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Un trabajador en la bolsa de Nueva York sonriendo. JOHANNES EISELE/AFP via Getty Images

La economía global no tiene por qué ralentizarse en el próximo año si los políticos y sus votantes no dan volantazos inesperados. Eso, naturalmente, no quiere decir que a todos los países les vaya a ir igual de bien.

Estamos acostumbrados a valorar las grandes tendencias del futuro desde la experiencia de nuestros países. En consecuencia, si vivimos en España, asumiremos que en los próximos meses iniciaremos un largo invierno de enfriamiento económico, y si vivimos en Argentina o Turquía, no esperaremos grandes remontadas después del derrumbamiento económico de este año. Además, como la crisis anterior fue durísima y la confianza en las empresas y los políticos no atraviesa su mejor momento, suceden cosas como que en Estados Unidos dos de cada tres hogares están preparándose para la recesión aunque las predicciones de la Reserva Federal digan que no se va a producir.

En realidad, a pesar de la evidente sombra del pesimismo, existen cuatro razones para creer que el crecimiento económico mundial será mayor en 2020 que en 2019.

Donald Trump empieza a entrar en razón. EE UU y China recortarán sus restricciones comerciales a los productos del otro a comienzos de 2020. Ésta será la consecuencia de lo que se conoce como el acuerdo de la “fase uno” de las negociaciones entre las dos potencias.

Washington se compromete a reducir a la mitad el 15% de los aranceles sobre 120.000 millones de dólares en productos chinos y a no cumplir su amenaza de imponer en diciembre otro 15% más de aranceles sobre importaciones chinas valoradas en 160.000 millones de dólares. China, por su parte, tampoco cumpliría su amenaza de de imponer nuevos aranceles en diciembre, acepta comprar más bienes estadounidenses (200.000 millones de dólares en dos años) y promete reforzar la protección de la propiedad intelectual y tomar medidas contra la devaluación artificial del yuan.

Probablemente, tardaremos meses en conocer la letra pequeña del pacto. Lo que ya sabemos, sin embargo, es que Trump ha empezado a entrar en razón.

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Donald Trump en una reunión con empresarios en Washington, 2019. Chip Somodevilla/Getty Images

El principal impacto de esta nueva distensión sería que las probabilidades de una recesión mundial se desploman. Nadie puede excluirla, pero muchos economistas ya casi se atreverían a hacerlo. También es de esperar que la confianza de los inversores y empresarios, sobre todo en EE UU y China pero no solo allí, se fortaleciese ante un escenario más normalizado de las relaciones entre Washington y Pekín. Además, se disiparía en parte la tóxica incertidumbre que ha generado la confrontación desde el principio y los mercados percibirían que la espiral de la guerra comercial ha tocado techo.

Es verdad que, como han advertido expertos como Stephen Roach, la huella que dejaría el acuerdo en el PIB mundial casi seguro que no será espectacular. El conflicto ha segado algo más de un 1% del crecimiento global desde 2017. Como colofón, es improbable que se produzca una “fase dos” el año que viene.

Las elecciones presidenciales en noviembre en EE UU y las protestas de Hong Kong limitarán la capacidad de Trump para llegar a hacer cualquier concesión que pueda interpretarse como debilidad. Es fácil imaginarse al candidato demócrata afeándole que ha vendido a los obreros estadounidenses ante los chinos o a los manifestantes hongkoneses ante Pekín.

Las finanzas de hogares y empresas son sólidas. Como recuerda Goldman Sachs en un informe reciente, los balances de los hogares y las empresas en la mayoría de los países desarrollados y China apuntan claramente al superávit. Es más, sus cuentas, por lo general, arrojan un superávit que rebasaría la media de los últimos 35 años. Esta situación hace que el sector privado esté excepcionalmente bien preparado tanto para una fuerte caída del precio de los activos como para un endurecimiento de las condiciones crediticias.

Naturalmente, como subrayan desde la entidad, esto no significa que no pueda saltar todo por los aires. Lo que sí sugiere, sin embargo, es que no nos hallamos en un escenario ni remotamente parecido al de los momentos previos al estallido de la burbuja puntocom de los 90 o a la explosión de la burbuja inmobiliaria de hace algo más de diez años.

Merece la pena subrayar que nos encontramos inmersos en una de las rachas expansivas de la economía más largas de la historia reciente de muchos países, incluido Estados Unidos. Es raro que los hogares y las empresas no se hayan endeudado más aprovechando el viento a favor. Seguramente, el trauma de la última crisis está demasiado reciente.

Los bancos centrales se ponen en marcha. 20 de los 32 bancos centrales que sigue Morgan Stanley han bajado los tipos y preparan ya nuevas bajadas. Los dos grandes bancos centrales mundiales, la Reserva Federal estadounidense y el Banco Central Europeo, han dado muestras de que no van a permitir que la demanda se debilite indefinidamente.

La Fed ha recortado los tipos de interés tres veces este año y su presidente, Jerome Powell, ha dejado bastante claro que no espera subirlos salvo que las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos den un vuelco o se diluya la incertidumbre del Brexit. Aunque, seguramente, la victoria de Boris Johnson por mayoría absoluta en Reino Unido se parece mucho a ese vuelco, el acuerdo comercial entre Washington y Pekín es solo un primer paso.

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La Presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, en Bruselas. Dursun Aydemir/Anadolu Agency via Getty Images

De todos modos, para entender mejor por qué 2019 se considera un giro copernicano en la estrategia de la Reserva Federal estadounidense, debemos entender que ha bajado los tipos desde el 2,5% hasta el 1,75% después de elevarlos durante cuatro años seguidos.

Christine Lagarde asumió el trono de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo el pasado uno de noviembre. Aunque ha reconocido que estudiará el perjuicio que pudieran provocar los tipos de interés negativos, lo cierto es que la intención de Lagarde parece ser que hay que mantenerlos. Los tipos de interés negativos y las medidas de estímulo de su predecesor (las últimas son de septiembre) han venido para quedarse hasta que la incertidumbre sobre el Brexit o el alcance del enfriamiento de la economía europea se aclaren.

Por supuesto, nadie duda de que Lagarde recibirá fortísimas presiones de países como Alemania para que ni los tipos negativos se eternicen ni las medidas de estímulo monetario sean tan potentes como quisieran Estados como Francia. Al mismo tiempo, sería ingenuo creer que la artillería del BCE es infinita. Lleva años estimulando la economía de la eurozona y casi nadie espera que las medidas que tome, si siguen el mismo camino, vayan a sacar al Viejo Continente de su anemia.

Los factores de riesgo, mitigados. El FMI afirmaba en su análisis WEO de julio que el hecho de que la economía global creciera más en 2020 que en 2019 dependería sobre todo de cuatro factores: la evolución positiva del sentimiento de los mercados financieros, la suavización de determinados frenos en la eurozona, la estabilización de mercados emergentes como Argentina o Turquía y la posibilidad de evitar colapsos aún mayores en otros como Irán o Venezuela.

La evolución positiva del sentimiento de los mercados financieros debería nutrirse de la reciente reducción de la incertidumbre del Brexit, de la voluntad de intervenir con contundencia que han mostrado los bancos centrales, de la intención de China de continuar estimulando la economía y del más que probable acuerdo fase uno entre las autoridades comerciales chinas y estadounidenses.

La eurozona ha dado señales positivas últimamente. Son tímidas pero, por lo menos, no son negativas. En septiembre las ventas de sus distribuidores aumentaron más de lo esperado y las ventas de coches dieron un brinco, la inflación escaló en noviembre por primera vez en cinco meses y la economía alemana creció por sorpresa en el tercer trimestre (y revisó al alza el crecimiento de los dos trimestres anteriores). Además, en octubre ocurrió algo que parecía casi imposible: Bruselas y Londres rubricaron un acuerdo sobre el Brexit.

En cuanto a los cataclismos en las economías emergentes, Turquía, Argentina, Irán y Venezuela tendrán un año mejor en 2020 que el que han tenido en 2019. Esto es lo que dicen para Turquía y Argentina las previsiones de la OCDE de noviembre y para Irán las previsiones del FMI en octubre. Según un panel de Focus Economics, Venezuela reducirá la tremenda caída de su PIB el año que viene, aunque se desplomará más de un 7%. Es una buena noticia teniendo en cuenta que en 2019 el FMI espera que se precipite un 35%.

Es verdad que era casi imposible que Venezuela, Irán, Argentina y Turquía reeditasen en 2020  un descalabro tan extremo como el de este año. En un contexto de rebajas de tipos de interés en Estados Unidos, tendrían que proponérselo.

 Advertencia: todo se decidirá en el último minuto

El Fondo Monetario Internacional refleja el sentir de muchos economistas cuando afirma que no está nada claro que el crecimiento económico global vaya a ser superior el año que viene al que hemos experimentado en los últimos 12  meses. Mucho dependerá de imponderables como el temperamento de Trump o los volantazos de países extremadamente inestables. Lo que es seguro -y lo que pocos deberían dudar- es que existen grandes razones para el optimismo. Y más después del último acuerdo comercial entre China y Estados Unidos.