El ascenso de los micropoderes desafía la supremacía de los megajugadores.
Esta incertidumbre que atenaza al mundo desde principios del siglo XXI ha llegado a la esfera de lo que parecía más invulnerable: el poder. Mandar, bien sea en la política, en la economía, la empresa, la guerra, la religión o la filantropía, ya no es lo que era. Hoy es más fácil que nunca en la Historia alcanzar el poder… pero también es más fácil que nunca perderlo. Los poderosos ven su dominio amenazado en todo momento por una miríada de actores, formales e informales, organizados o espontáneos, que en otras épocas no habrían tenido ni la posibilidad de existir.Los micropoderes disputan la supremacía a los megajugadores. Todo ello abre un universo de oportunidades para muchos, pero también, claro, de desafíos.
Es la provocadora tesis de Moisés Naím en su último libro, El fin del poder, en el que hace un exhaustivo diagnóstico a esta tendencia que viene observando desde hace años, y a sus consecuencias.
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Por citar solo un par de ejemplos: el poder político en su forma más absoluta, la dictadura, está en retroceso. En 1977 había 89 países en el mundo gobernados por autócratas; en 2011 la cifra se había reducido a 22. Algo similar, salvando las distancias, ocurre en el terreno corporativo: en 1992 los máximos directivos de las mayores empresas norteamericanas tenían un 36% de posibilidades de mantener su puesto en los siguientes cinco años; en 1998 se había reducido a un 25%.
Para hacer un análisis sobre la decadencia del poder, es necesario primero entender muy bien su naturaleza y su evolución. El autor adopta como definición el concepto de poder como “la habilidad para dirigir o impedir las acciones presentes o futuras de otros grupos o individuos”, una habilidad que se ha manifestado tradicionalmente mediante elmúsculo –la fuerza–, el código, –el universo de valores, creencias, tradiciones, etcétera, en el que se enmarcan nuestras vidas–, el discurso –la capacidad de persuasión– y la recompensa. A partir de ahí, hace un repaso histórico e intelectual a cómo “el poder se hizo grande” a partir de finales del siglo XIX, sobre todo desde el punto de vista político y empresarial con el enorme crecimiento de las estructuras estatales y corporativas. La capacidad de los poderosos aumentó de un modo hasta entonces desconocido. Y, sin embargo, en algún momento la tendencia comenzó a cambiar.
Sin ningún afán rigorista, Naím fija ese punto de inflexión en la caída del Muro de Berlín, en 1989; un poco más tarde, el nacimiento de Internet introduciría un componente totalmente insospechado y revolucionario. Ambos hechos han facilitado el debilitamiento de las barreras que impedían o dificultaban el acceso al poder, pero no solo ellos. Son muchos los factores que han contribuido a su erosión y él los agrupa en lo que llama las revoluciones del ...
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