciones recientes a Foreign Policy. Sik, que tiene todavía un juicio pendiente a pesar de su liberación y para quien el fiscal ha pedido de tres a siete años en la cárcel, afirma que esta cofradía o “cemaat” como se la conoce en el país se ha hecho con “la parte operativa del Estado profundo turco (derin devlet)”, que no solo habría cambiado así de manos sino que ya no tendría necesidad de ocultarse. Precisamente por ello titula su nuevo libro Pusu- Devletin Yeni Sahipleri (Emboscada -los nuevos dueños del Estado)

La opinión pública turca parte generalmente de que el Gobierno actual en Turquía es uno, no solo de coalición sino que los miembros que lo forman ahora estarían enfrentados. Son dos: el Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP) y su socio invisible, y no votado en las urnas, el movimiento Gülen. El comienzo de la alianza de intereses data de 2007.

Ese año, se trataba de un año crucial en Turquía puesto que daba pistoletazo de salida a los macrojuicios que son considerados como pilares de un cambio del Ancien Régime: el adiós definitivo al autoritarismo kemalista y la consolidación del autoritarismo musulmán conservador con raíces y aspiraciones islamistas.

Ahora bien, tres años después llegaría la primera crisis grave entre los socios. Se produjo con la incursión del célebre barco Mavi Marmara. El asalto del navío por parte de un convoy israelí a finales de mayo de 2010 resultó en la muerte de nueve turcos. Había sido una misión diseñada por el movimiento islamista Milli Görüs (Visión Nacional), destinada a erosionar (todavía más) la relación bilateral con Israel y fue apoyada sin disimulo, y antes del sangriento ataque, por el ministro de Exteriores turco Ahmet Davutoglu. Desde el exilio en EE.UU. Gülen arremete contra la operación y empezaría así a cavar la zanja que hoy se ha convertido en insalvable para la alianza entre el Ejecutivo del primer ministro Recep Tayyip Erdoğan y su socio en la sombra, el movimiento Hizmet.

Y eso que todo apuntaba bien: tras el férreo control del cuerpo policial, el segundo en capacidad balística después del Ejército, la secta se lanzó al control de los máximos órganos judiciales turcos. El sí en el referéndum constitucional de septiembre de 2010, cuatro meses después del Mavi Marmara, supuso la toma de control definitiva del Consejo Supremo de Jueces y Fiscales (HSKY) por parte de la cofradía. Así lo explica en su libro El problema judicial, resuelto (2012) Orhan Gazi Ertekin, juez en Ankara y copresidente de la Asociación de Jueces Democráticos (DYD).

Quizás confiado en exceso por el éxito de esta operación y otras de semejante calibre, en febrero de 2012 el movimiento Hizmet se lanza a la yugular de su socio y la lucha por el control del Estado turco se hace encarnizada: mientras Erdogan convalecía para ser operado en un hospital, algo guardado con gran recelo de cara a la opinión pública, un, casi desconocido, fiscal turco llama a declarar a Hakan Fidan, número uno de los Servicios de Inteligencia Turcos (MIT) y conocido delfín del primer ministro. Se le iba a preguntar sobre la infiltración del MIT en la organización armada Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

Fidan, jefe de espías, esta muy cercano a Erdogan y recibe directamente órdenes de él. Es decir, en el caso de que después del interrogatorio Fidan fuera detenido, el mismo primer ministro corría también peligro de ser arrestado. Por ello, hubo varias reuniones de urgencia en Ankara y Erdogan, ya restablecido, prohibió la comparecencia de Fidan ante el fiscal. A los poco días, ordenaba el cese del fiscal en cuestión, quien habría dado un paso casi suicida porque se sabía apoyado por la cofradía, según la opinión generalizada de los medios turcos.

Erdogan, consciente del peligro de su socio en el poder, mantiene en la esfera pública buenas relaciones con el movimiento; incluso invitó el pasado junio a su líder a romper con el exilio forzado en EE UU desde 1999 y volver a su país. Y es que el clérigo se mantiene hasta ahora exiliado por organizar, según la acusación formal, presuntas actividades islamistas destinadas a socavar los cimientos seculares de la República. La denuncia se basaba en un vídeo que a juicio de Gülen fue manipulado y en el que presuntamente predica a sus adeptos que "debéis entrar en las arterias del sistema, sin que nadie note vuestra existencia hasta que lleguéis a todos los centros del poder." Pues bien, Fetulá, de lágrima fácil, responde a la generosa oferta del dirigente turco llorando y haciendo hincapié en que no vuelve a Turquía para no desestabilizarla. Al mismo tiempo y entre bastidores, el primer ministro arremete contra los Juzgados con Autorización Especial (Özel Yetkili Mahkemeleri) -establecidos en 2004 en el proceso de reformas obligado por Bruselas- mediante una moción de ley para recortar, quizás de forma definitiva, el poder de la secta…

Así las cosas, todo indica que la lucha por el poder continuará en Turquía. Ahora se centra en el combate entre los que fueron socios: la cofradía Gülen versus el premier Erdogan y si las apariencias no engañan el primer ministro tiene las de ganar.

Sea como fuera, los perdedores hasta ahora sin duda son los opositores a esta coalición. Miles de ellos pasan ahora los días en la célebre prisión de Silivri, a una hora de Estambul. Cuando el presidente del club de fútbol, Fenerbahce Aziz Yildirim, pasaba sus días en la cárcel -estuvo un año en prisión antes de ser liberado este 2 de julio- una de las pancartas pegada a los alambres de espino que rodeaban la enorme dependencia penitenciaria rezaba: “!La cofradía no podrá con nosotros (socios del “Fener”)! Somos los soldados de Mustafá Kemal (Atatürk)”.