Diferencias de opiniones en el seno político y social del país en cuanto a lo que la colonización francesa supuso para el continente africano.

“La colonización forma parte de la historia francesa. Es un crimen, un crimen contra la humanidad”. Estas palabras, pronunciadas en Argelia por Emmanuel Macron, candidato del movimiento centrista En Marche! y posible presidente francés al haber pasado a la segunda vuelta de las elecciones que se dirimen el 7 de mayo, levantaron ampollas tanto en Francia, supuesto verdugo, como en sus ex colonias africanas. ¿Es la colonización un crimen contra la humanidad?

 

La colonización desde la visión política francesa

Argelinos juegan al fútbol en Argel, 2016. Ryad KramdyI/AFP/Getty Images

Convive en Francia un esquema de opiniones sobre su impronta africana, identificado claramente con el eje izquierda-derecha, que Macron ha dinamitado con sus declaraciones.

Desde la izquierda se adquiere una postura ambigua en la que se reconocen las atrocidades cometidas a la vez que se rehúsa calificarlas como crímenes contra la humanidad o pedir perdón por ellas, como muestran las declaraciones de Francois Hollande en 2012 frente al Parlamento argelino. Hamon, candidato malogrado del Partido Socialista francés a la primera vuelta, se pronunciaba recientemente en contra de valorar la colonización como crimen contra la humanidad alegando que “eso querría decir que sería posible que una corte penal internacional pudiera juzgar a los franceses por estos crímenes”. La preocupación parece, por tanto, las posibles consecuencias jurídicas que el reconocimiento pudiera tener. En el mismo sentido, Mélénchon, frustrado aspirante de extrema izquierda de la Francia Insumisa, invitaba al candidato centrista a “medir sus palabras”.

Para François Fillion, antiguo primer ministro y polémico líder de la alternativa derechista de Los Republicanos en la primera vuelta, “Francia no es culpable de haber querido compartir su cultura con los pueblos de África, Asia y América del Norte” y las declaraciones de Macron no son sino “indignas de un candidato a la presidencia de la República”. En la extrema derecha, Marine Le Pen, cualificada para la segunda vuelta de las elecciones, declaraba que el verdadero crimen no es la colonización, sino las manifestaciones de Macron, mientras Florian Philippot, vicepresidente de su partido, se preguntaba si “se pueden considerar crímenes contra la humanidad las carreteras, las escuelas y los hospitales construidos por Francia o la lengua y cultura francesas dejadas como herencia”.

 

¿Qué entendemos como crimen contra la humanidad?

Aunque parece evidente que, durante la colonización, Francia y algunos franceses cometieron atrocidades en África, para ser éstas jurídica o moralmente consideradas como crímenes contra la humanidad, deben encajar en su definición formal.

La primera codificación del concepto de crimen contra la humanidad nos viene del Tribunal Militar Internacional de Núremberg de 1945, establecido para juzgar a las personas responsables de las atrocidades cometidas por el nazismo alemán. De la definición de Núremberg han bebido tribunales internacionales ad hoc como el de Tokio, la antigua Yugoslavia, Ruanda o Sierra Leona, así como otros en el contexto africano como las Cortes Africanas Extraordinarias o, ya en la esfera internacional, la Corte Penal Internacional (CPI), establecida para juzgar crimines cometidos a partir de 2002 y de la que Francia es parte. También lo hace la definición acuñada por la legislación francesa, para la que los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles.

Utilizando esta última definición, los crímenes contra la humanidad serían “actos cometido como parte de la ejecución de un plan organizado contra una población civil en el marco de un ataque generalizado”, entre los que se incluyen el asesinato, el exterminio, la esclavitud, el traslado forzoso de población, la encarcelación, la tortura, la violación, la persecución por motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género u otros, la desaparición forzada o el apartheid.

 

Los hechos. ¿Qué hicieron los franceses en África?

Cameruneses caminan por la calle. Kaze/AFP/Getty Images

Entre los pasajes habitualmente citados al hablar de la crueldad de la colonización gala en África, se encuentran algunos de los más sombríos episodios de la reciente historia del Hexágono. Olvidados por los franceses, pero vivos en la memoria del continente por ser acontecimientos ocurridos durante el siglo XX cuyas consecuencias marcan aún a sus víctimas o a familiares directos de éstas, la construcción de la línea férrea Congo-Océan y la “no-guerra” de Camerún constituyen dos buenos ejemplos.

Una de esas infraestructuras que los franceses dejaron en sus colonias africanas fue el ferrocarril Congo-Océan. En 1914 Francia comienza la construcción de los 510 km que unirán Pointe-Noire con Brazzaville, en la actual Republica del Congo, para facilitar el transporte de materias primas. Para su construcción, finalizada en 1934, los congoleños eran reunidos y obligados a trabajar en campos ferroviarios en los que se daban tasas de mortalidad de hasta el 57%. Se estima que unos 125.000 africanos fueron forzados a trabajar, de los que 20.000 murieron. Como recuerda Jean Martin, abogado y antiguo ministro de Justicia congolés, “prácticamente cada familia en el país ha perdido uno de sus miembros en la construcción de la vía”.

La guerra escondida contra la rebelde Unión de Pueblos de Camerún, se desarrolló de 1955 a 1960 y fue continuada tras la independencia por el régimen títere de Ahidjo hasta 1971, sin que el Ejército francés acabara de salir del país centroafricano. Desplazamiento de poblaciones, ejecución de opositores, tortura, exposición pública de cabezas cortadas como forma de amedrentamiento, aldeas borradas del mapa con napalm y, sin embargo, pocas personas han oído hablar de las acciones de Francia y sus patrocinados en Camerún. Tan desconocidos son estos acontecimientos que en 2009, en Yaundé, un primer ministro François Fillion se permitía calificar como “pura invención” lo que el propio Ejército francés admite: el asesinato selectivo de líderes de la UPC, como Um Nyobé. El número total de víctimas se estima en entre 60.000 y 120.000 cameruneses, aunque es difícil conocer la cifra exacta dada la falta de información sobre este oscuro periodo sobre el que el presidente Hollande prometió arrojar luz, sin terminar no obstante de admitirlo o asumir responsabilidades.

A estos ejemplos podríamos sumar otros muchos, como el asesinato de 20.000 a 30.000 malgaches en la insurrección de 1947 o las masacres de Sétif y Guelma de 1945 en Argelia.

 

La bipolaridad francesa

Parece evidente que estos episodios encajan en la definición de crimen contra la humanidad de la propia legislación francesa y que, al menos desde el punto de vista moral al que a la postre debieran atender los políticos galos, así deberían calificarse.

Jurídicamente, el encaje de los sucesos en la categoría de crímenes contra la humanidad es más complejo debido a que la comisión de algunas de estas atrocidades fue previa a la codificación del tipo penal en la legislación, existiendo un debate entorno a la aplicación del principio irretroactividad de la norma. Pese a todo, asociaciones como CRAN (Consejo Representativo de Asociaciones Negras) han emprendido recientemente acciones legales en el caso del ferrocarril Congo-Océan, tanto contra la empresa constructora como contra el Estado francés.

En otras ocasiones, la sociedad francesa, cuna de los Derechos Humanos, no ha dudado en condenar y calificar, de la mano de sus legisladores, otras atrocidades. En 2001, mediante la Ley Taubira, Francia reconocía como crímenes contra la humanidad la trata negrera y la esclavitud de las que participó. Más recientemente, el país aprobaba una ley que prevé penas de hasta un año de prisión para quienes negaran la existencia del genocidio armenio de 1915.

Los episodios coloniales citados comparten su invisibilidad: no hay lugar en la historia, mucho menos en la francesa, para rememorarlos. Los esfuerzos por no mirar cara a cara al pasado no solo afectan a la propia percepción de sí misma de la sociedad francesa, que aterriza en aeropuertos y pasea ajena por bulevares que llevan los nombres de los responsables de esos crímenes, sino que tienen efecto en sus excolonias africanas. Su desmemoria, más allá de no ser justa desde un punto de vista histórico, moral o legal, es peligrosa para el endeble sistema de justicia internacional al dar argumentos a aquellos líderes e intelectuales que opinan que éste solo persigue a africanos, abogando por la retirada de sus países de instituciones como la CPI.

 

Y ¿qué hay de las otras metrópolis?

Para el resto de metrópolis que participaron en el reparto de África, salvo honrosas excepciones, el panoramas no es mucho más halagüeño.

Alemania está dando pasos para reconocer y reparar el genocidio que acabó con 85.000 de los 100.000 hereros y el 50% de los 20.000 namas en la actual Namibia de 1904 a 1908. Bélgica se disculpó por su papel en el asesinato de Lumumba, primer ministro de RDC en 1961, pero sigue sin asumir el exterminio de un tercio de la población congoleña, 10 millones de personas, durante la época de Leopoldo II. Portugal no se ha pronunciado sobre las masacres contra civiles que dejaron 100.000 muertos en sus colonias africanas o sobre las tropelías de los PIDE. Italia se disculpó y prometió reparación a Libia por los 30 años de colonización, aunque no parece dispuesta a hacer lo mismo con Etiopía. En 2013, Reino Unido admitió su responsabilidad y reparó a los kenianos supervivientes de los gulags británicos, establecidos para luchar contra la Rebelión Mau Mau en los 50 y donde al menos 80.000 kenianos fueron internados. En España, en tiempos en los que se apela a la memoria histórica, parece que no hay espacio para recordar los asesinatos de opositores, como Acacio Mañé Elah y Enrique Nvó Okenve en Guinea Ecuatorial, o la responsabilidad en el drama que vive el Sáhara Occidental desde hace más de 40 años.

Francia necesita mirar a la cara a su pasado pero, antes de apuntarla con el dedo, debemos pensar si nosotros lo hemos hecho.

 

MAEUEC + SEAEX

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