Una profesión y una sociedad atrapadas entre la indefensión  y la autocensura.

Una mujer con una pegatina en su boca que dice "Libertad" durante una protesta en apoyo al periodista macedonio Tomislav Kezarovski en el centro de Skopje, Macedonia. AFP/Getty Images

Lily se levantó de un respingo. Varias sombras se contoneaban: una de pie y otra en la cama frente a su cuerpo tendido. ¡Su pasaporte, por favor! Lily, todavía en un estado semiinconsciente, con el pijama puesto, le pidió a los policías que la dejaran vestirse, para luego salir a encontrarse con ellos. Lily es una periodista estadounidense en Belgrado, la coeditora de una página web que se llama Balkanist, una “plataforma independiente” no afiliada a ninguna “organización, empresa o institución”; durante los últimos meses ha publicado varios artículos que han perjudicado la imagen de Aleksandar Vučić, próximo primer ministro de Serbia tras las elecciones parlamentarias del 16 de marzo.

Hace bien Balkanist en definirse así, porque el periodismo y su credibilidad no viven sus mejores momentos. Los estudios en la región señalan que la mayoría de los ciudadanos piensan que los periódicos están sometidos a influencias políticas. El 80% opinan así en Bosnia y Herzegovina, según la ong BIRN. Muchos ciudadanos cuestionan tanto la presencia de los políticos en los medios de comunicación, como la falta de seguimiento de la actualidad, cuyos detalles más incómodos no son abordados como se merecen por especialistas o investigadores. Cuando el ministro serbio, Saša Radulović, dimitió de su puesto al frente de la cartera de Economía llegó a decir: “El linchamiento mediático es parte de la oscuridad mediática que expande el miedo. La autocensura está a un nivel increíble”. Cómo medir ese miedo, cómo anticipar represalias, cómo informar sin que los costes vayan más allá de una mala cara en un cóctel de empresa o unas declaraciones encendidas en el telediario de la mañana

 

Echar la vista atrás

Los 90 dejaron un reguero de asesinatos sin esclarecer en Serbia. Dada Vujasinović, asesinada en 1994, Slavko Ćuruvija, en 1999, y Milan Pantić, en 2001, son todavía casos sin resolver. Asesinatos de periodistas conocidos por la opinión pública, sin una reacción no solo judicial, sino tampoco social acorde. Han tenido que pasar 15 años desde la muerte de Ćuruvija para que la Fiscalía Especial de Belgrado imputara a cuatro personas por ese delito, sujetos, además, vinculadas a los servicios secretos de la última época del gobierno de Slobodan Milošević. Demasiados años ya que han convertido este asesinato en un “espectáculo mediático”, como dice la viuda del periodista. Ni siquiera la creación de una comisión investigadora por parte del Gobierno en 2013, liderada por el periodista Veran Matić, compensa la soledad vivida por muchos periodistas en aquellos años.

No solo se produjeron asesinatos en Serbia. En Croacia fue muy sonado el atentado con coche bomba al redactor jefe de Nacional en 2008, Ivo Pukanić, cuyos responsables fueron llevados ante la justicia. En Montenegro, sin embargo, sigue sin conocerse todas las circunstancias que llevaron al asesinato en 2004 del editor jefe de Dan, Duško Jovanović, cuando salía de su oficina. Demasiados malos precedentes que terminaron por castigar el periodismo valiente y por recompensar un periodismo que calcula y contemporiza riesgos. Hay cierto clima de desamparo en toda la región y la razón no es únicamente el recuerdo de estas muertes.

 

Más de una causa

Hay factores más determinantes: salarios bajos, fruto de la crisis general del sector; el seguidismo de las líneas editoriales a los intereses económicos y políticos que financian los periódicos, en gran parte, a través de la publicidad; y un estado general de escepticismo que deriva en una lectura abúlica y acrítica de los medios por parte de la sociedad, que termina por digerir un periodismo de baja calidad. El problema no es solo la autocensura, sino también la frivolización de las noticias para atrapar el interés de un mayor número de lectores, muchas veces acosta de sacrificar la información relevante. Este no es un problema balcánico, sino general en el mundo del periodismo. Los informes internacionales sobre la región coinciden en que el periodismo de investigación es prácticamente inexiste, y demasiado dependiente de la información que disponen los tribunales o de los dictados de las fuentes de información oficiales.

El caso de Bosnia y Herzegovina no es la excepción, pero sí es el más gráfico acerca de cómo cohabitan los intereses político-económicos y la información. Fahrudin Radončić es ministro de Seguridad y al mismo tiempo propietario del periódico Dnevni Avaaz; frente a él se encuentra la familia Selimović, rival en muchos negocios de Radončić, que posee el diario Oslobođenje y el semanario Dani. A eso hay que añadirle que nadie discute que Nezavisne, el periódico de mayor tirada en la República Srpska, es partidario de su presidente Milorad Dodik. Si a nivel estatal los poderes mediáticos y su influencia se disipan entre la opinión pública, “a nivel local los medios de comunicación están totalmente controlados por los gobiernos locales”, dice Predrag Zvijerac, periodista del Dnevni list residente en Mostar.

Especialmente sensible son las relaciones entre los gobiernos y los medios de comunicación. Según el Centro para la Asistencia Internacional a los Medios (CIMA), Tanjug está formada por 212 empleados. Siendo una agencia estatal serbia, ha recibido subvenciones por valor de 1,8 millones de euros. El desajuste viene cuando Beta, el mismo año (2012), con 120 empleados menos, y siendo una agencia de información privada, consiguió prácticamente los mismos resultados.

 

Acciones y reacciones

Esto no quiere decir que la situación sea de completo estancamiento. Tres reacciones han tenido cierta repercusión. La primera, la respuesta de los propios periodistas. En Montenegro 200 personas se manifestaron a finales de enero delante del edificio del Gobierno en Podgorica para reclamar alguna acción de los poderes públicos. La misma Comisión Europea ha transmitido su preocupación por los ataques de todo tipo recibidos por el periódico Vijesti, muy crítico con el Ejecutivo, entre las que se incluyen, en menos de un año, dos explosiones perpetradas contra un periodista y el redactor jefe.

Otra reacción surge de la repercusión internacional. “Periodistas sin fronteras” ha llamado la atención sobre el periodista macedonio Tomislav Kezharovski, que ha sido puesto bajo arresto domiciliario gracias a la presión internacional, tras ser condenado a 4 años y medio de cárcel por filtrar información acerca de un testigo que estaba bajo protección policial debido a un doble asesinato. Así como sobre el periodista Zoran Bozhinovski, que ha sido arrestado en Serbia a raíz de una orden de arresto por cargos de espionaje. Bozhinovski, considerado por algunos como el Julian Assange macedonio, ha sido en muchas ocasiones el azote de Sasho Mijalkov, jefe de los servicios secretos macedonios y primo del primer ministro Nikola Gruevski.

La tercera reacción tiene que ver con Internet. Cuando se intentó retirar de Youtube un vídeo sátira del futuro primer ministro serbio, que adquirió una enorme popularidad, todas las críticas se dirigieron contra él, al que se acusaba de estar detrás de la censura en Internet. El hecho incendió las redes sociales y situó el fenómeno de la censura y la autocensura en multitud de tertulias televisivas y entrevistas, haciéndose eco, además, en diversos medios, de los casos anteriores de hackeos a páginas web que atacaban a miembros del Gobierno.

 

Dimensión social

Como explica Vukašin Obradović, presidente de la Asociación Serbia de Periodistas Independientes: “La censura en los medios que existe hoy es más sofisticada, menos visible y por eso más difícil de controlar”. La existencia de una pluralidad de plataformas mediáticas es una realidad. En Serbia, por ejemplo, hay más de 1.300, que difícilmente pueden ser intervenidas, pero eso no garantiza la libertad de información, porque la misma forma de financiación (publicidad o subvención) puede condicionar los contenidos. Y eso, en última instancia, depende de directores, redactores y periodistas.

La autocensura no es solo una cuestión de integridad del periodista, sino que también tiene una dimensión social. La sociedad necesita de los periodistas para luchar contra las indefensiones, como también los periodistas necesitan a la sociedad para no sentirse indefensos. Si no es así es cuando la autocensura no es solo un problema del periodismo, sino que también se convierte en una realidad social. Como dice la periodista Lila Radonjić: “Hasta la gente se censura así misma en los mensajes, en twitter y en las conversaciones de teléfono”. No son claras las razones por las que la policía entró en casa de Lily sin avisar, pero sí parece claro que las condiciones que vive el periodismo en la región se han convertido en un problema social, y de eso no son solo culpables los periodistas.

 

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