La preocupante generalización de los asesinatos por honor.

 

 

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Una bolsa de plástico de supermercado es probablemente uno de los artículos que más se acumula en cualquier hogar paquistaní. Y en el nuestro, en Boston, pasa lo mismo. Dos personas y 200 bolsas de plástico, en todas partes: bajo el colchón, sobre el armario, dobladas y metidas entre alfombrillas de rezo. Siempre hay dos o tres que caen cuando abro el cajón de las joyas para coger mis pendientes de perlas favoritos, los que me regaló mi madre como parte de mi dote el año pasado.

El hogar de Iftikhar y Farzana Ahmed, en Warrington, Cheshire (Reino Unido), no debe de ser muy distinto, solo que ellos utilizaron sus bolsas de supermercado para taponar la boca de su hija de 17 años, Shafilea e impedirle la respiración mientras la sujetaban contra el suelo hasta que "sus piernas dejaron de agitarse”. Pero ese no fue castigo suficiente. Después de matarla, Ahmed golpeó en el pecho el cuerpo sin vida de su hija adolescente, furioso por "el deseo de la niña de llevar un estilo de vida occidentalizado”, que incluía vestir vaqueros, relacionarse con chicas blancas y negarse a casarse con un hombre mucho más viejo.

Shafilea está muerta. También ha desaparecido mi montón de bolsas de plástico, hasta la última. Sin embargo, para Iftikhar y Farzana Ahmed, recién condenados, y para otros miles o incluso millones de personas que piensan como ellos, hay otra cosa que se ha salvado, que han logrado guardar y mantener.

Es lo mismo que empujó a Javed Iqbal Shaikh, un prestigioso abogado, a sacar una pistola y disparar a bocajarro a su hermana de 22 años, Raheela Sehto, delante de docenas de testigos en un "tribunal abarrotado” de Hyderabad, Pakistán, a primeros de este mes. Cuando la bala penetró en "el lado izquierdo de su cabeza”, Raheela cayó con la mirada puesta en su marido, Zulfiqar Sehto. Su matrimonio era la razón por la que su hermano se había sentido obligado a asesinarla de forma brutal, por la que Shaikh lamenta no haber podido matar a Sehto al mismo tiempo.

Estas dos mujeres y muchísimas más que, una y otra vez, desaparecen de la historia a manos de quienes se consideran guardianes de esta tradición centenaria. Por desgracia, para la mayoría de los hombres "honorables”, el honor está depositado en el cuerpo de la mujer, exclusivamente, lo cual hace que su derecho a vivir su propia vida –ni mucho menos a controlarla–, y a tener libertad de movimiento, expresión, asociación e integridad física signifique muy poca cosa. Ya sea por miedo o por convicción, la complicidad y el apoyo de otras mujeres de la familia y la comunidad –madres, suegras, hermanas, primas– contribuyen a reforzar ese concepto de la mujer como propiedad. Y la participación en esas agresiones mortales consolida la percepción de que la violencia en el seno de la familia es un asunto privado, no judicial.

Esta "mentalidad comunitaria”, unida a interpretaciones equivocadas de la religión y lecturas del derecho de familia adaptadas a los intereses de cada uno, fomenta el patriarcado y las actitudes negativas respecto a la autonomía femenina. El resultado es la creación de un entorno en el que la violencia contra las mujeres se acepta y se justifica y la familia y la comunidad cuentan con una enorme motivación para encubrir esas brutalidades atroces: un crimen en sí mismo. No es extraño, pues, que diversos grupos de mujeres en el sureste asiático y Oriente Medio sospechen que el número de víctimas, tanto denunciadas como sin denunciar, es al menos el cuádruple de la cifra registrada por Naciones Unidas hace una década de 5.000 asesinatos por honor al año en todo el mundo.

Para quienes se atreven a infringir los límites de la conducta "apropiada” que han fijado sus homólogos y guardianes masculinos, el "honor” es prácticamente una condena a muerte y lo ha sido siempre, desde hace cientos y miles de años. El concepto del honor y su protección aparece con profusión en numerosas sociedades dominadas por el hombre a lo largo de la historia humana, desde la antigua Roma, las tribus árabes del rey babilonio Hammurabi en el 1200 a.C., la China prerrevolucionaria y muchas otras sociedades y épocas, antes de que existiera ninguna religión.

Hoy, sin embargo, está convirtiéndose en una práctica cada vez más extendida en todo tipo de culturas y religiones, en especial en el sur de Asia y Pakistán. El concepto de honor en la religión incluye una dicotomía absurda. Mientras que el honor, en su forma masculina, es activo y positivo -dinamismo, generosidad, vigor, confianza, dominio y fuerza-, en la mujer engloba conceptos negativos y pasivos: castidad, obediencia, servidumbre, domesticidad y la capacidad de soportar cualquier el dolor y las dificultades sin mostrar quejas ni sentimientos.

A diferencia de su equivalente masculino, el honor de una mujer no puede incrementarse ni recuperarse; una vez que se pierde, es definitivo. Lo peor es que, cuando una mujer pierde el honor, también pierde el honor de sus hermanos, su padre y sus tíos, que solo pueden recuperarlo mediante una violenta exhibición de dominio. Una idea convenientemente absurda que practican de forma explícita en el sur de Asia los sijs, los hindúes y los musulmanes por igual, con los mismos resultados mortales.

En su último informe anual, la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán presentó unas estadísticas desalentadoras sobre crímenes de honor en el país. Cada año, sostiene el informe, mueren más de 1.000 mujeres y niñas víctimas de asesinatos por honor en Pakistán, en su mayoría a manos de sus hermanos y maridos, y menos del 2% de ellas reciben atención médica antes de morir.

Sin embargo, la Fundación Aurat, un prestigioso grupo de derechos de la mujer en Pakistán, ha dado a conocer unas cifras que son el doble. Según el informe que publicaron en enero de este año, en 2011 se denunciaron en el país 2.341 asesinatos por honor, "un 27% más que el año anterior”. Pero los números no son más que "la punta del iceberg”, advierten, porque sus investigadores utilizaron solo los casos sobre los que se había informado en los medios de comunicación.

Aun así, pese a estar considerado el tercer país más peligroso del mundo para las mujeres, después de Afganistán y el Congo –debido a toda una serie de amenazas que incluyen asesinatos por honor– en el último decenio, Pakistán ha hecho notables esfuerzos en la práctica para reforzar los derechos de la mujer en el país. En 2006 se aprobó una ley para reforzar las penas contra los asesinatos por honor, el Proyecto de ley (de enmienda) del Código Penal, que preveía un castigo de siete años de prisión o incluso la pena de muerte. El año pasado, el Senado aprobó dos leyes históricas –la Ley de prevención de prácticas contra la mujer y la Ley de control del ácido y prevención de los crímenes con ácido– una noticia poco habitual en la región porque ambos proyectos de ley fueron presentados y defendidos por mujeres parlamentarias de la Asamblea Nacional.

Ahora bien, para luchar contra un fenómeno tan arraigado y antiguo como los asesinatos por honor, es necesario que todos los hilos del tejido social del país colaboren con el fin de provocar un cambio general de las actitudes comunes. Quizá parezca iluso hablar de esa perspectiva en el contexto paquistaní, pero, si las transformaciones sociales a lo largo de siglos consiguieron que disminuyera la violencia por motivos de honor en algunas partes de Europa, América e incluso Oriente Medio, la erradicación de los crímenes de honor en todo el mundo es una posibilidad. La pregunta es: ¿puede formar parte Pakistán de ese cambio?

El clima político actual en Pakistán se caracteriza por un tira y afloja entre los gobernantes civiles y los militares y entre los elementos liberales y los religiosos. Las principales víctimas de este ambiente hostil son las mujeres que mueren en nombre del honor. El Gobierno actual, del Partido Popular Paquistaní, no cuenta con ningún apoyo del partido de la oposición, la Liga Musulmana de Pakistán – Nawaz, ni tampoco -por lo que parece- del aparato judicial, que está más interesado en deshacerse del próximo primer ministro disponible y en castigar a las cadenas de televisión del país por obscenidad que en emprender acciones legales contra el asesinato por honor de Hyderabad.

En espera de las elecciones generales que se celebrarán a finales de este año, Imran Khan y su partido político, Tehreek-e-Insaf, han adquirido en pocos meses una popularidad sin precedentes entre la juventud. Pero el llamado "flautista” de la política paquistaní, que congregó a más de 400.000 personas en un mitin en Karachi hace unos meses, tiene poco que decir sobre los asesinatos por honor. Khan, que promete a sus conciudadanos que cuando llegue al poder logrará un "nuevo Pakistán” liberado de la esclavitud estadounidense, está obsesionado con los aviones no tripulados. En cambio, no dice nada de los asesinatos por honor, pese a que el número de mujeres asesinadas cada año en Pakistán por motivos de honra es superior al de víctimas relacionadas de ataques con aviones no tripulados.

El asesinato por honor es un problema más amplio, más universal. No es solo un problema de mujeres, ni una cuestión religiosa o cultural. Es un problema que afecta a los derechos humanos en general, porque la violencia con la excusa de defender el honor es algo que se ejerce en todo el mundo a diario.

En los lugares en los que existe una aceptación estructural de la violencia contra las mujeres, se da por descontado que los hombres tienen todo el derecho a legislar su propia moral. La falta de acción del Estado y el silencio por parte de intelectuales y líderes nacionales o comunitarios como Khan alimentan aún más esa tendencia.

En Pakistán hay una cultura de la impunidad que permite que los hombres cometan actos crueles para proteger su supuesta honra y permanezcan en libertad. Es preciso que haya enormes presiones –políticas, judiciales y sociales– para garantizar el castigo de estos actos. Hay que discutir el problema de forma amplia y abierta para poder eliminarlo. ¿Y qué mejor sitio que una concentración de 400.000 personas en el corazón del país? ¿A quién no le gustaría un "nuevo Pakistán” en el que a los asesinos se les despojase de ese honor que utilizan como excusa para quitar la vida a inocentes y se les castigase como es debido?

La duda es: ¿puede Pakistán llevar a cabo ese cambio?