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Signo de dirección hacia 2022. (Getty Images)

El año pasado nos preguntábamos si había sólidos motivos para ser optimistas. ¿Qué nos ha pasado para ser cada vez más negativos y qué nos va a pasar a partir de ahora?

Es verdad que es una suerte que los psiquiatras no hagan diagnósticos sobre los vaivenes de los mercados, porque tendrían que recordarnos, con certeza, la bipolaridad en la que vivimos con la eterna promesa de normalidad y su frustración rotunda meses después, nuestra manía persecutoria con la COVID-19 (nos falta dejarle una silla libre en Navidad) y la locura de voces contradictorias de expertos que escuchamos todos los días sobre lo que va a ocurrir mañana por la mañana.

El año pasado, conviene recordarlo, sonaban poco menos que las campanas y las trompetas por la recuperación fulgurante que íbamos a disfrutar. Y todo gracias a la vacunación inminente, que imaginábamos universal antes del verano, los métodos de detección rápidos, los nuevos tratamientos eficaces que se diseñarían contra la enfermedad y los gigantescos estímulos económicos. Los mercados respondieron a la euforia con un crecimiento fabuloso durante los últimos dos meses de 2020, al que llamábamos “año pandémico” porque creíamos que los siguientes no lo serían.

La situación, sin embargo, no ha sido tan sencilla como algunos esperaban. Para empezar, se subestimaron las resistencias a vacunarse de millones de personas que tienen miedo a los efectos secundarios y se creyó que serían una minoría casi ínfima (algo que se ha desmentido en Alemania, con un 30% de la población sin vacunar). En segundo lugar, se asumió que el grueso de los programas de gasto llegaría a los principales países en 2021, cuando los fondos europeos apenas han rozado, por ejemplo, a la economía española. En tercer lugar, se dio por hecho que la combinación entre una recuperación fulminante, unos estímulos monetarios fabulosos y un gasto público disparado no alimentarían una inflación extraordinaria. Como colofón, casi nadie anticipó algo que hoy parece obvio: no se podía pedir a las fábricas y cadenas logísticas mundiales, devastadas en 2020, que se comportasen en 2021 como si lo de los meses anteriores hubiera sido solo un mal sueño.

Por todo eso, la pregunta, para 2022, no puede ser otra que la de si el pesimismo que ha empezado a invadirnos se compadece o no con la realidad. La OCDE ha advertido de los riesgos de una desaceleración mundial por culpa de la variante ómicron, cada vez hay más analistas que hablan de estanflación y algunos países, como España, no van a recuperar lo que perdieron en 2020 hasta 2023. La OCDE ni siquiera descarta la necesidad de nuevos estímulos por parte de los estados si las cosas terminan torciéndose el año que viene.

 

¿Hay riesgo de crisis en 2022?

Siempre hay riesgo de crisis, pero no parece que el año que viene vaya a ser un ejercicio consagrado al desastre. Es cierto que, durante el primer semestre, se prevé una inflación elevada, que el desabastecimiento continuará hasta entonces y que los países que esperaban recuperar plenamente el PIB perdido en 2020 se verán obligados a esperar. Y no será fácil con cientos de miles de personas desempleadas o dependiendo de dispositivos como los expedientes de regulación temporal de empleo, salarios que subirán con dificultad a pesar de la punzante inflación y una incertidumbre que, con la variante ómicron, no desaparecerá después de dos años de dudas constantes.

Dicho esto, no se puede hablar de crisis en 2022 con un crecimiento económico mundial que, por ejemplo, la empresa de gestión de activos Schroders estima en un 4% y con una inflación que rondará el 3,8%. No son cifras alarmantes y mucho menos después de un año en el que la economía global ha crecido más de un 5%. Una parte importante de la subida de los precios tiene que ver, directamente, con la aceleración del consumo por parte de empresas y hogares, y el consumo es un buen indicador aproximado del bienestar.

¿Tiene sentido, afirmar con la OCDE, que la variante ómicron puede forzarnos a revivir algo parecido a lo sucedido en las grandes olas previas de la pandemia? Indudablemente, el riesgo existe si continuamos con cifras elevadas de no vacunados, si las nuevas variantes de la Covid-19 resisten mejor las vacunas y aprovechan que los efectos de la inmunización se están difuminando para los primeros (mayores y vulnerables) que recibieron su pauta completa y, por fin, si la población y las autoridades no toman unas medidas preventivas graduales (restricción de la movilidad a pequeña escala, reducción razonable de los aforos, etcétera) durante, por ejemplo, las fiestas navideñas.

De todos modos, comparar lo que ocurrió en las grandes olas anteriores con lo que puede suceder ahora parece excesivo. Prácticamente, el 70% de la población europea posee la pauta completa de vacunación, y una porción de los que quedan por inmunizar son niños menores de 12 años (y, por lo que sabemos, muchísimo más resistentes al virus). Además, hasta la fecha, ómicron es menos agresiva que otras variantes (delta) que ya hemos sufrido y parece que, por ejemplo, una tercera dosis de Pfizer y de BioNTech, sí protege eficazmente contra ella. En España, la tercera dosis de las vacunas para los mayores de 50 años es inminente, y no se puede decir que muchos países, como Alemania, Austria, Eslovaquia o Portugal, no hayan empezado a reimponer las primeras restricciones a la movilidad.

 

¿Sufriremos estanflación, desabastecimiento y necesitaremos nuevos estímulos?

Como escribíamos en un análisis anterior, no tiene ningún sentido hablar de estanflación en estos momentos y tampoco para los próximos meses. Y el motivo es sencillo: ni se ha estancado el crecimiento económico, ni bordeamos la recesión, ni estamos destruyendo más empleo del que se crea. Para hablar de estanflación, no basta con que la inflación sea elevada, sino que necesitamos también todos esos elementos de contracción económica. Mundialmente, la OCDE espera que crezcamos en 2022 un 3,2% cuando en 2021 lo hicimos un 4,5%. En paralelo, el desempleo pasaría de un 6,2% a un 5,5%. Insistimos: no existe la estanflación con crecimiento económico vigoroso y creación de empleo neto. Es mitología.

Ilustración de la subida de los precios. (Getty Images)

Aclarado esto, cabe preguntarse hasta cuándo deberemos aguantar una inflación tan elevada que, además, tanto daño está haciendo a los países y hogares más vulnerables. Y aquí las noticias no son buenas: los precios subirán más el año que viene que en 2021 por culpa de los primeros meses de 2022. Y eso, como sabemos seguirá haciendo un daño particular a esas familias que destinan una porción mayor de su renta a la factura energética. Al mismo tiempo, a la clase media tampoco le vendrá bien, porque los salarios, por lo general, no se están actualizando a una inflación que se considera provisional y las oportunidades de neutralizarla con productos de inversión de mínimo riesgo (depósitos, letras del Tesoro, renta fija) es nula debido a los bajísimos tipos de interés.

En cuanto al desabastecimiento, es importante tratar con cuidado la palabra “crisis”. Ciertamente, faltan productos en las estanterías y ciertamente eso está haciendo daño tanto a las empresas como al empleo o a los consumidores, y contribuyendo decisivamente a la inflación. Y todo parece indicar que la situación va a continuar por cortesía de ómicron, de las restricciones anticovid de China (la fábrica del mundo) y de la fortísima recuperación económica que estamos experimentando gracias a los estímulos y el consumo, con mención especial al despegue del consumo en Navidades y el Año Lunar chino.

De todos modos, el desabastecimiento no nos está impidiendo acceder a la inmensa mayoría de productos esenciales y, además, parece que tiene los meses contados. Y por tres buenos argumentos bien identificados por la aseguradora Euler Hermes: el enfriamiento en el consumo de bienes duraderos (no se puede sostener eternamente el crecimiento de la demanda si se difuminan los efectos de los planes de estímulo), los almacenes mundiales se encuentran en niveles de ocupación parecidos a sus medias a largo plazo (lo que significa que la tensión en las cadenas de suministro se está normalizando) y la capacidad de carga de los barcos ha aumentado rápidamente.

¿Necesitaremos nuevos estímulos? Por el momento, la hipótesis afirmativa de la OCDE es, como mínimo, precipitada. Ni ómicron se ha demostrado tan agresiva y desestabilizadora como delta, ni las vacunas disponibles parecen impotentes ante su embestida, ni las últimas previsiones sobre el crecimiento económico mundial apuntan a un frenazo. Al mismo tiempo, los principales bancos centrales, desde la FED hasta el BCE, han iniciado el repliegue de sus estímulos monetarios para que el crédito barato deje de engordar la inflación y una posible burbuja de activos financieros e inmobiliarios. Es verdad que la Casa Blanca quizás acuerde el despliegue de un formidable plan de gasto para los próximos años, pero su vocación no es prevenir la crisis. La idea es facilitar la transición ecológica y ampliar la redistribución de los recursos con más y mejores servicios públicos.

 

Previsiones globales, previsiones limitadas

Conviene recordar que vivimos tiempos de grandes generalizaciones. Una pandemia devastadora nos ha atacado a todos, en China, Italia, Chile o España. Y, por eso, es fácil caer en la tentación de que todos nos enfrentamos al mismo desafío. Y no es así exactamente.

Comparativa de divisas estadounidense (USD) y china (RMB). (Getty Images)

Por ejemplo, la eurozona libra esta batalla con un porcentaje de paro que duplica la tasa estadounidense, mientras Estados Unidos se enfrenta a una inflación muy superior a la de la eurozona y los que no poseen la pauta de vacunación completa representan alrededor del 40% de la sociedad. China va a tener que justificar ante su población una caída fortísima del crecimiento de su PIB (del 8% al 5%, según la OCDE), una crisis de confianza en su sector inmobiliario y, una vez que el desabastecimiento mundial desaparezca, ya veremos qué recortes impone en sus fábricas. Mientras tanto, en la orilla opuesta, Japón puede acabar 2022 duplicando su crecimiento y recuperando, por fin, la prosperidad perdida en 2020 después de un 2021 para olvidar.

¿Y qué hay de los emergentes? México recuperará lo que perdió en 2020, pero seguirá con una inflación que hace un daño tremendo a los hogares vulnerables y que, sumada a la de este año, rondará el 10%. Con esos niveles de pobreza e inflación, decenas de millones de personas no se pueden permitir un confinamiento domiciliario. Al mismo tiempo, aunque 2021 ha sido un año espectacular para el PIB argentino (se ha disparado alrededor de un 8%), merece la pena recordar que en 2022 se espera que crezca más de tres menos, porque su prosperidad depende de la inflación de los alimentos y la energía que sufren sus socios. Por último Suráfrica afronta un tercer año pandémico después de las notables protestas del verano pasado, con un PIB que puede crecer más de cuatro veces menos y una paz social que, durante el segundo semestre, ya no podrá financiar con la misma alegría mediante los subsidios que confieren los precios disparatados de las materias primas.

De todos modos, a pesar de este crisol de mil experiencias, de los retos pendientes, de la inmensidad de un drama sanitario que podremos contar a nuestros nietos, el pesimismo sobre 2022, con lo que sabemos hoy, no está justificado. Porque ni el crecimiento, ni el paro, ni la embestida de ómicron, ni la inflación dan la razón a los agoreros. Y eso invita a la esperanza y, sí, a un optimismo todo lo templado que se quiera.