¿Será 2013 el año del estirón para la UpM?

 










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Algunos dicen que nació muerta. Otros lamentan una infancia llena de dificultades o un crecimiento antinatural, y expresan poco optimismo ante sus años de adolescencia. Otros hablan de un cementerio de elefantes. Escojan lo que quieran. Aunque es innegable que la Unión para el Mediterráneo (UpM) ha avanzado a ciegas y con tropiezos durante sus primeros años, entorpecida por estancamientos políticos y asediada por incapacidades institucionales, no obstante, en 2012 consiguió ver un atisbo de luz. Como dice su nuevo secretario general, Fathallah Sijilmassi: “Basta de hablar, tiene que entrar en vigor el verbo ‘hacer’; 2013 será ‘el año de los proyectos’ para los seguidores del credo de la UpM”.

Escuchando a Sijilmassi y su equipo de vicesecretarios hablar sin cesar de los seis ejes de trabajo principales de la UpM en un reciente seminario con think tanks, sería lógico pensar que se trata de una iniciativa redinamizada, bien engrasada y dotada de fondos. Ha hecho una limpieza interna; los enterados aseguran que la estructura de la Secretaría está reforzada y que hay varios proyectos en marcha. La renovación de la copresidencia (como corresponde a la copropiedad, uno de los valores tan elogiados de la UpM), que ocupan la UE y Jordania, ha acabado con el bochorno institucional de la asociación entre Sarkozy y Mubarak. El carácter integrador de la UpM es fundamental en la concepción actual de la cooperación norte-sur y una condición sine qua non para la cooperación euromediterránea tras la Primavera Árabe. La decisión de los 43 miembros de apoyar el proyecto estrella de una planta desalinizadora en Gaza, con un valor de 450 millones de euros, es prueba de que la cooperación intrarregional puede superar los conflictos políticos.  Además, como afirma el reciente Informe sobre el poder en el norte de África del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, es esencial impulsar este tipo de vínculos intrarregionales para reforzar los lazos entre las dos orillas del Mediterráneo.

Ahora comparemos estas afirmaciones normativas con la realidad algo más cruda de la situación: una organización llena de jefes, con gastos administrativos de casi 7 millones de euros anuales, inversiones del BEI de unos 50 millones de euros y de la Comisión Europea de 90 millones, pero con un balance negativo hasta la fecha, y una institución que todavía se encuentra en plena introspección existencial. Los responsables de la UpM en Barcelona aseguran que no es ni un banco ni un organismo de desarrollo. Pero, al mismo tiempo, el secretario general reconoce sin reservas que hay más dinero que proyectos, lo cual sugiere que la forma de salir de esta absurda situación tal vez sea convertirla en un instrumento eficaz de cooperación técnica. Tradicionalmente se supone que, aunque es inevitable que la política invada todos los rincones de las agrupaciones regionales como la UpM, estos “urgentes y controvertidos asuntos de familia” no ...