
La Unión Europea encara un nuevo ciclo institucional, económico y demográfico.
Si por algo se ha caracterizado la Unión Europea en los últimos años es por el logro de salvar su moneda y haber pagado un alto precio por ello. El difícil reto que la crisis ha supuesto se ha resuelto retorciendo las esencias democráticas de Europa y priorizando el riesgo sistémico que representaba la crisis bancaria por encima de otros, como el alarmante desempleo juvenil. El resultado es también conocido: un récord histórico en el rechazo ciudadano hacia la UE y una crecida también sin precedentes en el voto de los partidos populistas antieuropeos. Pero conviene tener presente de donde partimos para comprender las dificultades a las que se enfrenta Europa en estos próximos cinco años.
Una reunión en Cannes en octubre de 2011, en los márgenes del G20, ejemplifica bien los desatinos, presiones y amenazas que han caracterizado la forma en que Europa ha dado respuesta a sus múltiples crisis. Grecia estaba al borde del abismo y contagiaba ya a Italia. El entonces primer ministro griego, Yorgos Papandreu, anunció la convocatoria de un referéndum sobre las condiciones del rescate. Acto seguido, fue convocado en Cannes con urgencia, donde le esperaban Sarkozy, Merkel, Barroso y Van Rompuy para hacerle cambiar de idea. Y así lo hicieron cuando le indicaron que si quería hacer un referéndum lo podría hacer sobre si continuar o no en el euro. Era una forma, claro, de evitar la consulta popular. Tras la tensa reunión, Barroso, el ahora presidente saliente de la Comisión, reunido con algunos asesores en su suite del hotel Majestic Barrière, decidió el que sería el nombre del próximo primer ministro griego, Lucas Papademos[1].
La anécdota resume bien los principales males que han caracterizado la forma en que Europa ha hecho frente a sus múltiples crisis: se ha desplazado el método comunitario a favor de otros equilibrios de poder al margen de las instituciones de la UE, de forma que se han borrado los tradicionales pesos y contrapesos en la toma de decisiones, que evitan, por ejemplo, que el más poderoso (Alemania) imponga de manera abusiva sus condiciones al resto. Por otro lado, los improvisados mecanismos intergubernamentales también han demostrado ser poco eficaces a la hora de resolver los problemas (Grecia representaba un reto menor dado su pequeño PIB en relación a la eurozona; sin embargo terminó convirtiéndose en riesgo sistémico: Grecia amenazó la existencia del euro, sin el cual, muchos aventuraron el final de la UE).
La pregunta está ahora sobre la mesa: ¿Puede la nueva Europa de Juncker dejar atrás la Unión que decidía primeros ministros en los hoteles, recuperar la ilusión por Europa y superar la crisis que todavía estrangula las economías europeas? No conviene perder de vista que los tres elementos están interconectados.
La idea de que Juncker patrocine algo nuevo es, en apariencia, algo difícil. El veterano ex primer ministro luxemburgués lleva décadas dedicado a la política europea y, sobre todo, ...
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