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El presidente de Somalia Mohamed Abdullahi Farmajo, junto al primer ministro del país Mohamed Hussein Roble en el Parlamento. (Sadak Mohamed/Anadolu Agency via Getty Images)

Las elecciones legislativas y presidenciales están en riesgo por el enfrentamiento entre el poder central y periférico, al tiempo que la violencia yihadista sigue dinamitando el devenir nacional. Ante este precario panorama, la comunidad internacional debe redoblar sus esfuerzos para que la incipiente construcción del Estado de Somalia no naufrague.

La rivalidad política entre el poder central y regional en Somalia ha provocado, entre otros muchos problemas, una  incertidumbre total respecto al proceso electoral para elegir un nuevo presidente nacional, previsto para el próximo 8 de febrero. Con este trasfondo, Somalia se asoma de nuevo a un precipicio extremadamente peligroso. Si finalmente se llega a esa fecha sin un acuerdo entre el gobierno federal y los cinco estados federales —el sexto, Somalilandia, no ha suscrito ningún acuerdo con Mogadiscio desde que autoproclamó su independencia en 1991—, la principal consecuencia será echar por tierra el ingente esfuerzo realizado durante años para avanzar en la construcción del Estado. Y aún más preocupante, podrá provocar un nuevo colapso nacional o, en el peor de los escenarios, hasta una guerra civil con secuelas impredecibles para el país y la región del Cuerno de África. Todas las señales de alarma están encendidas y, ahora más que nunca, la comunidad internacional debe volcar todo su apoyo para encarrilar el futuro inmediato de Somalia.

Desde la instauración de un gobierno federal en 2012, las autoridades somalíes han reforzado su compromiso para asentar un futuro pacífico, sostenible y próspero para el país, que solo se alcanzará si se consolida un régimen federal estable y, al mismo tiempo, se consiguen instaurar unos niveles de seguridad que permitan afrontar las reformas necesarias en el ámbito político, social y económico. Sin embargo, la situación es aún muy precaria, y el devenir cotidiano de Somalia y su población sigue sometido a la sinrazón violenta de grupos yihadistas y milicias armadas, que controlan con mano firme gran parte del territorio; mientras continúa la rivalidad entre clanes que, aunque con mucha menor intensidad que en décadas pasadas, resuelven sus disputas por el poder de las armas.

La resistente amenaza yihadista

Así, y a pesar del ingente esfuerzo somalí e internacional desde hace más de una década, el yihadismo en Somalia está dando muestras de una persistencia inusitada dentro y fuera de África. Al Shabaab —filial de Al Qaeda, con una entidad estimada de entre 4.000 y 6.000 terroristas en sus filas — ha conseguido mantener su cohesión interna y capacidad de financiación, a través de un ingente y sofisticado sistema de recaudación de “impuestos” y extorsión, así como de los peajes que exige a las redes de tráfico ilícito de armas, carbón vegetal o drogas. Además, también ha mejorado ostensiblemente sus procedimientos de ataque, cada vez más complejos. Desde la clandestinidad, e infiltrados en todos los extractos de la sociedad somalí, los salafistas yihadistas preparan y lanzan sus atentados en el centro y sur del país, fundamentalmente contra las fuerzas de seguridad somalíes, los policías y militares de AMISOM o las autoridades políticas.

Además, y para acrecentar aún más la inseguridad en el país, en 2016 se hizo patente la eclosión de Daesh en Somalia como resultado de la disidencia interna en Al Shabaab. Desde entonces, el autoproclamado Estado Islámico en Somalia —entre 300 y 400 extremistas— no ha cesado su actividad terrorista, fundamentalmente en la región septentrional de Puntlandia; y, como en otras regiones africanas, se enfrenta por las armas a los secuaces somalíes de Al Qaeda con el propósito de arrebatarles el liderazgo local de la yihad local.

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Imagen de Mogadiscio, Somalia. (Lokman Ilhan/Anadolu Agency via Getty Images)

La crisis del sistema federal

Para revertir este cruento panorama y garantizar la subsistencia de la población, es urgente lograr la reconciliación entre el poder central y regional y que alcancen el consenso firme respecto al pretendido régimen federal para Somalia. Solo así conseguirán generar confianza entre una población hastiada de tantas décadas de lucha fratricida, desgobierno y subdesarrollo.

Sin embargo, y lejos de vislumbrarse este necesario panorama de unidad nacional, no hay excesivo margen para el optimismo: el federalismo se encuentra en un “callejón sin salida” y su viabilidad está cada vez más cuestionada dentro y fuera de las fronteras somalíes. Sin duda, este sistema de gobierno es idóneo para un país como Somalia, que debe sanar las profundas heridas provocadas por décadas de guerra civil; pero los peligros que entraña están ahora condicionando el destino del país: la división geográfica y política sin fundamentos sociológicos (la población somalí comparte historia, etnia, religión e idioma) es cada vez mayor, las relaciones de los Estados Federales con potencias extranjeras —de forma destacada y entre otros, Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos con Somalilandia, o Jubaland con Kenia—  están dinamitando la política exterior de Somalia,  y los intereses de los clanes siguen socavando cualquier pretensión de asentar una identidad somalí.

Frente a esta realidad, solo cabe encarrilar —con sentido de unidad y lealtad nacional, muy ausentes de la actual política somalí— el régimen federal que consensuaron en la Constitución Provisional de 2012. En el ámbito político, que se ha deteriorado progresivamente desde la llegada al poder del presidente Farmajo en 2017, el primer gran reto sigue siendo aumentar la cooperación entre el Gobierno Federal de Somalia y los Estados Federales Miembros, incluido Somalilandia. Aún hoy, la continua lucha de poder centro-periferia sigue socavando la voluntad de construir Estado y la proyección de Somalia como factor de estabilidad en el Cuerno de África, así como la capacidad para erradicar la amenaza yihadista y el recurrente enfrentamiento entre los clanes.

Para conseguir el acuerdo político y encontrar la mejor gobernanza para el país, es indispensable asegurar la celebración de las elecciones legislativas y presidenciales indirectas por representación social, que sigue siendo muy incierta; y también avanzar con firmeza y consenso para instaurar el sufragio universal en el próximo periodo electoral (2024/2025), tal y como se comprometieron en la quinta edición del Foro de Asociación de Somalia, celebrada en Mogadiscio el pasado 7 de diciembre bajo el lema “Dando forma al futuro”. Además, urge abordar la revisión definitiva de la Constitución de 2012, muy avanzada según declaró —con más visos de declaración de intenciones que de realidad a corto plazo— el primer ministro Mohammed Roble en esta reunión con la comunidad internacional. Un nueva Carta Magna que delimite con exactitud las fronteras interiores e internacionales como base de la soberanía e integridad territorial somalí; regule un régimen federal consensuado y factible, que permita establecer la distribución de las competencias centrales y periféricas; y asiente una arquitectura institucional sólida como mejor garante de la estabilidad política, económica y social para Somalia.

Apoyo internacional en el ámbito de la seguridad

Ante los enormes riesgos que enfrenta el pretendido proyecto estatal, el apoyo internacional es hoy aún más ineludible. En la actualidad, los aliados externos de Somalia están dando muestras lógicas de cansancio ante la permanente rivalidad política, la omnipresente corrupción institucional y los exiguos progresos en términos de seguridad nacional. En este último ámbito, las fuerzas de seguridad de Somalia están todavía muy lejos de ser capaces de garantizar de forma autónoma la protección del país y su población, una condición necesaria —pero no suficiente— para seguir avanzando hacia la estabilidad y el desarrollo estatal.

Por ello, hay que sopesar —una vez más— la oportunidad de retirar las fuerzas de AMISOM a finales de 2021, tal y como está previsto, pues todavía son un soporte imprescindible para la seguridad nacional. Como también lo son las tropas estadounidenses, cuya retirada fue anunciada por el ex presidente Trump el pasado mes de diciembre. Este repliegue, que supondrá “el reposicionamiento en países vecinos” del Cuerno de África, ya está en marcha, aunque ahora supeditado a las decisiones al respecto que adopte la Administración del recién investido presidente Jon Biden. Las fuerzas estadounidenses (alrededor de 700 efectivos) estaban instruyendo a las unidades de operaciones especiales somalíes —claves para neutralizar a los yihadistas en sus recónditas guaridas—, además de realizar una potente campaña aérea con drones armados contra líderes y miembros de Al Shabaab. Una ofensiva que está diezmando la capacidad de atentar de los terroristas somalíes pero que, según denuncia Amnistía Internacional, también está provocando demasiados daños colaterales entre la población somalí.

Por su parte, la Unión Europea va a mantener su apoyo en el ámbito político,  económico y de desarrollo —condicionado por la ejecución del proceso de construcción estatal somalí—, y también su compromiso con la seguridad de Somalia y la protección de la población a través de las misiones de adiestramiento del Ejército somalí y asesoramiento a las autoridades de la Defensa (EUTM Somalia) y de asistencia para mejorar las capacidades de seguridad marítima (EUCAP Somalia). Así como de la operación naval EUNAVFOR Atalanta que, bajo liderazgo español, preserva las aguas del Golfo de Adén abiertas y libres de piratería. “Somalia ha recorrido un largo camino —subraya el delegado de la Unión Europea para Somalia, el español Nicolás Berlanga—. El pueblo somalí ha luchado duro y ha hecho grandes sacrificios para romper el ciclo de violencia e inestabilidad. Estamos orgullosos de decir que la relación entre Somalia y la Unión Europea ha contribuido a sentar las bases de este progreso. Hemos estado al lado del pueblo somalí durante los últimos veinte años y nos comprometemos a permanecer con ellos para el futuro”.

Asentar un futuro pacífico y estable

Más allá de valorar y alterar, pero mantener, su imprescindible apoyo en el ámbito de la seguridad; la cooperación internacional debe focalizar sus exigencias para que las autoridades políticas nacionales y federales de Somalia sellen un pacto para celebrar, en plazo y forma, las elecciones presidenciales. De lo contrario, la oposición política podría exigir la renuncia inmediata del presidente Farmajo y, con ello, el inicio de un periodo de interinidad en el poder estatal que solo sembraría de incertidumbre el aún errático proyecto nacional. En los últimos años, la población somalí ha comenzado a vislumbrar el futuro, pero de nuevo todo depende de la determinación de sus autoridades políticas estatales y federales para resolver la eterna disyuntiva de Somalia: avanzar hacia la construcción de un Estado democrático, fiable y sostenible o hundirse de nuevo en el colapso, la violencia y el subdesarrollo. Sin duda, el fracaso del proceso electoral conducirá al peor de los escenarios.