Así es cómo este contencioso condiciona el proceso de adhesión de Macedonia del Norte a la Unión Europea.

Macedonia_Bulgaria
Getty Images

Macedonia del Norte es un pequeño país de los Balcanes de 2 millones de habitantes de identidad comprometida. El año pasado, resolvió el contencioso identitario con Grecia que ha condicionado a la joven república desde la independencia de 1991. Así, además de rechazar el legado de la Antigua Macedonia, la del disputado Alejandro Magno, cambió su nombre y negó cualquier pretensión anexionista sobre la región homónima griega. Puede decirse que Grecia impuso su visión. Macedonia, como contraprestación, pudo entrar en la OTAN y avanzar en el proceso de adhesión a la Unión Europea. Sin embargo, una causa mucho más compleja ha comenzado a asomar la cabeza en el último año: el conflicto identitario con Bulgaria. Escuece sobremanera entre los macedonios y, temen ellos, podría resolverse de una manera similar a la disputa con Grecia: Skopie, si quiere avanzar en la UE, podría verse obligado a aceptar a regañadientes la versión búlgara.

Las posturas en este contencioso pueden resumirse de la siguiente manera: aunque Bulgaria fue el primer país en reconocer la independencia de Macedonia del Norte, aún considera que la lengua macedonia es una variante del búlgaro suroccidental. Además, y he aquí el gran problema, promueve que Macedonia y los macedonios comenzaron a desarrollar su identidad a partir de 1930 y que, simplificado, no son más que una creación artificial de la Yugoslavia de Tito, que hasta hace un siglo eran búlgaros. Macedonia, por su parte, sabedora de su débil posición, quiere extender la visión de un pasado con líderes históricos en común que transcurrieron en una región en común pero sin explicitar que eran búlgaros. Su tesis se basa en que la concepción de nación antes del siglo XIX no se adapta a la realidad reinante entre los siglos VI y XIX. Además, ya bajo el dogma actual del estado-nación, asegura que la identidad macedonia se desarrolló, entre otros factores, gracias a los líderes revolucionarios que lucharon en la región de Macedonia contra los otomanos a finales siglos XIX y principios del XX y que antes se habían declarado búlgaros.

En 2017, auspiciadas por Bruselas, Skopie y Sofía aceptaron crear comisiones intergubernamentales de nivel político y académico para intentar buscar una conciliación al contencioso. Como dato positivo, las partes han conseguido un acuerdo académico sobre las figuras medievales de los santos Cirilo y Metodio, codificadores del alfabeto eslavo, el zar Samuel y los santos Clemente y Naum de Ohrid. "Hemos desnacionalizado la definición identitaria de las figuras medievales. Llegamos a un acuerdo en el que las identidades nacionales modernas no pueden imponerse a las personas que vivieron hace 1.000 años, lo que, de forma retrospectiva, permite verlos como macedonios y búlgaros", explica en respuesta a un correo electrónico Dragi Gjorgiev, representante por Macedonia del Norte en la comisión de hechos históricos y educacionales. "Todas esas figuras espirituales o estatales contribuyeron al desarrollo cultural del Estado medieval búlgaro, que incluyó en ese tiempo el territorio contemporáneo de Macedonia del Norte. Por ejemplo, las escrituras de los hoy patrones de Europa santos Cirilo y Metodio probablemente se habrían olvidado si los centros literarios en Preslav y Ohrid no hubieran preservado y desarrollado su herencia. Fueron los reyes búlgaros Boris y Simeón los que cuidaron y mandaron a sus pupilos san Clemente y san Naum al suroeste del Imperio búlgaro a cristianizar y, cultural y espiritualmente, a elevar su población", expone en respuesta a un e-mail Naoum Kaytchev, su homólogo por Bulgaria.

Hasta aquí la parte acordada, al menos a nivel académico y con una retórica partidista. El problema yace ahora en aclarar los siglos XIX y XX: los encuentros se interrumpieron entre noviembre de 2019 y octubre de 2020 por disputas sobre esta época y ambos gobiernos han chocado públicamente en figuras revolucionaras como Gotse Delchev. "En el siglo XIX entramos en la era del nacionalismo étnico, de la construcción de naciones e identidades nacionales, y es mucho más difícil llegar a un acuerdo en personalidades a las que aspiran dos o más naciones modernas. A veces los documentos históricos, que tienen que interpretarse dentro de un contexto, dan la razón a ambas partes", remarca Gjorgiev.

 

Contexto

Según el relato macedonio, a finales del siglo XIX y principios del XX se evidenció el cisma, el nacimiento de una nación con figuras heroicas que denotaron su identidad macedonia ligada a una región geográfica que ardía con cada paso atrás del renqueante Imperio otomano y con los deseos anexionista de los movimientos nacionales búlgaro, serbio y griego.

Gotse Delchev (1972-1903) fue una figura clave de la Organización Revolucionaria Interna de Macedonia y Adrianápolis. Creada en 1893 por seis intelectuales búlgaros para luchar contra el Imperio otomano, en un principio reclamaba una autonomía dentro del Imperio, aunque más tarde, cuando Sofía se hizo con el control del movimiento, se debate si las pretensiones viraron hacia una autonomía dentro de Bulgaria.

Los académicos macedonios, sin embargo, consideran que había fisuras en el movimiento, elevan la duda de si esos revolucionarios, incluido el propio Delchev, pretendían una autonomía dentro de la Gran Bulgaria o la independencia de esta región. "Los hechos históricos son los mismos para macedonios y búlgaros, pero diferimos en la interpretación. La historiografía búlgara no acepta el contenido étnico del término ‘macedonia’ y solo quiere que implique una afiliación territorial. Delchev fue educado en un contexto búlgaro y sus convicciones revolucionarias estaban influenciadas por las ideas del búlgaro Vasil Levski. En algunas de sus cartas, se declaró búlgaro. Pero también hablaba del estado macedonio y de Macedonia como patria de los macedonios. Tenía una profunda identidad geográfica y su identidad política macedonia era incluso mayor, relacionada con la lucha de liberación. Esa identidad es, además, parte de la narrativa nacional del actual Estado macedonio", reconoce Gjorgiev.

Balcanes_reunion
El primer ministro de Bulgaria, Boyko Borisow, a la izquierda, y su homólogo macedonio, Zoran Zaev, en una cumbre sobre los Balcanes, 2019. Beata Zawrzel/NurPhoto via Getty Images

Bulgaria no lo acepta. Quiere que Skopie reconozca que esos revolucionarios eran búlgaros, que el cisma es posterior. "En sus cartas a sus amigos, Delchev profesó su identidad búlgara, y por cierto, después de que las autoridades otomanas lo mataran, fue descrito en sus informes como ‘cabeza de los comités búlgaros’. Por desgracia, desde la primavera de 2019 los colegas de Macedonia del Norte se niegan a reconocer las evidencias sobre este héroe revolucionario que cayó en la liberación de Macedonia. Como figura compartida de nuestra historia en común, hay suficientes argumentos históricos para estar de acuerdo en este revolucionario búlgaro que contribuyó de manera importante a la tradición del Estado macedonio", asegura Kaytchev.

En 1913, tras la derrota búlgara en las guerras de los Balcanes, la potencias regionales terminarían despedazando Macedonia: Grecia ocupó 34.600 kilómetros cuadrados del sur que le permitieron asentar a griegos procedentes de Anatolia; Serbia conquistó 26.776 kilómetros cuadrados de la parte septentrional, lo que es hoy Macedonia del Norte; y Bulgaria, como derrotado, obtuvo una pequeña parte del este, el Pirin, de 6.789 kilómetros cuadrados.

A esta división territorial le siguió la ideológica entre el fascismo y el comunismo, que atomizó y ahondó las diferencias existentes. Bulgaria nunca asumió su derrota en Macedonia, y en la II Guerra Mundial apoyó a Adolf Hitler entre otras razones para recuperar la región y, como ejemplo de la ira, Sofía resguardó a los judíos búlgaros y ayudó al exterminio de los judíos macedonios. Esta tragedia incrementó la brecha existente. Tito, además, implementó una política de desbulgarización tras la II Guerra Mundial: entre 1944 y 1945 se codificó la lengua macedonia valiéndose del dialecto de las regiones Veles-Prilep; en 1946 Macedonia se convirtió en República dentro de Yugoslavia; y en 1967 se creó la Iglesia autocéfala de Macedonia, hoy sin reconocimiento. Este es el momento que los búlgaros sostienen como determinante para la formación de la identidad macedonia, y por eso dicen, en tono coloquial, que son una creación artificial de Tito. "Es una declaración simplista. La identidad actual de la gente en la República de Macedonia del Norte comenzó a forjarse en la década de 1930 debido a diferentes factores, con especial incidencia por parte de los partidos comunistas que gobernaron ambos Estados desde 1944. Por supuesto, las políticas de la Yugoslavia de Tito fueron de primordial importancia en este proceso", remarca Kaytchev.

En 1991 Macedonia obtuvo la independencia. Pronto chocó con Grecia y ahora lo hace con Bulgaria. De momento, según la Wikipedia, personalidades de la época como Gotse Delchev son búlgaras. Es la versión extendida y la percepción que Skopie quiere cambiar y que Sofía, lógicamente, quiere mantener y, si es posible, que además su vecino así lo reconozca. De lo contrario, Bulgaria entorpecerá a Macedonia del Norte en su camino hacia la UE: este noviembre, en la reunión de los ministros de Asuntos Europeos, bloqueó el calendario propuesto por desacuerdos bilaterales con Skopie. Ese movimiento no significa que ambos países vayan a romper las buenas relaciones económicas —tras Alemania y Serbia, Bulgaria es el tercer destino de las exportaciones macedonias —, pero sí caldeará la retórica política, que, posiblemente, comenzará a destensarse tras las elecciones previstas en marzo de 2021 en Bulgaria.

 

El camino comunitario

Macedonia_UE
Getty Images

Macedonia del Norte se convirtió en país candidato a la UE en 2005. Desde 2009, la Comisión recomienda en sus informes la apertura de las negociaciones de adhesión, aunque Bruselas, que no quiere disputas abiertas entre sus miembros, impuso como condición resolver el conflicto con Grecia. La máxima ocurrió en febrero de 2019, pero no llegó el prometido progreso: en octubre de 2019 Francia arguyó que era necesaria una reforma en las condiciones del proceso de adhesión, y ahora, Bulgaria eleva las conocidas disputas bilaterales. Pese a que en marzo de 2020 coincidieron en abrir las negociaciones, los 27 no llegaron a un acuerdo sobre el calendario de las mismas. Este calendario es la primera piedra en el camino de Macedonia del Norte, que afronta un largo proceso condicionado por la alargada sombra búlgara.

"En noviembre de 2019, los miembros de la comisión de Macedonia del Norte se retiraron de forma unilateral de los encuentros durante casi un año. El logro de ‘resultados tangibles’ y la implementación del tratado (de Buena Vecindad y Cooperación, firmado en 2017) son parte de la conclusión del Consejo de la UE de marzo de 2020. Por lo tanto, no estoy sorprendido por la decisión del Gobierno búlgaro", considera, sobre el reciente bloqueo, Kaytchev. "Si se compara el trabajo hecho con el de otras comisiones europeas similares, puede verse que hemos sido de largo los más productivos. Sin embargo, nos enfrentamos a retos como la presión política para obtener resultados rápidos, la interpretación sociológica, cultural y política de la identidad… No podemos aceptar que la historia en común que dura de forma ininterrumpida hasta 1944 es solo de gente búlgara: significaría que los macedonios y su región territorial fue hasta 1944 étnica e históricamente búlgara", explica Gjorgiev.

Teniendo en cuenta que Macedonia del Norte solo puede prosperar en la UE con el beneplácito de Bulgaria, los macedonios temen que la solución sea similar a la del contencioso con Grecia y tengan que ceder de nuevo, y no quieren hacerlo. Además, consideran que a la Unión le ha faltado tacto una vez resolvió este conflicto. Es un mal antecedente, y cualquier alteración en el relato histórico moderno no será sencilla de aceptar ni siquiera por el actual Gobierno proeuropeo, sonrojado por los desmanes de Bruselas, y menos si cabe por la oposición nacionalista, que dice representar las ideas de esos revolucionarios y se opone a cualquier reescritura de la versión macedonia. Skopie, parece, necesita tiempo para asimilar los cambios identitarios recientes y, sobre todo, reciprocidad desde Bruselas, es decir, avances en la UE. Porque la decepción, aunque tímidamente, crece: el apoyo a la integración ha descendido 10 puntos en la última década, pasando de más del 90% al actual 83%.

Así, salvo sorpresa, la apertura oficial de las negociaciones de adhesión de Macedonia del Norte prevista para este diciembre tendrá que esperar hasta 2021, probablemente después de las elecciones de marzo en Bulgaria: la política interna condiciona y, además, el actual líder Boyko Borisov se apoya en los ultranacionalistas; no es el momento, y luego la UE necesitará de ingenio e injerencia de bisturí para salvar las enormes diferencias. Es un proceso largo que variará de intensidad en función del momento político de cada país y de la etapa del proceso de adhesión de Macedonia del Norte. Puede que Bruselas comience pidiendo la luz verde de Sofía a ciertas negociaciones de Macedonia del Norte. Sin embargo, a largo plazo es difícil que Bulgaria, que nada puede ganar si cede, cambie su posición: en juego está un buen pedazo de la Historia y la sociedad, aunque no la considere una causa crucial, no es propensa a aceptar la versión macedonia. Entonces, la pelota puede que se pose de nuevo en el tejado del eslabón más débil, Macedonia del Norte.