La idea de arrendar habitaciones o casas, o de compartir objetos, no es novedosa, lo que llama la atención es la escala del fenómeno. ¿Puede un grupo de jóvenes cambiar la sociedad de mercado?

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© Gina Sanders – Fotolia.com

Se le conoce como consumo colaborativo, economía persona a persona (peer to peer) o economía compartida. Va desde alquilar tu casa a unos extraños en verano, hasta ofrecerte para cuidar perros o compartir tu menú casero con tus vecinos. Todo utilizando las últimas tecnologías de Internet, los teléfonos móviles con capacidad de hacer fotos y las redes sociales.

Hasta aquí puede resultar todo muy evocador pero poco realista: la sociedad de mercado ha sido probada durante milenios; un grupo de jóvenes no va a cambiar el sistema. ¿O sí?

La economía compartida parece haber llegado para quedarse. Las empresas dedicadas a ello y las iniciativas, más o menos románticas, florecen, sobre todo desde que estalló la crisis financiera. Se mueve mucho dinero: unos 26.000 millones de dólares (cerca de 20.000 millones de dólares) según las cifras mencionadas por el diario The Washington Post.

Es, por un lado, el sueño de los ecologistas, los consumidores moderados y la gente con pocos recursos, porque se comparte lo que se tiene y se ahorra; pero también es cada vez más el sueño de los dueños del dinero, que invierten en la economía compartida porque hay negocio.

Hay centenares de empresas, repasaremos aquí algunas de ellas, pero quizá la mejor para convencerse de que este tema va en serio es el llamado “Club del Préstamo”, (Lending Club en inglés.) No es un grupo de personas que se prestan dinero por solidaridad. Es una empresa, y grande. Con cuarteles generales en California. Tiene un valor de mercado de unos 1.600 millones de dólares, después de que Google invirtiera recientemente 250 millones.

El Lending Club básicamente pone en contacto a personas que tienen dinero, inversores, con personas que necesitan liquidez. ¿Por qué no ir a un banco tradicional? Bueno, para empezar porque los éstos aún no han salido de la madriguera tras la crisis financiera y se han olvidado de su negocio principal, prestar. Conseguir dinero a crédito es una tarea complicada. Además, aseguran en Lending Club, con su sistema “se eliminan los costes y la complejidad de los bancos tradicionales”. Si quieres ser prestamista entras, pones tu tarjeta de crédito, decides cuánto quieres sumar al fondo común de préstamo y ellos te prometen un retorno de entre el 5 y el 10%. Si necesitas dinero, te registras, expones tu fiabilidad como acreedor y recibes una cantidad no superior a los 35.000 dólares, a un tipo que puede ir desde el 6,78%, ¡hasta el 30%!

Lending Club es la evolución más radical de una idea que comenzó como una start-up y se ha convertido en un pequeño competidor de los grandes bancos. Forbes la ha calificado como una de las empresas más prometedoras de 2011. Ellos aseguran que han prestado ya más de 1.000 millones de dólares y que han recibido 85 millones en intereses. Hay muchos usuarios experimentando con el sistema. Algunos aseguran que el retorno no es ni de lejos el prometido. Otros alertan contra que dos tercios del dinero prestado viene en realidad de inversores institucionales.

Pero la economía compartida no es sólo empresas como Lending Club, que mueven millones de dólares y obtienen tipos de interés elevados, cercanos a la usura en muchas ocasiones. El origen, de hecho, es más bien una mezcla de idealismo, tecnología y recesión económica.

“A la sombra de la Gran Recesión y del movimiento Ocupar Wall Street, la gente corriente está renegociando con sus propios términos con los grandes negocios”, se lee en el artículo Ocupemos los Grandes Negocios: La revolución silenciosa de la economía compartida, del periódico The Atlantic. “Quieren gastar menos, hacer más y resolver los problemas juntos. Son la base de la nueva economía compartida”.

En esencia, el consumo compartido sería no sólo una fuente de ingresos extras, como alquilar tu casa en verano; tendría también una parte filosófica contra el malgasto de recursos. Aunque el 61% de los que han compartido su casa o sus propiedades confiesan que el principal motivo es el de obtener un dinero extra, según una encuesta de Ipsos de 2013, el 36% afirmaba que el factor de ayudar a otros también era importante.

Así, la lucha contra el hiperconsumo y la intención de vivir una vida “ligera de activos”, unida a la reducción del dinero disponible y a la intención de sacar el mayor partido de él han ido abriendo las puertas a otros modos de consumo. No es coincidencia que se haya producido justo después de la crisis financiera. “Algunos ven la economía compartida, con el mantra de que ‘el acceso [a un recurso] hace inútil la propiedad’, como un antídoto tras la crisis al materialismo y al consumo excesivo”.

Imaginemos cómo sería la vida en esta nueva economía de, por ejemplo, un joven español que llega con la idea de emprender a Nueva York, la alternativa de la costa Este al Silicon Valley californiano.

Lo primero que haría es buscarse un alojamiento barato para las primeras semanas. Una de las opciones es Airbnb, un lugar que pone en contacto a gente que quiere alquilar su casa o una habitación con los que buscan un sitio donde estar. Con la comisión que dejara, estaría contribuyendo a la enorme riqueza de Brian Chesky, el fundador de la empresa. Se estima que este joven pionero de la economía peer to peer tiene ya 250 millones de dólares, tras convertir las casas de todo el mundo en potenciales hoteles. El sitio funciona también en España y se estima en un valor de 400 millones de dólares.

Nuestro joven, ya en la Gran Manzana, podría querer buscar una oficina. Pero Manhattan es una isla con uno de los metros cuadrado más caros del mundo, así que una para él solo y su pequeña empresa se escapa al bolsillo del común de los mortales. Pero puede alquilar una por horas, tanto los escritorios, como incluso las recepcionistas y las salas de reuniones. Es el office space sharing, espacios comunes de oficina. La idea no parece demasiado original. Lo novedoso es la creación de empresas de bajo coste que catalizan y reúnen huecos y usuarios, como shared busines space. Algunas incluso ofrecen espacios de trabajo, Internet, sesiones de networking e incluso café gratis. Un ejemplo es la empresa Wixx.

El aventurero ibérico no querría comprarse un coche. Pero sí podría necesitarlo de forma ocasional. Le interesaría tal vez hacerse socio de ZipCar. Cuando necesitara un vehículo no tendría más que ir al aparcamiento más cercano, pasar su tarjeta por uno de los coches de la empresa y dejarlo después al llegar a su destino. Se le descontarían las horas que ha utilizado. Ni seguro, ni gastos de aparcamiento, nada. ZipCar cotiza en Bolsa, tiene 800.000 usuarios y ventas por valor de 275 millones de dólares. Si lo que quiere es hacerse un viaje largo, puede ir a Lyft y tratar de buscar a alguien que vaya hacia su destino. Servicios similares existen en España: Amovens y Bla Bla Car conectan conductores con pasajeros para compartir viaje.

Quizá en destino, nuestro joven quiera tener una experiencia interesante, involucrarse con los locales. Incluso encontrar un lugar donde dormir gratis. Para eso están empresas como Hospitality Club o Couch Surfing.

De vuelta en Nueva York, hay que lanzar el negocio. Lo primero es conseguir dinero para ello. Recordemos, todo sin salirse de la economía compartida. Los muy conocidos sitios de financiación comunitaria o crowdsourcing pueden ayudarle, aunque la competencia es feroz. Kickstarter o Prosper son quizá las más conocidas; en España las hay generales, como Goteo, o especializadas, como Libros.com.

Las primeras semanas van a ser tremendamente duras: mucho trabajo, nada de tiempo libre. Hay recados que no va a poder hacer él mismo. ¿Por qué no pagar a alguien? TaskRabbit pone en contacto a realizadores de tareas con empleadores: ¿montar los muebles de Ikea? ¿Devolver un electrodoméstico que no funciona? ¿Hacer la compra? Todo tiene un precio. En España este tipo de ciberempresas de trabajo temporal tiene un exponente en compañías como Etece.

¿Y la comida? Pues probablemente eche de menos la de su mamá. Hay sitios para compartir los menús cocinados por los vecinos (Shareyourmeal). ¿Ropa? ¿Un traje tal vez para alguna reunión especial? Puede alquilarlo (RenttheRunway), o comprarla de segunda mano. Aprender idiomas u otras técnicas (Skillshar), la resolución de problemas (Open Ideo), el cuidado de los niños (cooperativas de guarderías). La lista es casi infinita.

La economía compartida no es exclusiva de Estados Unidos. En Europa proliferan también las empresas que tratan de sacarle partido a esta nueva forma de consumir. Trip4Real es una compañía española que permite organizar un viaje en el que conocer a la gente local sea lo fundamental. Otras como, la ya mencionada, Bla Bla Car, Conmuto o Mitfahrzentrale se encargan de encontrar gente para compartir coche en el viejo continente. También los préstamos de persona a persona (peer to peer o P2P) tienen su reflejo a este lado del Atlántico: es el caso de Zopa.

Si este nuevo tipo de economía tendrá éxito o no depende de muchos factores. La hiperabundancia de empresas, la gran mayoría con poca o nula rentabilidad, hace pensar en una burbuja.

Además, las industrias tradicionales están oponiendo resistencia. En ciudades como Nueva York, subarrendar el apartamento es, en la mayor parte de los casos, ilegal. Convertir casas en hoteles temporales, también. Aquí se ha hecho famoso el nombre de Nigel Warren, a quien alquilar su piso por unos días por 300 dólares le puede costar 30.000 de multa. Airbnb ha comenzado a hacer presión para que se relajen las leyes de la ciudad, pero los hoteles están en el otro lado esperándoles. Consideran competencia desleal este mercado nuevo de apartamentos baratos.

También han surgido problemas de seguros y de responsabilidad con muchas de estas iniciativas, como las de compartir coche. Algunas importantes han añadido un seguro extra por daño o robo. El problema, en ocasiones, es quién es el responsable en casos de accidente. Algunos estados de Estados Unidos han aprobado leyes haciendo responsable a la compañía de economía compartida.

La idea de arrendar habitaciones o casas, o de compartir objetos, no es estrictamente novedosa. Es la escala del fenómeno, catalizada por las nuevas tecnologías, lo que hace pensar que la economía compartida ha llegado para quedarse.

 

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