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La canciller alemana Angela Merkel y el ministro del interior Horst Seehofer durante una sesión en el Bundestag. (John Macdougall/AFP/Getty Images)

Hay que observar el sistema de partidos de Alemania —incluido el papel de AfD como principal partido de la oposición— para comprender las líneas divisorias que corren bajo todo lo que se dice de Merkel

Antes del crucial Consejo Europeo de junio, Angela Merkel habló en el Bundestag alemán para explicar la postura de su Gobierno ante la cumbre. Las políticas migratorias y de asilo han vuelto a poner en peligro la posición de Merkel en la cancillería, después de aquellos agitados meses de 2015 y 2016 en pleno apogeo de la crisis de los refugiados.

Como explicó Josef Janning en su Note from Berlin, los acontecimientos actuales —a diferencia de los de hace dos años— no han estallado porque haya masas de inmigrantes tratando de entrar en Europa, sino por una crisis política a propósito de la cuestión migratoria y la identidad dentro de la gran coalición creada hace tres meses y encabezada por Merkel. Los acuerdos firmados en el Consejo Europeo permiten a la canciller tener cierto margen para apaciguar la inestabilidad, pero las nuevas brechas que están apareciendo en la política alemana no se van a cerrar así como así.

El  debate sobre la crisis política en el Gobierno alemán suele centrarse en la figura de la canciller. Los observadores de toda Europa parecen haberse dado cuenta de que incluso la poderosa líder alemana, que lleva más de una docena de años en su cargo, acabará dejando el escenario algún día. Y, si tuviera que dimitir como consecuencia de un drama político interno, sería una salida muy poco propia de ella. A Merkel no le gusta el conflicto y el drama lo deja, siempre que puede, para los demás.

Sin embargo, más allá del futuro concreto de la canciller —y de su mayor crítico dentro del Gobierno, el ministro del Interior, el bávaro Horst Seehofer—, la crisis actual ilustra los cambios que está sufriendo el paisaje político de Alemania, un país que se ha ganado la fama de ser un modelo de estabilidad en Europa. Cuando Merkel fue a Bruselas para asistir a la reunión de líderes del Partido Popular Europeo, antes del Consejo y después de su declaración ante el Bundestag, llevaba consigo el peso de un sistema de partidos sometido a tensiones.

Hasta principios de los 80, en el Parlamento alemán sólo estaban representados tres partidos: los partidos conservadores hermanos, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU); el Partido Socialdemócrata (SPD, por sus siglas en alemán) y los Demócratas Liberales. Eran ellos los que, alternándose en coaliciones, formaban los sucesivos gobiernos de la República Federal. En 1983 no sólo comenzó la era de Helmut Kohl. También nació un nuevo partido, Die Grünen (Los Verdes), que entró en el Parlamento, por aquel entonces todavía situado en la ciudad de Bonn, en Alemania Occidental. Este fue el primer elemento añadido por la izquierda. En 1990, la reunificación introdujo en el Bundestag al Partido del Socialismo Democrático (PDS, por sus siglas en alemán), con implantación, sobre todo, en Alemania Oriental. Después de las reformas del mercado laboral llevadas a cabo por la coalición de los socialdemócratas y los verdes, en 2007 surgió un nuevo movimiento de izquierdas que se fusionó con el PDS para crear Die Linke (La Izquierda). Como consecuencia, en vísperas de las elecciones federales de 2017, el Bundestag tenía cinco partidos. Seis, si se incluye a los conservadores regionales de Baviera.

La última incorporación es Alternative für Deutschland (AfD) —Alternativa por Alemania en español—, que entró en el Bundestag en septiembre de 2017. La llegada de un nuevo partido en el extremo derecho del espectro político no solo ha fragmentado todavía más al Parlamento, que cuenta hoy con siete partidos, sino que ha conmocionado la cultura política de un país que siempre ha sido muy sensible a su pasado nazi del siglo pasado.

Lo que agrava el problema que representa AfD es que constituye el principal grupo de oposición en la Cámara, con 92 de los 709 escaños. Dada la sólida mayoría del gobierno, la cifra quizá no impresione. Y la coalición gobernante sigue teniendo enorme poder para llevar a cabo sus políticas. Pero ser el mayor grupo de la oposición da a AfD el derecho, por ejemplo, a ser el primero en responder a las intervenciones de los partidos del gobierno en el Bundestag. Y no podemos menospreciar el efecto que está ejerciendo su presencia parlamentaria en la cultura política y el discurso político del país en general. Como decían José Ignacio Torreblanca y Mark Leonard, del ECFR, en 2014, donde más repercusión tienen los nuevos partidos “es quizá en la política tradicional”.

La crisis actual es un claro ejemplo de ello. AfD no desafía exclusivamente a los partidos conservadores —la CDU y la CSU—. Pero son ellos los que lo están notando como algo muy real. “No debe haber ningún partido legitimado democráticamente más a la derecha de la CSU” decía el antiguo líder de los socialcristianos y primer ministro bávaro Franz-Josef Strauß. Este eslogan ha revivido con fuerza últimamente en los círculos conservadores, a medida que las encuestas indican que AfD entrará en el Parlamento de Baviera tras las elecciones de octubre de 2018.

La CSU tiene una postura más rígida sobre el problema migratorio. Esto le da quebraderos de cabeza a Merkel ya desde hace tiempo, incluso dentro de su propio partido, la Unión Demócrata Cristiana. Con la perspectiva de perder la mayoría absoluta en Baviera en octubre, y la llegada probable de AfD a la Asamblea Parlamentaria de Múnich, los socialcristianos de Baviera han intensificado las tensiones con el gobierno federal a propósito de las políticas migratorias y de asilo, hasta el punto de que ya incluso parece posible la ruptura de la vieja coalición entre CSU y CDU. Por ahora no parece que vaya a ocurrir, porque los dos partidos son conscientes de que eso afectaría a su capacidad de construir mayorías de gobierno en el ámbito federal. Y Merkel, por ahora, ha logrado contener a los críticos conservadores dentro de su partido. Pero las divisiones son profundas.

Los hechos actuales en Alemania no son solo la última acción de una dirigente aún poderosa. Son la primera línea de una gran batalla por la identidad y el futuro rumbo del sistema de partidos en la República Federal.

El artículo original ha sido publicado en inglés por ECFR

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia